GRAHAM GREENE (1904 – 1991)
EL PODER Y LA GLORIA
TRIGÉSIMA
ENTREGA
SEGUNDA
PARTE
II (3)
Quedaron ambos silenciosos escuchando las pisadas
en los escalones de madera. Se abrió la puerta, pero no pudieron ver nada. Una
voz renegó en tono resignado e inquirió:
-¿Quién
está ahí?
Después encendiose una cerilla, dejando ver una
quijada gruesa y azul, y se apagó. La dínamo recomenzó a latir y la luz volvió
de nuevo. El forastero pronunció con fastidio:
-Oh, es
usted...
-Soy yo.
Era un
hombre pequeño de cara gruesa y demasiado grande, con un ceñido traje gris. Un
revólver le abultaba el chaleco. Dijo:
-No
tengo nada para usted. Nada.
El mendigo cruzó la habitación y empezó a charlar formalmente
en voz muy baja; en una ocasión llegó a comprimir suavemente con su pie desnudo
el bruñido zapato del otro. El hombre suspiró, hinchó los carrillos y observó
con atención la cama, como si temiera que aquellos dos maquinaran algo contra
él. Se encaró bruscamente con el hombre vestido de dril:
-Así,
pues, usted quiere aguardiente de Veracruz, ¿no es así? Está prohibido por la
ley.
-Aguardiente
no. No quiero aguardiente.
-¿No
está bien la cerveza para usted?
Avanzó autoritario y dándose tono hasta el centro
de la estancia, rechinantes los zapatos sobre las baldosas; ¡el primo del
gobernador!
-Puedo
hacerle detener a usted -amenazó.
El del
traje de dril se achicó del todo. Dijo:
-Por
supuesto, Excelencia...
-¿Cree usted que no tengo otra cosa que hacer que
apagar la sed de todos los mendigos que quieren...?
-Yo
nunca le hubiera molestado a usted si este hombre no...
El primo
del gobernador escupió en los ladrillos.
-Pero si
Vuecencia prefiere que me marche...
-No soy hombre intransigente -contestó con viveza-.
Siempre procuro complacer a mis asociados... si está en mi mano y no supone
perjuicio. Tengo mi posición, ¿comprende usted?
-Por
supuesto.
-Y he de
cobrar lo que me ha costado.
-Por
supuesto.
-De otro modo iría a la ruina. -Se dirigió a la
cama con precaución, como si le apretaran los zapatos, y empezó a deshacerla-.
¿Es usted hablador? -preguntó por encima del hombro.
-Sé
guardar un secreto.
-No me importa que se lo diga a la gente...
conforme. En el colchón había una gran rasgadura; sacó un puñado de paja y
volvió a meter los dedos. El hombre de dril miraba, con fingida indiferencia al
jardín público, a las riberas fangosas y a los mástiles de los veleros; más
allá los relámpagos flameaban y el trueno se acercaba.
-Aquí
está -dijo el primo del gobernador-. Me puedo desprender de eso. Es buen
género.
-En
realidad no era aguardiente lo que yo quería.
-Tiene
usted que tomar lo que haya.
-Entonces
creo sería mejor me devolvieran mis quince pesos.
El primo
del gobernador exclamó con viveza:
-¡Quince
pesos!
El mendigo empezó a explicar, rápido, que el caballero
deseaba comprar un poco de vino además del aguardiente; se pusieron a discutir
los precios fieramente y en voz baja junto a la cama. El primo del gobernador
dijo:
-Es muy
difícil conseguir vino. Le puedo proporcionar dos botellas de aguardiente.
-Una de
aguardiente y una de...
-Es el
mejor aguardiente de Veracruz...
-Pero yo
soy bebedor de vino... no sabe usted cuánto deseo el vino...
-El vino
me cuesta mucho dinero. ¿Qué más me puede usted pagar?
-Todo lo
que me queda son setenta y cinco centavos.
-Le
podría dar una botella de tequila3.
-No, no.
-Entonces
cincuenta centavos más... Será una botella grande.
Volvió a escarbar en el colchón, sacando paja. El
mendigo guiñó un ojo al hombre vestido de dril e hizo el ademán de descorchar y
llenar un vaso.
-Ahí está
-dijo el primo del gobernador-, tome esto o déjelo.
-Oh, sí
que lo tomaré.
El primo del gobernador perdió de pronto su mal
genio. Se restregó las manos y comentó:
-¡Qué
noche más sofocante! Las lluvias empezarán pronto este año, creo yo.
-Quizá Vuecencia me honraría tomando un vaso de
aguardiente para brindar por nuestros negocios.
-Bien,
bien... acaso...
El
mendigo abrió la puerta y pidió unos vasos.
-Hace mucho tiempo -observó el primo del
gobernador- que no he tomado un vaso de vino. Tal vez sería más apropiado para
un brindis.
-Desde luego -repuso el de dril-, como prefiera Su
Excelencia -observó el descorchamiento con aspecto de ansiedad dolorosa-. Si me
lo permiten, creo que tomaré aguardiente.
Con un esfuerzo consiguió una sonrisa mediocre
mientras veía descender el nivel del vino.
Brindaron saludándose mutuamente, sentados los tres
en la cama. El mendigo bebió aguardiente.
El primo
del gobernador dijo:
-Estoy
orgulloso de este vino. Es un buen vino. El mejor de California.
El
mendigo guiñó un ojo e hizo una seña; el hombre vestido de dril dijo:
-¿Otro
vaso, excelencia, o puedo aconsejarle este aguardiente?
-Es un
buen aguardiente; pero prefiero beber otro vaso de vino.
Volvieron
a llenar los vasos. El hombre vestido de dril habló así:
-Voy a
reservar algo de ese vino... para mi madre. A ella le encanta un vaso.
-No
podría tener mejor gusto -opinó el primo del gobernador vaciando el suyo.
Añadió- : ¿Así, pues, usted tiene madre?
-¿No
la tenemos todos?
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