ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
DECIMOSEPTIMA
ENTREGA
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?
3. LA SOMBRA EN LA HISTORIA Y LA
LITERATURA (1)
Anthony Stevens
Nació
y se educó en Inglaterra y estudió psicología y medicina en la Universidad de
Oxford. Actualmente trabaja como psiquiatra y psicoterapeuta en Londres y en
Devon, Inglaterra, donde combina su trabajo clínico con la literatura y la
enseñanza. Es autor del libro Archetypes:
A Natural History of Yo y de Roots of
War: A Jungian Perspective.
A
lo largo de la historia de la cristiandad el miedo a “caer” en la iniquidad se
ha expresado como temor a “ser poseído” por los poderes de la oscuridad. Los
cuentos de vampiros y de hombres lobo -que posiblemente han acompañado a la
historia de la humanidad desde tiempos ancestrales y cuya versión más reciente
es el Conde Drácula de Bram Stocker-
despiertan, al mismo tiempo, nuestra fascinación y nuestro horror.
Quizás
el ejemplo más famoso de posesión nos los proporcione la leyenda de Fausto
quien, hastiado de llevar una virtuosa existencia académica, termina sellando
un pacto con el mismo diablo. Hasta ese momento Fausto se había consagrado a
una búsqueda denodada del conocimiento que termina conduciéndolo a un desarrollo
unilateral de los aspectos intelectuales de la personalidad -con la
consiguiente represión y “destierro” al inconsciente de gran parte del
potencial de su Yo. Como sucede habitualmente en tales casos la energía
psíquica reprimida no tardó en reclamar su atención. Desafortunadamente, sin
embargo, Fausto no entabló un diálogo con las figuras que emergen de su
inconsciente ni se ocupó de llevar a cabo un paciente autoanálisis que le
permitiera asimilar la sombra, sino que se abandonó, “cayó” y “terminó siendo
poseído”.
El
problema es que Fausto creía que la solución a sus dificultades consistía en “más
de lo mismo” -es decir, adquirir todavía más conocimiento- con lo cual no hizo más que perseverar obstinadamente
en el viejo patrón neurótico. Cuando Fausto “personificó” a la sombra quedó
fascinado por su numinosidad y, como sucedió también en el caso del Dr. Jekyll -otro
intelectual aquejado de un problema similar- sacrificó a su ego y sucumbió al
hechizo de la sombra. A consecuencia de ese error ambos cayeron en una
situación temida por todos: Fausto terminó convirtiéndose en un bebedor y un
libertino y Jekyll se transformó en el monstruoso Mr. Hyde.
En
cierto sentido, la atracción que ejercen las figuras de Fausto y Mefisto -o de
Jekyll y Hyde- dimana del hecho de que ambos encarnan un problema arquetípico y
asumen la empresa heroica de llevar a cabo algo que el resto de los seres
humanos eludimos constantemente. Nosotros, como Dorian Gray, optamos por
mantener ocultas nuestras cualidades negativas -en la esperanza de que nadie
descubrirá su existencia- mientras mostramos un rostro inocente al mundo (la
persona); creemos que es posible vencer a la sombra, despojarnos de la
ambigüedad moral, expiar el pecado de Adán y -de nuevo Uno con Dios- retornar
al Jardín del Paraíso. Por ello inventamos Utopías, Eldorados o Shangri-las -lugares
en que la maldad es desconocida- por ello nos consolamos con la fábula marxista
o rousseauniana de que el mal no se aloja en nuestro interior sino que es fruto
de una sociedad “corrupta” que nos mantiene encadenados y que basta con cambiar
a la sociedad para erradicar el mal definitivamente de la faz de la tierra.
La
historia de Jekyll y de Fausto -al igual que el relato bíblico del pecado de
Adán- son alegorías con moraleja que nos recuerdan la persistente realidad del
mal y nos mantienen ligados a la tierra. Se trata de tres versiones diferentes
del mismo tema arquetípico: un hombre, hastiado de su vida, decide ignorar las
prohibiciones del superego, liberar a la sombra, encontrar el anima, “conocerla” y vivir. Las tres, sin embargo, van
demasiado lejos y cometen el pecado de hibris
con lo cual terminan condenándose inexorablemente a nemesis. “El precio del pecado es la muerte”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario