CLARISSA PINKOLA ESTÉS
MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS
SEPTUAGESIMOSÉPTIMA
ENTREGA
CAPÍTULO 8
El instinto de
conservación:
La identificación de
las trampas, las jaulas y los cebos envenenados
La mujer fiera (5)
Las trampas
Trampa 7: La
simulación, el intento de ser buena, la normalización de lo anormal (2)
La normalización de lo anormal incluso en el caso de que no quepa la
menor duda de que ello va en detrimento de la propia persona se aplica a todas
las palizas que se propinan a las naturalezas físicas. emocionales, creativas,
espirituales e instintivas. Las mujeres se enfrentan con esta cuestión cada vez
que los demás las aturden para obligarlas a hacer otra cosa que no sea defender
la vida de su alma contra las proyecciones invasoras de carácter físico,
cultural o de otro tipo.
Nuestra psique se acostumbra a las descargas dirigidas contra nuestra
naturaleza salvaje. Nos adaptamos a la violencia contra la sabia naturaleza de
la psique. Procuramos ser buenas normalizando lo anormal y, como consecuencia de
ello, perdemos nuestra capacidad de huir. Perdernos la capacidad de defender los
elementos del alma y de la vida que a nuestro juicio son más valiosos. Cuando nos
obsesionan los zapatos rojos, perdemos por el camino toda suerte de importantes
cuestiones personales, culturales y ambientales.
Perdemos tantas cosas significativas cuando abandonamos la vida hecha a mano
que necesariamente tienen que producirse toda suerte de lesiones en la psique,
la naturaleza, la cultura, la familia, etc. El daño a la naturaleza es
concomitante con el aturdimiento de la psique de los seres humanos. Ambos van -y
deben considerarse unidos. Cuando un grupo comenta lo mucho que se equivoca lo
salvaje y el otro grupo replica que lo salvaje ha sufrido un agravio, hay algo
que falla drásticamente. En la psique instintiva, la Mujer Salvaje contempla el
bosque y ve en él un hogar para sí misma y para todos los seres humanos. Pero
otros, al contemplar el mismo bosque quizá lo vean como un terreno sin árboles
e imaginen sus bolsillos llenos a rebosar de dinero. Se trata de graves
fracturas en la capacidad de vivir y dejar vivir de manera que todos podamos
vivir.
Cuando yo era niña en los años cincuenta, en los primeros días de las agresiones
industriales contra la tierra, una barcaza de petróleo se hundió en la cuenca
de Chicago del lago Michigan. Tras pasarse un día en la playa, las madres restregaban
a sus hijos con el mismo entusiasmo con que solían limpiar los suelos de
parquet de sus casas, pues los niños estaban enteramente manchados de gotitas
de petróleo. El hundimiento de la barcaza había provocado un vertido de petróleo
que se desplazaba formando grandes sábanas que parecían unas islas flotantes
tan anchas y largas como manzanas de casas. Cuando chocaban contra los
embarcaderos, se rompían en fragmentos que se hundían en la arena y se deslizaban
hacia la orilla bajo las olas. Durante muchos años la gente no pudo nadar sin
cubrirse de una capa de porquería de color negro. Los niños que construían castillos
de arena recogían de repente un puñado de gomoso petróleo. Los enamorados ya no
podían rodar sobre la arena. Los perros, los pájaros, la vida acuática y la
gente, todo el mundo sufría.
Recuerdo haber experimentado la sensación de que mi catedral había sido
bombardeada. La lesión del instinto, la normalización de lo anormal fue la
causa de que las madres limpiaran de la mejor manera posible las manchas de
aquel vertido de petróleo y, más tarde, los efectos de los ulteriores pecados
de las fábricas, de las refinerías y de las fundiciones sobre sus hijos, sus
coladas y el interior de sus seres queridos. A pesar de lo confusas y preocupadas
que estaban, habían olvidado su justa cólera. Aunque no todas, la mayoría de
ellas se había acostumbrado a no intervenir en los acontecimientos desagradables.
El hecho de romper el silencio, huir de la jaula, señalar los errores y exigir
un cambio era severamente castigado.
Sabemos por otros acontecimientos parecidos que se han producido a lo largo
de nuestra vida que, cuando las mujeres no hablan, cuando no hablan suficientes
personas, la voz de la Mujer Salvaje enmudece y, por consiguiente, en el mundo
enmudece también lo natural y lo salvaje. Y, al final, enmudecen el lobo, el
oso y los depredadores. Enmudecen los cantos, los bailes y las creaciones. Enmudecen
el amor, las reparaciones y los abrazos. Privados del aire puro, el agua y las
voces de la conciencia.
Pero en aquellos tiempos, y todavía con demasiada frecuencia hoy en día,
a pesar de que las mujeres experimentaban una profunda nostalgia de la libertad
salvaje, por fuera seguían fregando la porcelana con lejía, utilizando
limpiahogares cáusticos, quedándose, tal como decía Sylvia Plath, "atadas
a sus lavadoras Bendix". Allí lavaban y enjuagaban sus ropas en agua
demasiado caliente para la piel humana y soñaban con un mundo distinto (19).
Cuando los instintos resultan heridos, los seres humanos "normalizan"
repetidamente las agresiones, los actos de injusticia y de destrucción que se
cometen contra ellos, sus hijos, sus seres queridos, su tierra e incluso sus
dioses. Esta normalización de lo vergonzoso y lo ofensivo se rechaza
restableciendo el Instinto herido. Cuando el instinto se restablece, regresa la
naturaleza integral salvaje. En lugar de bailar en el bosque con los zapatos
rojos hasta que la vida se convierte en una tortura absurda, podemos regresar a
la vida hecha a mano, a la vida enteramente significativa, hacernos nuevamente
las zapatillas, dar nuestros paseos y conversar en la forma que nos
es propia.
Aunque no cabe duda de que se aprenden muchas cosas, disolviendo las propias
proyecciones (eres cruel, me haces daño) y contemplando hasta qué extremo nosotras
somos crueles y nos hacemos daño, la investigación no tiene en modo alguno que
acabar aquí.
La trampa que hay en el interior de la trampa es pensar que todo se
arregla disolviendo la proyección y buscando la conciencia que tenemos dentro.
Eso es cierto algunas veces y otras no. En lugar de perder el tiempo con el
paradigma de "o eso / o lo otro" -aquí afuera ocurre algo o nos
ocurre algo a nosotros-, es más útil emplear un modelo de "y / y".
Este modelo tiene en cuenta la cuestión interior y la cuestión exterior,
permite una investigación más exhaustiva, es mucho más curativo en todas
direcciones y presta su apoyo a las mujeres para que pongan en tela de juicio
el statu quo con más confianza, para que no se miren únicamente a sí mismas
sino que miren también el mundo que accidental, inconciente o maliciosamente
ejerce presión sobre ellas. El paradigma del "y / y" no debe
utilizarse como modelo de reproche al propio yo o a los demás, sino más bien
como un medio de sopesar y juzgar el sentido de la responsabilidad tanto
interior como exterior y lo que se tiene que cambiar, pedir o sombrear. Detiene
la fragmentación
cuando una mujer trata de reparar todo lo que tiene a su alcance sin
menospreciar sus propias necesidades ni apartarse del mundo.
Muchas mujeres consiguen en cierto modo resistir en estado de
cautividad, pero viven media vida o un cuarto de vida o una milésima parte de
vida. Lo consiguen, pero a costa de vivir amargadas hasta el fin de sus días.
Es posible que se desesperen y, como un niño que se ha pasado el rato llorando
desconsoladamente sin que nadie acuda a consolarlo, pueden hundirse en el
silencio y en una desesperanza mortal. Después sobreviene el cansancio y la
desesperación. La jaula está cerrada.
Notas
19. El movimiento feminista N.O.W. y otras
organizaciones, algunas de carácter ecologista y otras de carácter educativo o
de defensa de los derechos estaban/están encabezados, desarrollados y
difundidos por muchísimas mujeres que corrieron grandes riesgos para dar un paso
al frente y hablar, y que -y eso es tal vez lo más importante- lo siguen
haciendo a pleno pulmón. En el campo de los derechos hay muchas voces y asociaciones
tanto femeninas como masculinas.
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