PAULO
FREIRE
PEDAGOGÍA
DEL OPRIMIDO
OCTAVA ENTREGA
PRIMERAS
PALABRAS (2)
La
sectarización es siempre castradora por el fanatismo que la nutre. La
radicalización, por el contrario, es siempre creadora, dada la criticidad que
la alimenta. En tanto la sectarización es mítica, y por ende alienante, la
radicalización es crítica y, por ende, liberadora. Liberadora ya que, al
implicar el enraizamiento de los hombres en la opción realizada, los compromete
cada vez más en el esfuerzo de la transformación de la realidad concreta,
objetiva.
La
sectarización en tanto mítica es irracional y transforma la realidad en algo
falso que, así, no puede ser transformada.
La
inicie quien la inicie, la sectarización es un obstáculo para le emancipación
de los hombres.
Es
doloroso observar que no siempre el sectarismo de derecha provoca el
surgimiento de su contrario, cual es la radicalización del revolucionario.
No
son pocos los revolucionarios que se transforman en reaccionarios por la
sectarización en que se dejen caer, al responder a la sectarización derechista.
No
queremos decir con esto, y lo dejamos claro en el ensayo anterior, que el
radical se transforme en un dócil objeto de dominación.
Precisamente
por estar inserto, como un hombre radical, en un proceso de liberación, no
puede enfrentarse pasivamente a la
violencia del dominador.
Por
otro lado, el radical jamás será un subjetivista. Para él, el aspecto subjetivo
encarna en una unidad dialéctica con la dimensión objetiva de la propia idea,
vale decir, con los contenidos concretos de la realidad sobre la que ejerce el
acto cognoscente. Subjetividad y objetividad se encuentran, de este modo, en
aquella unidad dialéctica de la que resulta un conocer solidario con el actuar
y viceversa. Es, precisamente, esta unidad dialéctica la que genera un pensamiento
y una acción correctos en y sobre la realidad para su transformación.
El
sectario, cualquiera que sea la opción que lo orienta, no percibe, no puede
percibir o percibe erradamente, en su “irracionalidad” cegadora, su dinámica de
la realidad.
Esta
es la razón por la cual un reaccionario de derecha,
por ejemplo, al que denominamos “sectario de nacimiento” en nuestro ensayo
anterior, pretende frenar el proceso, “domesticar” el tiempo y, consecuentemente,
a los hombres. Esta es también la razón por la cual al sectarizarse el hombre de
izquierda se equivoca absolutamente en su interpretación “dialéctica” de la
realidad, de la historia, dejándose caer en posiciones fundamentalmente
fatalistas. Se distinguen en la medida en la medida en que el primero pretende “domesticar” el presente para
que, en la mejor de las hipótesis, el futuro repita el presente “domesticado”,
y el segundo transforma el futuro en algo preestablecido, en una especie de
hado, de sino o destino irremediable. En tanto para el primero el hoy, ligado
al pasado, es algo dado e inmutable, para el segundo el mañana es algo dado de
antemano, inexorablemente prefijado. Ambos se transforman en reaccionarios ya
que, a partir de su falsa visión de la historia, desarrollan, unos y otros,
formas de acción que niegan la libertad. El hecho de concebir unos el presente “bien
comportado” y otros el futuro predeterminado, no significa necesariamente que se transformen en espectadores, que crucen los brazos, el primero esperando con ello
el mantenimiento del presente, una especie
de retorno al pasado, y el segundo a
la espera de que se instaure un
futuro ya “conocido”.
Por
el contrario, cerrándose en un “círculo de seguridad” del cual no pueden salir,
ambos establecen su verdad. Verdad que no es aquella de los hombres en la lucha
por construir el futuro, corriendo los riesgos propios de esta construcción. No
es la verdad de los hombres que luchan y aprenden, los unos con los otros, a
edificar este futuro que aun no está dado, como si fuera el destino, como si
debiera ser recibido por los hombres y no creado por ellos.
En
ambos casos la sectarización es reaccionaria, porque unos y otros se apropian
del tiempo y, sintiéndose propietarios del saber, acaban sin el pueblo que no
es sino una forma de estar contra él.
En
lo que se refiere al sectario de derecha, cerrándose en “su” verdad, no hace
sino lo que le es propio. Por el contrario el hombre de izquierda que se sectariza
y encierra, es la negación de sí mismo y pierde su razón de ser.
Uno
en la posición que le es propia; el otro en la que lo niega, girando ambos en
torno a “su” verdad, sintiéndose avalados por su seguridad, frente a cualquier
cuestionamiento. De ahí que les sea necesario considerar como una mentira todo
lo que no sea verdad.
El
hombre radical, comprometido con la liberación de los hombres, no se deja
prender en “círculos de seguridad” en los cuales aprisiona también la realidad.
Por el contrario, es tanto más radical cuanto más se inserta en esta realidad
para, a fin de conocerla mejor, transformarla mejor.
No
teme enfrentar, no teme escuchar, no teme el descubrimiento del mundo. No teme
el encuentro con el pueblo. No teme el diálogo con él, de lo que resulta un
saber cada vez mayor de ambos. No se siente dueño del tiempo, ni dueño de los
hombres, ni liberador de los oprimidos. Se compromete con ellos, en el tiempo,
para luchar con ellos por la liberación de ambos.
Si,
como afirmáramos, la sectarización es lo propio del reaccionario, la
radicalización es lo propio del revolucionario. De ahí que la pedagogía del
oprimido, que implica una tarea radical, y cuyas líneas introductorias intentamos
presentar en este ensayo, implica también que la lectura misma de este libro no
pueda ser desarrollada por sectarios.
Deseo
terminar estas “Primeras Palabras” expresando nuestro agradecimiento a Elza,
nuestra primera lectora, por su comprensión y su estímulo constante a nuestro
trabajo, que es también suyo. Agradecimientos que extendemos a Almino Affonso,
Ernani M. Fiori, Flavio Toledo, Joâo Zacariotti, José Luis Fiori, Marcela
Gajardo, Paulo de Tarso Santos, Plinio Sampaio y Wilson Cantoni, por las
críticas que hicieron a nuestro trabajo. Los vacíos y errores en que hayamos
podido incurrir continúan siendo, sin embargo, de nuestra exclusiva
responsabilidad. Agradecemos, asimismo, a Silvia Peirano por la dedicación y
cariño con la que dactilografió nuestros manuscritos.
Finalmente,
con respecto a Marcela Gajardo y José Luis Fiori, nos es grato declarar que
ellos vienen siendo, en nuestra vida de educador, el mejor testimonio de la
tesis que defendemos en este libro, la de que educadores y educandos, en la
educación como práctica de la libertad, son simultáneamente educadores y
educandos los unos de los otros. De ellos he sido muchas veces, además de
educador, un buen educando a lo largo del trabajo que juntos hemos desarrollado
en Chile.
Santiago de Chile, otoño de 1969
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