LILLIAS CAMPBELL DAVIDSON Y SU BICICLETA
A Lillias Campbell Davidson (1853-1934) le encantaba
montar en bicicleta. Dicho así no parece gran cosa, pero eso le hizo pasar a la
historia. Cuando a sus veinte años la joven Lillias se enamoró de su primera
bici, inició un viaje que iba mucho más allá de un puro divertimento.
En 1892, Davidson fundó en Inglaterra la Lady Cyclists’ Association (Asociación
de Mujeres Ciclistas), que hoy día se considera la primera organización
ciclista para mujeres. Puede seguir pareciendo poca cosa para hacer historia.
Pero hay que tener en cuenta que a finales de 1800 una mujer en bicicleta
no significaba solo una mujer en bicicleta. En aquel tiempo una mujer en bici
era un desafío.
Campbell Davidson y la sensación de libertad
Lillias Campbell
Davidson nace en Estados Unidos, pero de niña se muda a Inglaterra. Crece en el
seno de una familia con buena posición económica, algo que marca su obra y su
carácter. Campbell será una feminista elitista y moderada, por
decirlo de alguna manera.
Pero su amor por el
ciclismo es radical. Ella disfruta montando en bicicleta. Un disfrute
inmediato, físico. Según recoge el New York Times,
le maravilla “la sensación de movimiento activo, del poder de la locomoción
libre, la emoción del ejercicio saludable”. Esto ya le
enfrenta a la sociedad bienpensante de la época. Machista, por supuesto. Desde
la política e incluso desde la medicina salen voces escandalizadas ante la pretensión
de las mujeres de realizar deportes que supusieran esfuerzos físicos. Paréntesis:
no me consta el mismo escándalo ante las trabajadoras en las fábricas o en el
campo, pero será que no he mirado bien.
Algunos médicos
llegan a inventarse una enfermedad: cara de bicicleta. Resumiendo: ir en bici no es natural para una mujer. La cara enrojecida
propia del esfuerzo físico, aparte de ser poco femenina podía traer males terribles: insomnio, dolor de cabeza e
incluso infertilidad y tuberculosis.
Davidson no temía a
la bici, todo lo contrario. La alegría por el puro ejercicio físico, pero
también la sensación de libertad, la habían cautivado desde muy joven.
Lo que temía un poco más era el reproche social ante una
actividad tan poco apropiada para una mujer de su posición. Lillias se
levantaba muy temprano. Cuando las calles desiertas mantenían a su bicicleta a
salvo de miradas indiscretas ella daba su paseo matutino.
Lillias pensó que
si eran más, sería más fácil aguantar los reproches y los improperios que
recibían las jóvenes ciclistas. Así que abogó por formar grupos de
mujeres ciclistas, lo que le llevó a crear en 1892 la primera asociación de ciclistas femeninas que se conoce.
La única posible para ellas en aquellos tiempos. Hasta 12 años después no se
permitió la presencia de las primeras mujeres en asociaciones ciclistas
masculinas.
Campbell Davidson
es la primera presidenta de la Lady Cyclists’ Association, cargo que ostentará durante cinco
años. Tiene su sede en el 35 de Victoria Street, en Londres y la cuota anual
cuesta tres chelines y seis peniques. Sus principales actividades son la
organización de rutas y excursiones, así como consejos sobre bicicletas y
equipos.
En 1986, Campbell
Davidson publica Handbook for Lady Cyclists (Manual para
mujeres ciclistas) donde escribe que “se abre un nuevo mundo de placer para la
mujer que se encuentra a sí misma”. Así podía escapar del pequeño mundo que
se había construido para ellas. Según Davidson, “el mundo de
las mujeres ha sido antinaturalmente estrecho y contraído de puertas para
adentro”.
En el mismo
sentido, en 1889 publicó Hints to Lady Travellers, una guía que animaba a
las mujeres a viajar por su cuenta y les proporcionaba consejos
prácticos.
Batalla cultural
Tanto los médicos
inventores de la cycle face como las feministas sabían
que la popularización de la bici era una cuestión que iba mucho más
allá del deporte. Era lo que ahora se llamaría una “guerra cultural”.
La líder feminista
norteamericana Susan Anthony, declara en 1896 al New York World: “la bicicleta ha hecho más por
la emancipación de la mujer que ninguna otra cosa en el mundo. Le da una
sensación de libertad y seguridad en sí misma. Le hace sentir como si fuera
independiente”.
Campbell Davidson está en esa guerra.
Es consciente de la oportunidad que la bicicleta proporciona a las mujeres. Al
menos a las de clases altas y medias, que pueden permitirse comprar una bici en
aquellos tiempos. Años más tarde la bici se popularizará.
La bicicleta da a
la mujer independencia. Le permite salir del espacio acotado de la casa y
moverse sola a voluntad, sin depender de un marido o un cochero. Y una vez que se prueba eso,
no se suele volver atrás. Normalmente se quiere más.
Como siempre, las pioneras tuvieron que pagar un precio. Fueron
insultadas, menospreciadas, algunas incluso apedreadas. Pero era imparable.
En 1895 se hizo
famosa Annie Londonderry, la primera mujer que dio la vuelta al
mundo en bicicleta. En realidad se llamaba Annie Cohen y había nacido en Letonia y
emigrado a Estados Unidos siendo niña. Lo de “Londonderry” forma
parte de su hazaña. Era el nombre de la empresa que patrocinaba su vuelta al
mundo en bici.
Annie no era
aficionada a la bicicleta, pero sí lo era a la aventura. Así que se montó en su
bici, se despidió de su marido y sus dos hijos y salió de Boston con una muda
de ropa, un revólver y un cartel del agua de manantial Londonderry
Lithia. Rodeó el mundo y volvió meses después.
Hay que decir que
su vuelta al mundo no sería hoy día “homologada”, ya que utilizó muchos
otros medios de transporte. Sus críticos decían que había viajado más ‘con’ una
bici que ‘en’ una bici. Pero sí alcanzó su objetivo principal,
demostrar que las mujeres podían atravesar el mundo valiéndose por sí mismas.
Aunque para
ello tuvo que deshacerse, al principio del camino, de su antigua e
incómoda vestimenta.
La afición por la
bicicleta aceleró cambios en la moda de las mujeres. Otra batalla
cultural muy ligada a la popularización del ciclismo.
La moda lleva una
fuerte carga ideológica, en todas las épocas. En aquellos tiempos la moda femenina significaba pesados vestidos y corsés,
pensados únicamente para gustar a los hombres. Además, tenían el conveniente efecto de reducir mucho la comodidad y el
movimiento. Las mujeres no necesitaban hacer nada por sí mismas y
quedaban a merced de maridos y sirvientes. Hablamos de clases medias y altas,
obviamente.
Esa ropa no servía
para montar en bici, para ganar su libertad e independencia. Y llegaron los bloomers. En 1851 Libby Miller, una abogada
feminista, los presentó en sociedad. Eran unos pantalones bombachos
de inspiración oriental que deben su nombre a otra
feminista,Amelia Bloomer. Ésta dirigía un
periódico “dedicado a los intereses de la mujer”, The Lyli. Y esa publicación se encargó de
popularizarlos. Solían ir acompañados por una especie de túnica atada a la
cintura.
Los bloomers era
una ropa funcional, más cómoda, que sí permitía ir en bici. Además se convirtieron en una manera de expresar unos valores, al
estilo de algunas tribus urbanas actuales.
El ambiente estaba
creado. Pudo ser cualquier otra, pero fue Campbell Davidson la primera que dio
un impulso importante al ciclismo femenino. Y aunque Davidson era consciente de
todo lo que había detrás, que ella misma promovía, también podríamos decir que
le sobrepasaba.
Una mujer de orden
Por una parte
Davidson era de familia rica, y nunca se desprendió de su carácter elitista. En su libro de
sugerencias a las damas viajeras recomienda que para viajar por Europa “es
una gran comodidad llevarse la bañera”. También recomendaba tener cuidado
con los sirvientes, que “provienen de una clase muy inferior”; y que “los
compañeros de viaje más desagradables” son “sirvientas y lacayos de
damas”.
Leyendo el perfil que publica Amanda Hess en The New York Times sobre Campbell Davidson, la
podríamos definir como una feminista descafeinada. Incluso en lo referente
al ciclismo, desanimaba a las mujeres a presentarse a competiciones, ya que “el
sistema nervioso de una mujer sufre cien veces más que el de un hombre”.
A la vez que enseña en su manual el
funcionamiento y las partes de la bicicleta, advierte de que “no hay
necesidad de que la mujer transmita constantemente sus conocimientos en una
conversación”. Y que una vez renovadas por el ejercicio mañanero, podían
volver a ejercer su labor de amas de casa “renovadas y preparadas para
asumir la carga de la vida cotidiana una vez más”.
Campbell Davidson
no pretende cambiar ningún orden social, no quiere asustar a los hombres ni
luchar contra el patriarcado. Tal vez solo pretende un poco de libertad para
las mujeres de clase alta que estén preparadas para saberla
usar como dios manda. Digo yo. Aunque al hacerlo abre una brecha más
importante de lo que quizás a ella le pudiera parecer.
Adopta un discurso
de orden, aunque su actitud vital supone un desafío para la estricta
moral victoriana de la época: nunca necesitó a ningún hombre.
En Inglaterra compartió piso con otras dos mujeres, algo escandaloso en su
ambiente. Murió en 1934, a los 80 años, sin haberse casado nunca.
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