JOHN
SANFORD
LO QUE
SABE LA SOMBRA
por
Patrick Miller
TERCERA ENTREGA
¿Es
posible quedar atrapado ahí? ¿Es posible quedar condenados a enfrentarnos a la
sombra una y otra vez sin llegar a terminar de integrarla?
Creo que no. Para profundizar
realmente en la sombra es necesario movilizar lo que Jung denominaba Yo
-nuestro centro creativo- y cuando ello ocurre la depresión no puede quedar
instalada de manera permanente. Después de eso pueden tener lugar numerosos
cambios que asumen aspectos notablemente diferentes según el individuo en
cuestión. Entonces comienza a emerger lo que Kunkel denominaba el “centro real”
de la personalidad y el ego va estableciendo gradualmente una relación más estrecha
con ese centro. Entonces es mucho menos probable que la persona se identifique
con el mal porque la integración de la sombra siempre corre pareja a la
disolución de la falsa persona. Uno se torna mucho más realista porque ve con
más claridad la verdad sobre sí mismo y la verdad siempre tiene efectos
saludables. No debemos olvidar que la sinceridad constituye la mejor defensa
contra el verdadero mal y que dejar de mentirse a uno mismo es el mejor de los
amuletos.
¿Si el
ego no es nuestro “verdadero centro” cuál es entonces éste?
Lo que distingue el enfoque
junguiano de cualquier otra visión psicológica de la idea de que existen dos
centros de la personalidad, el ego -que constituye el centro de la conciencia-
y el Yo -el centro de la personalidad global (que incluye la conciencia, el
inconsciente y el ego). El Yo es, al mismo tiempo, la Totalidad y el centro
mientras que el ego es un pequeño círculo excéntrico contenido dentro de la
totalidad. También podríamos decir que el ego es el centro menor de la
personalidad y que el Yo, en cambio, es su centro mayor.
En los sueños podemos advertir
más claramente esta relación. En nuestra vida vigílica el ego es como el Sol
que todo lo ilumina pero también eclipsa las estrellas. No terminamos de darnos
cuenta de que nosotros no somos los creadores de los contenidos del ego consciente
sino que estos surgen de otro lugar sin participación consciente de nuestra
parte. El ego prefiere creer que es el artífice de todos nuestros pensamientos
pero, aunque no nos percatemos de ello, continuamente nos hallamos bajo la
influencia del inconsciente. En nuestros sueños todo cambia con la aparición
del ego onírico, nos referimos a él como “yo” y decimos “tropecé con un oso,
luché con él y luego apareció una bailarina”, por ejemplo. Pero la diferencia
es que el ego onírico sabe cosas que desconoce el ego vigílico. Podemos, por
ejemplo, recordar que durante el sueño hemos estado corriendo e ignorar, sin
embargo, algo que nuestro ego onírico conoce muy bien: nuestra huida.
Y lo que es más importante
todavía, el ego onírico nunca es más significativo que cualquier otra de las
imágenes que pueblan nuestro sueño. Cuando el sol se pone se manifiesta un
dominio invisible en nuestra vida vigílica, aparecen las estrellas y
descubrimos que no somos más que una estrella de entre las muchas que brillan
en el estrellado firmamente de nuestra alma.
Aunque en
vigilia admito a regañadientes la idea de
sombra, en sueños, sin embargo, me resulta algo mucho más real y poderoso que
una simple idea. En ocasiones hasta podría llegar a decir que me convierto en
la sombra, como si yo formara parte de
ella.
En efecto, en el sueño la sombra
constituye un sistema energético tan poderoso -al menos- como el ego. En el
ámbito del sueño los elementos del psiquismo son menos diferentes que en la
vigilia y el ego onírico puede observarlos, convertirse en ellos o ubicarse en
un estado intermedio entre las dos posiciones anteriores.
La sombra es siempre un aspecto
del ego y sus cualidades pueden haber formado parte de su estructura. También
podríamos decir que la sombra es algo así como el hermano -o la hermana- del
ego y no necesariamente una figura siniestra. Por último, también es importante
recordar que la sombra siempre tiene motivos para hacer lo que hace, motivos
relacionados con alguna cualidad reprimida del ego. No es nada habitual que en
sueños nos convirtamos en la sombra, es mucho más probable, en cambio, que el
ego onírico observe las transformaciones que asume la sombra durante el sueño.
Supongo
que es mucho más seguro identificarse con la sombra en un sueño que en la vida
vigílica.
Bien, de nuevo nos encontramos
con el tema de las sutilezas de la sombra. En este punto sigo más a Künkel que
a Jung. La idea de que el ego se halla originalmente muy próximo al centro del
Yo y que, en la medida en que se aleja de él, desarrolla una actitud egocéntrica que suele verse exacerbada
por tendencias infantiles desfavorables cuya naturaleza termina determinando
las peculiaridades de nuestras defensas egocéntricas y, por consiguiente, las
características de la misma sombra.
Supongamos que una persona se
experimente a sí misma como débil e ineficaz ante el medio pero que para
adaptarse a la vida se convierta en una especie de “enredadera”, alguien que no
desarrolla su propia fortaleza sino que se apoya en la de los demás a quienes
aprende a valorar de acuerdo a esa dimensión. De este modo termina asumiendo
una postura egocéntrica que es, al mismo tiempo, necesitada y merecedora. Este
es el tipo de persona que siempre necesita el apoyo de los demás, que puede
enumerar un montón de razones para justificar su demanda y, en el caso de no
recibir lo que exige, desprecia a los demás como malas personas.
Este tipo de persona es muy
aburrido. De modo que la gente suele cansarse pronto de ellos y, cuando tal
cosa ocurre, deja de ayudarles. Entonces se sienten amenazados y ansiosos.
Ahora bien, para mantener una actitud egocéntrica de dependencia e
identificación ha debido reprimir el valor y la sinceridad -cualidades, por lo
demás, muy deseables. Pero frente a ellas nuestro sujeto se siente mortalmente
amenazado y es por ello que las considera diabólicas. No debemos olvidar que
las cualidades reprimidas pueden terminar
siendo peligrosas.
Supongamos el caso de un
adolescente que asuma la defensa egocéntrica de la tortuga y para ello se aísle
de los demás. Su apariencia solitaria y taciturna le convierte entonces en el
blanco idóneo de cualquier pesadilla que tenga la propensión egocéntrica de
atormentar a los demás. Estos se dedican a hostigar a la sombra fuera de ellos
hasta que llega un día en que su caparazón egocéntrica de solitario explota y
la sombra brota a la luz del día. En ese momento puede emprenderla a puñetazos
con los demás y, aun en el caso de que reciba algún que otro golpe, las cosas
pueden mejorar favoreciendo incluso su integración psicológica. Ahora bien, en
el caso de que la energía haya sido reprimida durante mucho tiempo y con mucha
intensidad también puede coger el revólver de su padre, disparar sobre sus
torturadores y suscitar un lamentable incidente.
¿Usted
cree que el muchacho estaba pidiendo eso a sus torturadores?
Por supuesto. El inconsciente
está emitiendo precisamente el mensaje exacto que nuestro sujeto necesita para
catalizar su integración. Künkel solía decir a este respecto que los
“arcángeles” son enviados para completar el plan divino.
Pero los
arcángeles no necesariamente son cuidadores.
Así es. Ellos sólo preparan el
escenario. Lo único que sabemos es que cuando los arcángeles entran en
acción las cosas ya no permanecen igual.
Nadie puede predecir lo que ocurrirá a partir de entonces. No deberíamos tomar
a la ligera el tema de la liberación de la sombra. Es necesario que el trabajo
de despliegue y liberación de la hostilidad tenga lugar en el contexto seguro
de una relación terapéutica -o en cualquier otra situación controlada- para que
la sombra pueda expresarse de manera gradual.
Künkel hizo la misteriosa
afirmación de que “en los momentos decisivos Dios siempre está del lado de la
sombra, no del ego” ya que la sombra siempre se halla mucho más próxima al
impulso creativo.
Ahora bien, el ego no
necesariamente sostiene una actitud egocéntrica. En tal caso estaríamos
hablando de algo completamente diferente ya que el ego mantiene una relación
creativa sana tanto con la sombra como con el Yo. El proceso de integración no
mengua, pues, al ego, sino que simplemente distiende la firmeza de sus
fronteras. Entre un ego fuerte y un ego egocéntrico existe una tremenda
diferencia ya que el último es siempre débil. Así pues, el proceso de
individuación que nos permite actualizar nuestro propio potencial real no puede
tener lugar sin la presencia de un ego fuerte.
¿Eso
significa que es imposible llegar a ser el “Yo”?
Correcto. El ego es el vehículo
necesario para la expresión del Yo pero debemos estar dispuestos a hacer lo
necesario para ponerlo en su lugar. Como Moisés, por ejemplo, escuchando la
palabra de Dios entre las zarzas ardientes y conduciendo luego a los judíos
desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Esa es una acción que sólo puede
llevarla a cabo un ego fuerte.
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