THOMAS EMMENEGGER, PSIQUIATRA Y
EMPRENDEDOR SOCIAL
por Ima Sanchís
(18-6-2018)
“Nací en Lucerna, Suiza, y vivo en Milán. Vivo en pareja
y tengo dos hijos. Soy jefe de ejercicio de la Organización Sociopsiquiátrica
del cantón de Ticino, Suiza”.
Atiende a
personas, no enfermedades. Desde sus inicios luchó por la abolición de las
medidas coercitivas (habitaciones de aislamiento, atar a los pacientes…) y lo
ha implementado con éxito en hl hospital público suizo de que es jefe de
servicio. En 1996 fundó la empresa cultural y social sin fines de lucro Olinda
en un viejo hospital psiquiátrico de los suburbios de Milán en la que enfermos
mentales y jóvenes del barrio gestionan y trabajan en su restaurante, bar,
catering, albergue, hotel, teatro… Desarrolló proyectos internacionales de
salud pública para la OMS. Ha participado en el V Congrés Català d’Infermeria
de Salut Mental, organizado por la Associació Catalana de Salut Mental, en el
hospital de Sant Pau.
¿Todos los locos son tristes?
Ni mucho menos. Lo son si están solos.
¿Qué ha entendido?
Que todos somos diferentes incluso en
la enfermedad mental. El diagnóstico no nos dice nada de la persona, para cada
esquizofrénico hay que buscar un camino. La institución psiquiatra se debe
adaptar a la singularidad de la persona.
No es fácil.
Pero es hermoso.
Un psiquiatra suele recetar.
El fármaco es una muleta que ayuda a
contener los síntomas pero no cura. Lo que cura es la relación y el afecto. No
hay terapia sin simpatía.
¿Entre médico y paciente?
Sí, y enfermeros y pacientes. Cuanto
peor está una persona más relación de afecto necesita.
¿Es proporcional?
Un enfermo mental no suele tener sólo
un problema clínico, también tiene un problema social: ha perdido la casa, el
trabajo y se ha peleado con los suyos. Está solo. Es necesario ayudarle a
reconstruir las oportunidades sociales para que pueda reencontrar su camino.
No es práctica habitual entre
psiquiatras.
Para quien trabaja en una institución
pública debe ser una práctica cotidiana. Nosotros no tenemos maquinarias
complicadas, sólo tenemos nuestro conocimiento y afecto. Hay que tener una
relación intensiva con los enfermos.
¿Cómo de intensiva?
Hemos calculado que cuando llega una
persona en crisis psiquiátrica la media son dos horas con ella, algo que es muy
difícil desde el punto de vista organizativo pero indispensable si quieres
construir una relación.
Me sorprende usted.
Lo primero es comprender, y para eso
tienes que escuchar, hacer preguntas no estandarizadas, tener paciencia y dar
crédito a la persona. No se trata de controlar, de encerrar, de calmar con
fármacos, sino de establecer una relación.
Póngame un ejemplo.
A un suicida no hay que encerrarlo para
que no lo vuelva a intentar sino estar con él.
¿Y eso cura?
Sí, la dedicación intensiva en los
momentos de crisis allana el camino para poder seguir trabajando con la
persona. Sin embargo, si el primer encuentro se reduce a encerrarlo en espera
de que pase la crisis el seguimiento es muy difícil porque falta la confianza,
la relación.
¿Hasta qué punto somos sólo química o
somos algo más?
Antes pensábamos que el cerebro no se
puede regenerar, hoy sabemos que tiene una capacidad transformadora de sí
mismo.
Usted es un abanderado en contra de la
sujeción física.
De todas las medidas coercitivas:
puertas cerradas, atar a la gente a la cama y las habitaciones de aislamiento.
Llevo años aplicando mi programa y mi receta en un hospital público: tiempo de
conversación con el paciente, y gracias a eso hemos eliminado esas medidas.
¿Y si la persona es muy agresiva?
Le pondré un ejemplo: la policía nos
trae a un hombre enmanillado con una grave crisis maniaca, agresivo y agitado.
Tras dos complicadas horas de conversación consigo entender que se ha dejado la
puerta de casa abierta.
Y eso le preocupa y le altera.
Le acompañamos a su casa con la
condición de que vuelva y acceda a tomarse los fármacos en lugar de
inyectárselos a la fuerza.
Necesita personal muy especializado.
Necesito personal motivado. Y sale
rentable.
¿Y pasada la crisis?
Tenemos un programa personalizado
dentro y fuera del hospital. Hemos creado un equipo que visita a los enfermos
en su casa, a algunos dos veces al día. Hay que ayudarles en el plano social
porque la soledad es terrible. No los puedes abandonar, si lo haces volverán al
principio.
Ha creado usted una oenegé en un
antiguo hospital que les da trabajo.
Es un proyecto que inicié hace veinte
años en el antiguo hospital psiquiátrico de Milán que hemos transformado en un
espacio para la ciudad. La antigua cocina es hoy un teatro, la capilla ardiente,
un restaurante, el convento, un hostal.
¿Se puede comer, dormir, ver teatro…?
Sí, y se puede encontrar trabajo y
amigos. Realizamos multitud de proyectos: con 40 pacientes y abuelas del barrio
hacemos pasta fresca que vendemos a restaurantes; catering, un laboratorio de
teatro con jóvenes del barrio y pacientes que les ayuda a descubrir sus
talentos y donde se hablan quince lenguas diferentes.
¿Y eso?
Es la composición de la periferia
urbana de Milán: asiáticos, africanos, latinoamericanos... Nuestras obras son
tan famosas como nuestras pizzas, la gente viene y paga por ello. Trabajamos
con productos de mucha calidad y lo hacemos muy bien. Somos un proyecto
sostenible.
¿El poder de la determinación?
Debemos creer en nuestra capacidad
transformadora, no sólo somos objetos del destino, podemos contribuir
activamente en hacer un pedacito de historia, aunque sea homeopático.
¿Es duro trabajar con enajenados?
Es una fuente de enorme riqueza. Los
límites de la normalidad los definen miedos y prejuicios, pero ese confín se
puede ensanchar y en esa frontera hay autenticidad.
¿En qué cree usted?
Todos tenemos una capacidad emancipadora dentro, hay que descubrirla y
hacerla emerger.
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