G.
K. CHESTERTON (1874 – 1936)
EL
HOMBRE QUE FUE JUEVES
(PESADILLA)
Traducción
y prólogo de ALFONSO REYES
VIGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
CAPÍTULO
NOVENO (1)
EL HOMBRE DE LAS GAFAS (1)
-Buena cosa es el
Borgoña -exclamó el Profesor descansando el vaso.
-Pues no parece
gustarle a usted mucho. Lo toma usted como una medicina.
-Tiene usted que
disculparme -dijo el Porfesor con tristeza-, mi caso es singularísimo. Por
dentro, estoy lleno de alegría infantil; pero tanto y tan bien he hecho de
profesor paralítico, que ya no puedo dejarlo: cuando estoy entre amigos, donde
no necesito usar disfraz, no puedo menos de hablar despacio balanceando la
cabeza y arrugando la frente, como si en realidad fuera mi frente. Puedo ser
enteramente feliz, pero siempre a la manera del paralítico. Saltan de mi
cerebro las exclamaciones más ardientes, pero al salir de mi boca se han
transformado. Si usted me oyera decir: "¡Ánimo muchacho!" se le
saldrían las lágrimas.
-Puede ser -dijo Syme-.
Pero se me figura, con todo, que está usted algo preocupado. El Profesor se le
quedó mirando:
-Es usted muy
inteligente -dijo al fin-. Da gusto trabajar con usted. En efecto, tengo como
una nube en la cabeza. Vamos a afrontar un problema tan arduo...
Y se llevó ambas manos
a las sienes enrarecidas.
-¿Toca usted el piano?
-preguntó después.
-Sí -dijo Syme con no
fingida sorpresa-; y dicen que no lo hago del todo mal.
Y como el otro seguía
callado, añadió:
-Espero que se disipará
esa nube ¿eh?
Tras larga pausa el
Profesor dejó salir, por el hueco que formaban sus manos, estas palabras:
-Hubiera sido lo mismo
que supiese usted escribir a máquina.
-¡Hombre, muchas
gracias por el elogio!
-Escúcheme usted
-continuó el otro- y acuérdese del hombre con quien tendremos que habérnoslas
mañana. Mañana usted y yo vamos a intentar algo más difícil que sacar de la
torre de Londres los diamantes de la Corona; vamos a extraerle su secreto a un
hombre muy burdo, muy fuerte, muy ladino. Creo que, después del Presidente,
ninguno hay más asombroso y formidable que ese tipo de las sonrisillas y las
gafas. Quizá no tenga ese entusiasmo al rojo vivo, ese entusiasmo hasta la
muerte que caracteriza al Secretario, y que en él llegaría al martirio por la
anarquía. Pero ese mismo entusiasmo, como pasión humana que es, constituye un
motivo de redención. En cambio el doctorcito este goza de una salud, de una
cordura brutal, más repulsiva que el desequilibrio del Secretario. Ya habrá
usted notado su vigor, su vitalidad detestable. Ese hombre rebota como un balón
de goma. Por eso creo que no se dormía el Presidente (y me pregunto si
realmente dormirá alguna vez) al encerrar todos los planes del atentado en la
negra y redonda cabezota del doctor Bull.
-¿Y se le ha ocurrido a
usted ablandar a ese monstruo tocando el piano? -interrogó Syme.
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