ANGIE OÑA EN “SER HUMANA”
LA IRRUPCIÓN DE UN EXTRAORDINARIO TEATRO URUGUAYO
Hugo Giovanetti Viola
El domingo 22 de julio presenciamos, en Tractatus,
la última función de una inusualmente exitosa primera temporada de Ser humana, una pieza teatral inspirada
en la vida y obra de Sabina Spielrein, la legendaria paciente y amante de Carl
G. Jung que terminó por constituirse en un icono inspirador del más
resplandeciente agite femenino que
flamea en nuestros tiempos.
El primer acierto de este inolvidable espectáculo (que tendrá, sin duda
alguna, una vida muy larga) es incluir, en la portada del programa-guía, la
propuesta del paradigma estético que impulsó a la actriz-dramaturga Angie Oña y
al director Freddy González a instalar el ventarrón de este orgasmo celeste en
la plena placidez de la rambla portuaria de Tontovideo: El lenguaje simbólico es una necesidad del alma.
Vale decir: se nos avisa a priori que
vamos a ser despeinados (para
hablarlo en Cortázar) por un teatro capaz de narrar lo extraordinario e inducirnos
al trance con la todopoderosa
eficacia de las danzas derviches (para hablarlo en Artaud).
Hay aquí un riesgo, pero en las
presentes circunstancias me parece que vale la pena aventurarse, advertía el desorbitadamente lúcido autor de El teatro y su doble: No creo que podamos revitalizar el mundo en
que vivimos, y sería inútil aferrarse a él; pero propongo algo que nos saque de
este marasmo, en vez de seguir quejándonos del marasmo, del aburrimiento, la
inercia y la estupidez de todo.
Y tal cual: Angie Oña y Freddy González asumieron este desafío y lograron
concretar un estructuradísimo descalabro emocional que nos impacta con una
gracia de transfiguración propia de Herrera y Reissig, Fabini, Felisberto
Hernández, Onetti, Torres García, Marosa di Giorgio, Espínola Gómez o la dupla
Suárez-Cavani perforando la copetudez de un campeón de Europa comandado por
Cristiano Ronaldo.
A nivel personal, puedo asegurar que Ser
humana logró reconciliarme con un endémicamente estandarizado y tibio y
arrítmico teatro uruguayo en el que incursioné dos veces como guionista,
ensamblándome con puestas bienintencionadas pero carentes de esa fundamentalista vocación de tensión que
define no sólo al verdadero arte sino a la vida misma. (En el cine me fue mucho
mejor, porque a partir de 2005 vengo trabajando con Álvaro Moure Clouzet, un alquimista
multimediático obsesionado por uroborizarse con la magia barrosa de
Purificación.)
Angie Oña y Freddy González
abrevan en la tan injustamente vapuleada (sobre todo en Tontovideo) búsqueda
revolucionaria de la acción-danza que sistematizó Jerzy Grotowsky, pero al
mismo tiempo teorizan con la palabra (cosa
que Artaud no hubiera compartido) sin saturar
a un público electrizado por la subyacencia de arquetipos como el de San
Giorgio robando la terribilità del drago y sobre todo el de la erótica
penetración del Verbum en las aguas primordiales para consumar la tan deseada unión
de los opuestos o Lapis philosophorum.
Y este efecto se logra
porque la actriz transita sin descanso entre una vertiginosidad lumínica y
musical que parece mezclar al Tren Fantasma con la Montaña Rusa y además nos
divierte y nos ama: uno se siente amado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario