MARLO
MORGAN
LAS
VOCES DEL DESIERTO
TRIGESIMOTERCERA ENTREGA
24.
ARCHIVOS PARA LA HISTORIA (1)
A
la mañana siguiente me permitieron ver el pasaje que ellos llaman Cómputo del
Tiempo. Mediante un dispositivo de piedra, han conseguido que el sol atraviese
un conducto. Sólo hay un instante en todo el año en que el sol brilla de un
modo directo y preciso. Cuando lo hace, saben que ha transcurrido un año entero
desde la última vez que ocurrió. En ese momento se hace una gran celebración en
honor de la Guardiana del Tiempo y de la Guardiana de la Memoria. Las dos
mujeres se encargan del ritual de cada año, para el que pintan un mural de
todas las actividades significativas durante las seis estaciones aborígenes
transcurridas. Se enumeran todos los nacimientos y muertes por el día de la
estación y el tiempo solar o lunar, así como por otras importantes
observaciones. Yo conté más de ciento sesenta de estas inscripciones y
pinturas. Así fue como determiné que el miembro más joven de la tribu tenía
trece años y que había cuatro personas que pasaban de los noventa.
Yo
no sabía que el gobierno australiano hubiera participado alguna vez en
actividades nucleares hasta que lo vi indicado en el muro de la cueva.
Probablemente el gobierno no tenía ni idea de que hubiera seres humanos cerca
del lugar de las pruebas. También tenían registrado en la pared el bombardeo de
los japoneses sobre Darwin. Sin usar lápiz ni papel, Guardiana de la Memoria
conocía los acontecimientos más importantes en la secuencia correcta en que
debían ser recordados. Cuando Guardiana del Tiempo describió su responsabilidad
de cincelar y pintar, su rostro expresó tal deleite que fue como mirar a los
ojos de un niño que acabara de recibir un regalo ansiado. Ambas son mujeres de
edad avanzada. Me asombró que nuestra cultura estuviera llena de ancianos
desmemoriados, insensibles, inestables y seniles, mientras que allí, en el
desierto, las personas se vuelven más sabias a medida que envejecen y se las
valora por su aportación a las conversaciones. Son pilares de fortaleza y
ejemplo para los demás.
Contando
hacia atrás, hallé en la pared la talla que representaba el año de mi
nacimiento. Allí, en la estación que reflejaba septiembre, en lo que sería
nuestro vigésimo noveno día, al amanecer, habían registrado un nacimiento.
Pregunté quién era. Me contestaron que se trataba de Cisne Negro Real, conocido
después como el Anciano de la Tribu.
Seguramente
no me quedé boquiabierta de asombro, aunque no era para menos. ¿Qué
probabilidades hay de conocer a alguien que haya nacido el mismo día, el mismo
año, a la misma hora, en el extremo opuesto del mundo, y de saberlo de
antemano? Le dije a Outa que quería hablar en privado con Cisne Negro Real, y
él así lo dispuso.
Años
antes Cisne Negro se había enterado de que tenía un compañero espiritual que habitaba
en una personalidad nacida en la parte septentrional del mundo en la sociedad
de los Mutantes. En su juventud, él había querido aventurase en la sociedad
australiana para buscar a esa persona, pero le advirtieron que cumplir el pacto
de concederse cincuenta años al menos para desarrollar los valores personales.
Comparamos
nuestros nacimientos. Su vida empezó cuando su madre, tras largos años de viaje
solitario, llegó a un lugar concreto, cavó un agujero en la arena, lo forró con
la suavísima piel de un raro koala albino y se puso encima en cuclillas. La mía
empezó en un blanco y aséptico hospital de Iowa después de que también mi madre
viajara muchos kilómetros desde Chicago para ir a un lugar concreto de su
elección. El padre de Cisne Negro se hallaba de viaje a kilómetros de distancia
cuando él nació. También el mío. En su vida y hasta aquel momento, había cambiado
de nombre varias veces. También yo. Me contó las circunstancias de cada cambio.
El raro koala blanco que había aparecido en el camino de su madre indicaba que
el espíritu del niño que llevaba en sus entrañas estaba destinado al liderazgo.
Personalmente había experimentado la afinidad con el cisne negro y luego había
combinado el cisne con el término de distinción en su mundo, que habían
traducido como Real para mí. A mi vez le hablé de las circunstancias de mis
cambios de nombre.
En
realdad no importaba si nuestra conexión era mito o hecho. Se convirtió en una
asociación real en ese mismo instante. Tuvimos charlas íntimas.
La
mayor parte de lo que hablamos fue personal y no sería apropiado para este
manuscrito, pero compartiré con ustedes lo que a mi parecer fue su más profunda
declaración.
Cisne
Negro Real me conto que en este mundo de personalidades hay siempre una
dualidad. Yo lo había interpretado como el bien frente al mal, esclavitud
frente a libertad, resignación frente a inconformismo. Pero no era ese el caso.
No es blanco o negro; siempre son tonos grises. Y lo que es más importante,
todo el gris se mueve progresivamente hacia el creador. Yo bromeé sobre nuestra
edad y le dije que necesitaría otros cincuenta años para comprenderlo.
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