ANÓNIMO
INGLÉS DEL SIGLO XIV
LA
NUBE DEL NO-SABER
EL
LIBRO DE LA ORIENTACIÓN PARTICULAR
Franciscus hanc editionem fecit
TERCERA ENTREGA
William
Johnston / Introducción
La
pérdida del “yo” (2)
Dejemos a los
existencialistas. En La Orientación
Particular del autor inglés se insiste fundamentalmente en la idea de
separación con todo el sufrimiento que esto supone. Pero aquí su lenguaje es
más preciso. El sufrimiento del hombre no nace de su existencia, sino de ser
como es. Y el autor hace esta oración existencial: “(Yo te ofrezco) lo que soy y la manera como soy” (p. 202).
Ahora ya dejado
suficientemente claro que el problema no es la existencia misma, sino una
existencia limitada, por eso ya no necesita otra explicación.
Al principio de este
tratado hace una afirmación que se repite a lo largo de toda la obra: “Él es tu ser y en él eres lo que eres”.
Para que esto no suene a panteísta, el autor se apresura a añadir: “Él es tu ser, pero tu no eres el suyo”. Como
para recordarnos que aunque Dios es nuestro ser, nosotros no somos Dios. Pero,
una vez hecha esta distinción, sigue insistiendo en que el gran sufrimiento e
ilusión del hombre es su incapacidad para experimentar que Dios es su ser. Más
bien tiene la experiencia de estar alejado de Dios. Todo el anhelo de su
dirección consiste en llevarnos a la experiencia de que él “es tu ser y de que en él tú eres lo que eres”. El hombre no
encuentra su verdadero “yo” en el aislamiento ni en la separación del todo,
sino sólo en Dios. El conocimiento y el sentimiento de cualquier otro “yo” distinto
a este ha de destruirse.
Esto nos lleva a la ley
inexorable de que el “yo” incompleto debe morir, a fin de que pueda surgir el
verdadero “yo”. “Si el grano de trigo que
cae en tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto”.
En este contexto
podemos quizá entender la constante afirmación del autor de que el pensamiento
y el sentimiento del “yo” ha de ser aniquilado. Pero esta aniquilación es menos
terrible porque es obra del amor.
“Tal
es el proceder de todo verdadero amor. El amante se despojará plenamente de
todo, aun de su mismo ser, por aquel a quien ama. No puede consentir vestirse
con algo si no es el del pensamiento de su amado. Y no es un capricho pasajero.
No desea siempre y para siempre permanecer desnudo en un olvido total y
definitivo de sí mismo”. Si amamos, la muerte sobrevendrá
inevitablemente y el “yo” quedara anegado en un final terrible. Pero será
muerte gozosa. Permítaseme una palabra sobre la conexión entre amor y muerte.
En la filosofía
tomista, a la que el autor inglés es tan fiel, el amor es “extático”, en cuanto
nos saca de nosotros mismos para vivir en lo que amamos.
Si amamos el dinero,
vivimos en el dinero; si amamos a nuestros amigos, vivimos en ellos; si los
amamos en Dios, vivimos en Dios. Esto significa que en el amor hay una unión
real, como lo expresa san Juan de la Cruz (otro tomista profundo) en sus
enigmáticas palabras: “Mas ¿cómo
perseveras, oh vida!, no viviendo donde vives…?”. ¿No es porque su vida,
fuera de su cuerpo, palpita en aquel a quien ama? Y se pregunta cómo puede
continuar esta vida. Pues la muerte es una consecuencia inevitable del amor
extático.
El dilema es terrible.
Si el hombre se niega a amar, su “yo” separado permanece en su angustioso
aislamiento sin un acabamiento definitivo, aunque ontológicamente Dios esté en
su ser. Si ama, elige la muerte para el “yo” separado y la vida para el “yo”
resucitado. Precisamente el “yo” resucitado es el que actúa en la
contemplación, y esta ya nunca cesará.
“Pues
en la eternidad no habrá necesidad de obras de misericordia como la hay ahora.
La gente no tendrá hambre ni sed, ni morirá de frío o de enfermedad, sin hogar
o cautiva. Nadie necesitará una sepultura cristiana, pues no morirá nadie. En
el cielo ya no habrá que lamentarse por nuestros pecados o por la Pasión de
Cristo. Por eso, si la gracia te llama a elegir la tercera parte, elígela con
María”. Esto nos lleva al problema de la relación del
verdadero “yo” con todo. El autor afirma que hay una unión total (“Él es tu ser”) y, sin embargo, no es
total, porque yo no soy el ser de Dios (Tú
no eres el suyo”). Un riguroso tomista del siglo XIV lo hubiera explicado
según la noción platónica de las ideas en la mente de Dios, esto es, que la
creación existe desde la eternidad en su mente, de forma que existe una total
unidad frente a la variedad. La experiencia de esto sería el “casto y perfecto
amor” en el que uno está “ciegamente” unido a Dios; es decir, sin pensamientos,
sentimientos o imágenes de ninguna clase, experimentándose a sí mismo en Dios y
por Dios. San Juan de la Cruz parece estar apuntando a esto cuando dice que al
principio experimentamos a Dios a través de las criaturas, mas en la cumbre
experimentamos las criaturas a través del Creador.
Pero estoy convencido
de que esta metafísica tiene menos sentido para el hombre moderno que para la
concepción dinámica de Teilhard de Chardin. La de este último es más bíblica,
poniendo como centro a Cristo resucitado omega así como la resurrección de todos
los hombres. Contempla la unión escatológica como una total inhabitación de
Dios en el hombre y del hombre en Dios y de todos en Cristo que va hacia al
Padre de acuerdo con las palabras de Jesús en Jn 17. Por lo que se refiere a la
paradoja de que todo es uno y no uno, Teilhard contesta con un principio que se
repite a lo largo de toda su obra: en el ámbito de la personalidad, la unión
crea la diferencia: cuanto más unido estoy con Dios, más soy yo mismo. Aquí la
unión se distingue claramente de la absorción aniquilante: en la unión con el
otro encuentro mi verdadero ser. ¿Paradoja increíble? Sin embargo, en este
mismo sentido explicamos la Trinidad. ¿Y no se aplica también el principio de
que la unión crea la diferencia a las uniones humanas y a las relaciones
interpersonales? En la más honda y amorosa unión con el otro, lejos de
perdernos a nosotros mismos, descubrimos nuestro “yo” más profundo en el centro
de nuestro ser. Si esto es cierto de las relaciones humanas, se ha de aplicar
también a la unión más íntima: la de Yavé con su pueblo.
He tratado de explicar
la posición del autor con respecto a la pérdida de “yo”, que es parte integral
de su dirección y problema importante del escenario religioso moderno. Pero me
apresuro a delatar que el autor es reacio a dar explicaciones y, cuando las da,
lo hace solamente como concesión a los teólogos eruditos que pudieran leerlo y
criticar su libro.
Cuantas veces observa
que “sólo quien tiene experiencia puede
realmente entender”. Si existe algún problema, existe solamente a nivel
verbal o metafísico. Pero a nivel del amor experiencial no existe tal problema
ya que entonces uno sabe existencialmente lo que es perderse y encontrarse a sí
mismo al mismo tiempo. El talante del autor es no explicar (pues no es posible
explicación alguna), sino conducir al discípulo a un estado de conciencia en
que pueda verlo por sí mismo.
“Por
eso te insto: ve en pos de la experiencia más que del conocimiento. Con
respecto al orgullo, el conocimiento puede engañarte con frecuencia, pero este
afecto delicado y dulce no te engañará. El conocimiento tiende a fomentar el
engreimiento, pero el amor construye. El conocimiento está lleno de trabajo,
pero el amor es quietud”. Es lo mismo que en el caso de los
zen budistas, que, sin explicarlo, insisten en que uno se ha de sentar
simplemente a meditar.
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