PAULO
FREIRE
PEDAGOGÍA
DEL OPRIMIDO
DÉCIMA ENTREGA
CAPÍTULO 1 (2)
Nuestra preocupación, en este trabajo, es sólo
presentar algunos aspectos de lo que nos parece constituye lo que venimos
llamando “la pedagogía del oprimido”, aquella que debe ser elaborada con él y
no para él, en tanto hombres o pueblos en la lucha permanente de recuperación
de su humanidad. Pedagogía que haga de la opresión y sus causas el objeto de
reflexión de los oprimidos, de lo que resultará el compromiso necesario para su
lucha por la liberación, en la cual esta pedagogía se hará y rehará.
El gran problema radica en cómo podrán los
oprimidos, como seres duales, inauténticos, que “alojan” al opresor en sí,
participar en la elaboración de la pedagogía para su liberación. Sólo en la
medida en que descubran que “alojan” al opresor podrán construir a la construcción
de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la que ser es parecer
y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo. La pedagogía del
oprimido, que no puede ser elaborada por los opresores, es un instrumento para
este descubrimiento crítico: el de los oprimidos por sí mismos y el de los
opresores por los oprimidos, como manifestación de la deshumanización.
Sin embargo, hay algo que es necesario considerar en
este descubrimiento, que está directamente ligado a la pedagogía liberadora. Es
que, casi siempre, en un primer momento de este descubrimiento, los oprimidos,
en vez de buscar la liberación en la lucha y a través de ella, tienden a ser
opresores también o subopresores. La estructura de su pensamiento se encuentra
condicionada por la contradicción vivida en la situación concreta, existencial,
en que se forman. Su ideal es, realmente, ser hombres, pero para ellos, ser
hombres, en la contradicción en que siempre estuvieron y cuya superación no tienen
clara, equivale a ser opresores. Estos son sus testimonios de humanidad.
Esto deriva, tal como analizaremos más adelante con
más amplitud, del hecho de que, en cierto momento de su experiencia
existencial, los oprimidos asumen una postura que llamamos de “adherencia” al
opresor. En estas circunstancias, no llegan a “ad-mirarlo”, lo que los llevaría
a objetivarlo, a descubrirlo fuera de sí.
Al hacer esta afirmación, no queremos decir que los
oprimidos, en este caso, no se sepan oprimidos. Su conocimiento de sí mismos,
como oprimidos, sin embargo, se encuentra perjudicado por su inmersión en la
realidad opresora. “Reconocerse”, en antagonismo al opresor, en aquella forma,
no significa aun luchar por la superación de la contradicción. De ahí esta casi
aberración: uno de los polos de la contradicción pretender, en vez de la
liberación, la identificación con su contrario.
En este caso, el “hombre nuevo” para los oprimidos
no es el hombre que deberá nacer con la superación de la contradicción, con la
transformación de la antigua situación, concretamente opresora, que cede su
lugar a una nueva, la de la liberación. Para ellos, el hombre nuevo son ellos
mismos, transformándose en opresores de otros. Su visión del hombre nuevo es
una visión individualista. Su adherencia al opresor no les posibilita la
conciencia de sí como personas, ni su conciencia como clase oprimida.
En un caso específico, quieren la reforma agraria,
no para liberarse, sino para poseer tierras y, con estas, transformarse en
propietarios o, en forma más precisa, en patrones de nuevos empleados.
Son raros los casos de campesinos que, al ser “promovidos”
a capataces, no se transformen en opresores, más rudos con sus antiguos
compañeros que el mismo patrón. Podría decirse -y con razón- que esto se debe
al hecho de que la situación concreta, vigente, de opresión, no fue transformada.
Y que, en esta hipótesis, el capataz, a fin de asegurar su puesto, debe
encarnar, con más dureza aun, la dureza del patrón. Tal afirmación no niega la
nuestra -la de que, en estas circunstancias, los oprimidos tienen en el opresor
su testimonio de “hombre”.
Incluso las revoluciones, que transforman la
situación concreta de opresión en una nueva manera en que la liberación se
instaura como proceso, enfrentan esta manifestación de la conciencia oprimida.
Muchos de los oprimidos que, directa o indirectamente, participaron de la
revolución, marcados por los viejos mitos de la estructura anterior, pretenden
hacer de la revolución su revolución privada. Perdura en ellos, en cierta
manera, la sombra testimonial del antiguo opresor. Este continúa siendo su
testimonio de “humanidad”.
El “miedo a la libertad” (7), del cual se hacen
objeto los oprimidos, miedo a la libertad que tanto puede conducirlos a
pretender ser opresores también, cuanto puede mantenerlos atados al status del oprimido, es otro aspecto que
merece igualmente nuestra reflexión.
Notas
(7)
Este miedo a la libertad se instaura en los opresores, pero, como es obvio, de manera
diferente. En los opresores, es el miedo de perder la “libertad” de oprimir.
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