GRAHAM GREENE (1904 – 1991)
EL PODER Y LA GLORIA
TRIGESIMOPRIMERA
ENTREGA
SEGUNDA PARTE
II (3)
-¡Ah! Tiene usted suerte. La mía ha muerto. -Su
mano avanzaba como maquinalmente hacia la botella y la cogió-. A veces la echo
de menos. La llamaba “mi amiguita”. -Inclinó la botella-. ¿Con su permiso?
-Desde luego, Excelencia -contestó el otro,
desesperado, sorbiendo un gran trago de aguardiente.
-Yo
también tengo madre -terció el mendigo.
-¿A quién le interesa? -replicó el primo del
gobernador con sequedad. Echose hacia atrás y crujió la cama. Continuó-: A
menudo he creído que una madre es mejor amigo que un padre. Su influencia se
dirige a la paz, a la bondad, a la caridad... Siempre llevo flores a su tumba
el día del aniversario de su muerte.
El
hombre vestido de dril contuvo cortésmente un hipo:
-Ah, si
también yo pudiera...
-¿Pero,
no dijo usted que su madre vivía?
-Creí
que hablaba usted de su abuela.
-¿Cómo
había de hablar? Si no recuerdo a mi abuela.
-Yo
tampoco.
-Yo si -dijo
el mendigo.
El primo
del gobernador exclamó:
-Usted
habla demasiado.
-Acaso,
podría yo mandar que me envolvieran este vino... En beneficio de Vuecencia es
mejor que no me vean...
-Aguarde, aguarde. No hay prisa. Aquí es usted muy
bien venido. Todo lo de este cuarto está a su disposición. Tome un vaso de
vino.
-Creo
que aguardiente...
-Entonces con su permiso... -Inclinó la botella. Un
poco de su contenido salpicó las sábanas-.
¿De qué
estábamos hablando?
-De
nuestras abuelas.
-No creo que fuera de eso. Ni siquiera recuerdo a la
mía. Lo más antiguo que puedo recordar...
Se abrió
la puerta. El gerente avisó:
-El jefe
de Policía está subiendo la escalera.
-Excelente.
Hágalo entrar.
-¿Está
usted seguro?
-Desde luego. Es un buen camarada. -Y dirigiéndose
a los otros-: Pero en el billar no se puede uno fiar de él.
Un hombre corpulento y animoso con camiseta fina,
pantalones blancos y pistolera apareció en la puerta. El primo del gobernador
le invitó:
-Pase, pase. ¿Cómo va su dolor de muelas? Estábamos
hablando de nuestras abuelas. -Al mendigo le ordenó, bruscamente–: Haga sitio
al jefe.
Éste
permanecía en el umbral observándolos con profunda perplejidad. Dijo:
-Bien,
bien...
-Celebrábamos una pequeña fiesta particular.
¿Quiere ser de los nuestros? Sería un honor.
La cara
del jefe se iluminó de pronto a la vista del vino.
-Desde
luego; un poco de “cerveza” nunca cae mal.
-Está
bien. Dele un vaso de “cerveza” al jefe.
El mendigo llenó de vino su propio vaso y se lo
ofreció. El jefe tomó asiento en la cama y vació el vaso; después él
mismo cogió la botella. Opinó:
-Es una
buena cerveza. Muy buena cerveza. ¿Es ésta la única botella?
El
hombre vestido de dril le observaba con ansiedad impotente.
-Lo
siento; es la única botella.
-¡Salud!
-¿Y de
qué hablábamos? -preguntó el primo del gobernador.
-Sobre
la cosa más lejana que usted recuerda.
-Lo más antiguo que puedo recordar... -empezó el jefe,
reflexivo-. ¿Pero este caballero no bebe?
-Tomaré
un poco de aguardiente.
-¡Salud!
-¡Salud!
-Lo primero que puedo recordar con alguna
claridad es mi primera comunión. ¡Ah, la emoción del alma! Mis padres
rodeándome...
-¿Cuántos
padres tenía usted?
-Dos,
por supuesto.
-Entonces
no pudieron rodearlo; hubiera usted necesitado lo menos cuatro... ¡Ja, ja!
-¡Salud!
-¡Salud!
-No, pero como iba diciendo, la vida tiene
estas ironías. Fue un deber penoso contemplar el fusilamiento del cura que me
dio la comunión; un anciano. No me avergüenza decir que lloré. El consuelo está
en que será un santo probablemente y rogará por nosotros. No todos pueden
ganarse las oraciones de un santo.
-¡Salud!
El
hombre vestido de dril exclamó:
-¿Un
vaso de aguardiente, jefe?
-Queda
tan poco en esta botella que si me lo permite...
-Tenía
deseos de guardar un poco para mi madre.
-¡Oh, una gota como ésta...! Sería un insulto
llevarle esto. Las puras heces. -Vació la botella en su vaso y ahogó la risa-.
Si puede decirse que la cerveza tiene heces... –Y se detuvo sosteniendo la botella
sobre el vaso, con asombro-. ¡Hombre! ¡Cómo! ¿Está usted llorando?
Los tres
miraron al del traje de dril con la boca entreabierta. Éste dijo:
-Siempre me hace este efecto... el aguardiente.
Perdónenme, caballeros. He bebido con mucha despreocupación y además ya veo...
-¿Qué
ve?
-Oh, no
lo sé... toda la esperanza del mundo disipándose.
-¡Hombre!
Usted es poeta.
El
mendigo dijo:
-Un
poeta es el alma de un país.
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