JOSÉ MARTÍ: CRONISTA DE LO INVISIBLE
por Liliana Weinberg
PRIMERA ENTREGA
Resumen. En este artículo se propone
una lectura de la crónica neoyorkina de José Martí dedicada a la "Nueva
exposición de los pintores impresionistas", enviada al director del diario
La Nación de Buenos Aires el 2 de julio de 1886 y publicada el 17 de agosto del
mismo año. Se procura desatar algunas de las múltiples hiladas de sentido que
confluyen en el texto, tales como el deslumbramiento estético propiamente dicho
que el autor-testigo experimenta y transmite a sus lectores o la vívida
descripción y la tan certera como temprana valoración de la pintura
impresionista hecha por el gran escritor cubano. A ello se debe agregar otros
elementos, tales como el hecho de que Martí advirtió muy tempranamente que el
eje del mercado del arte se estaba trasladando de París a Nueva York. Y sobre
todo se llama la atención sobre la compleja batalla que debió librar en el
interior y en el exterior de su texto para compatibilizar las exigencias del
cronista y la pulsión del artista-escritor, sus distintos ritmos y diversos
tironeos entre la demanda de informar-comunicar y el interés en
interpretar-participar, pasar y quedarse, dar cuenta de datos y cifras o
demorarse en una reflexión sobre la lucha productiva de los artistas con la
naturaleza y la luz.
A través de textos como "Nueva
exposición de los pintores impresionistas", enviado desde Nueva York el 2
de julio de 1886 al diario La Nación de Buenos Aires, que lo publicó el 17 de agosto
del mismo año, José Martí se convirtió en cronista de lo invisible e intérprete
de lo visible: escritor, periodista, político, pensador, fue también Martí un
agudo crítico del arte y un adelantado en la valoración del impresionismo, en
la reflexión sobre los nuevos procesos artísticos y en su papel de mediador
entre letra e imagen, entre las demandas de informar y las exigencias de
interpretar, así como en su capacidad para tender puentes, a través de una
prosa certera, entre soportes, formatos, tradiciones y públicos.
En el presente trabajo procuraré
indagar algunos de estos temas y abordaré también la compleja y tensa relación
de atracción y distanciamiento que se da en las últimas décadas del siglo XIX
entre periodismo y literatura, entre las esferas de "la cosa impresa"
(Angenot 1984: 83) y el libro, parangonable a la que se dio por esos mismos
años entre la fotografía y la pintura, y que se resolvió con el surgimiento de
nuevas instancias-puente y soluciones simbólicas. "Pena da a veces ver
cómo cortejan estos periódicos a la muchedumbre" (Martí 1963: 41),
escribió ese gran autor que a su vez hizo de la crónica un lugar para la
experiencia escritural y creativa.
En nuestro caso atenderemos a las
operaciones por las que Martí fue trazando su perfil como cronista, periodista,
ensayista, creador y crítico a la vez que encontrando su propia voz en cuanto
"sujeto relativamente diferenciado" (Ramos 2003a: 309). El propio
texto es el lugar donde se despliegan estas tensiones y donde asistimos a un
permanente contrapunto entre identificación y toma de perspectiva. Otro tanto
sucede si tomamos en cuenta además que nuestro autor tiene no sólo que
"ver lo nuevo", sino también que "dar a ver lo nuevo",
comunicarlo y ofrecerlo a la interpretación del lector, estableciendo procesos
de mediación y generando nuevas condiciones de lectura. Retomando palabras de
Susana Rotker, afirmamos que se trata de un "intérprete de mundos"
(2003: 1862) que es también intérprete de tiempos, en cuanto la voz de Martí pasa
de la situación inmediata del yo-aquí-ahora propios del acontecimiento puntual
y su registro noticioso que lo salva de un tiempo en fuga, al tiempo sin tiempo
y a la densidad de la experiencia estética, transitando de lo nuevo pasajero a
lo único y singular.
Protagonista y testigo lúcido de su
época, la prosa de Martí en sus Escenas norteamericanas se ve permeada no sólo
por la velocidad y el ritmo que imperan en la gran ciudad, sino también por los
nuevos modos de ver y registrar lo que se ve. Se trata de un fenómeno que a su
vez nos conduce a otro tema gigante: el sacudimiento que las nuevas artes
significaron en los propios códigos de representación simbólica y en la
relación de verdad y verosimilitud entre la cosa y lo representado: ¿cómo se
redefine, a partir de la fotografía y el cine, la idea de representación en
ausencia? La propia narrativa de los acontecimientos sigue formas de
organización novedosas, en un constante tironeo entre continuidad y
contigüidad, para un escritor cuyo propio quehacer traduce las tensiones entre
organización y fragmento, entre sucesión temporal e instante luminoso, entre la
posibilidad de organizar el discurso siguiendo una cierta narrativa a la vez
que el corte, el montaje, la instantánea, la yuxtaposición de imágenes: procedimientos
todos que lo confirman una vez más como un adelantado de la sensibilidad
moderna.
En lo que sigue me centraré en esta
crónica eminente. La "Nueva exhibición de los pintores
impresionistas" constituye un texto que adopta además la convención de una
carta abierta destinada al "Señor Director de La Nación" (Martí 1964:
303), cada uno de cuyos párrafos, cada una de cuyas secciones, están ritmados y
dotados de un marcado impulso cinético: el cronista avanza, narra su recorrido
por las salas de una exposición, y a la vez se detiene para dejarnos una
instantánea de lo visto y participarnos de su experiencia estética y sus
reflexiones sobre el arte.
Nuestro recorrido de lectura y la
sucesión de lexías confirman el trayecto que sigue el propio texto y que ha
sido preanunciado por el sumario que lo acompaña. En primer lugar se da cuenta
de la llegada de la muchedumbre y del propio escritor a la exhibición de
pintura y se ofrece una primera impresión de lo que allí espera al visitante.
Sigue luego el comentario y la crónica asombrada ante el sorprendente número de
piezas, el carácter espectacular de la exposición pictórica, la sed de
novedades y portentos, la presencia de las multitudes curiosas, que detonan
exigencias de rapidez, veracidad y objetividad en el registro de los datos y
plantean nuevas exigencias de una economía discursiva que permita dar cuenta de
muchos temas en el apretado formato y en el ritmo eléctrico de una crónica
periodística obligada a ofrecer un panorama de la exposición.
Pero a la vez, muy pronto estas
exigencias se ven contrapesadas por la demanda del tiempo moroso que requiere
la observación de los cuadros, la reflexión sobre la "estética y
tendencias" de los pintores impresionistas, la exigencia de dar cuenta de "verdad
y luz", así como de los "desórdenes de color" (Martí 1964: 301),
y la necesidad de detenerse a meditar sobre el sentido de ciertas obras así
como sobre el tiempo del arte, el espesor de la experiencia, el efecto de
presente y de presencia, la sorpresa, el arrobo, que exigen que el cronista se
detenga a contemplar y meditar. Recordemos el "¡Pasajero, detente!"
con que se abre su "Prólogo" de 1882 a "El poema del
Niágara" (Martí 1963: 224): el tiempo del arte, su espesor, su calidad, exigen
otro tempo de escritura y de lectura. En una época en que habían comenzado ya
las tensiones entre pintura y fotografía, entre espesor del tiempo y velocidad,
la propia crónica martiana desplegará y resolverá dichas tensiones de manera
creativa. Es así como, apenas representada la llegada de la multitud, el
escritor toma distancia y se detiene a mirar y reflexionar.
Si por una parte Martí se ve
precisado a dar cuenta, a informar a los lectores sobre los artistas y piezas
que integran la exposición, por la otra se ve no menos precisado a interpretar
y explicarnos las innovaciones impresionistas y a describir su propia
experiencia ante la pintura, trenzada con alusiones a la tradición plástica, la
ruptura con la academia, el lugar de Goya y otros maestros, así como a ofrecer
una descripción más amplia, para la que apela a distintas estrategias en la
representación de las imágenes, desde la écfrasis hasta la recreación creativa:
incidir con la pincelada del estilo en la textura de prosa, poner en palabras
algunos de esos cuadros.
Es así como, tras la llegada,
ingreso, primer comentario y registro de las distintas piezas que el testigo va
descubriendo en la exposición, pronto se nos ofrecerá también una penetrante
primera observación sobre la pintura impresionista. De este modo, sus reflexiones
sobre la luz, gran vencedora, y su anuncio de un "aparecimiento súbito de
lo verdadero y lo fuerte" (Martí 1964: 304) nos hacen bordar en la propia
experiencia estética. Nos esperan así tanto reflexiones sobre el mercado del
arte y la tradición pictórica, como asomos a la dimensión aurática de los
fenómenos, seguidas de reflexiones generales sobre la forma en que la
naturaleza y la luz desafían a los creadores y al arte en general. Si la
crónica se abre con la imagen de la multitud curiosa, el texto se cierra con un
último asomo a un cuadro en particular: "Los remeros" de Renoir.
La posibilidad de consultar el
Catálogo de la exposición, también datado en 1886, nos permite leer hoy el
texto de Martí en contrapunto con él y hacer algunos hallazgos significativos
en cuanto al modo en que uno y otro organizan el orden de presentación de las
pinturas y en que se da el paso entre información e interpretación. Se hace así
aún más evidente la existencia de una fuerte tensión entre la pulsión
fotográfica, testimonial, documental, que busca dar cuenta cabal de lo que se
ve y dejar registro de ello partiendo de una presencia verificable, y la
pulsión plástica, que busca hacernos asomar a la infinita red de relaciones y
recreaciones a que nos abre la pintura en su espesor.
En ese amplio abanico que nos ofrece
en poquísimas páginas, Martí hace un recorrido de cronista y espectador que da
cuenta de los cuadros de una exposición a la vez que un reconocimiento de
creador que con sus propias intuiciones alimenta la reflexión del crítico y la
interpretación del ensayista, abarcando innumerables operaciones que van del
registro de datos objetivos a la construcción descriptiva y la interpretación
de los fenómenos y la contemplación artística. Martí nos da así testimonio de
su recorrido por uno de los espacios diferenciados de la experiencia cultural:
la exhibición, que es, según Sylvia Molloy, el género preferido del siglo XIX,
en que todo apela a la vista y todo "se especulariza", en cuanto
"se exhiben nacionalidades en las exposiciones universales" y
"se exhibe arte en los museos" (2012: 43), pero no se detiene en el
puro testimonio sino que nos conduce también a la participación en una
experiencia estética. De este modo, en el seno de la exhibición, se da ya una
primera distinción: se trata de una muestra de arte que particulariza lo
genérico.
Contagiado por la estética
impresionista, cronista de la luz, muy pronto la voz de Martí se distingue del
conjunto para ofrecernos una reflexión original y adelantada sobre esta escuela
de arte y sobre cuestiones pictóricas (su batalla con la luz, el color y los
efectos cromáticos), para llegar a su vez, en la última vuelta de la espiral, a
una honda reflexión sobre la experiencia estética. En pocas pinceladas, Martí
irá esbozando temas que coinciden con las que serán grandes discusiones propias
de la historia del arte y la estética modernas, desplazando la centralidad del
concepto de belleza hacia el concepto de arte e introduciendo su propia
preocupación por temas como autenticidad y verdad, y desplegando en pocas
páginas otras cuestiones capitales como crítica, interpretación, tradición,
representación, juicio estético.
De este modo, Martí no sólo es
pionero en la valoración del impresionismo, sino también pionero en el
ejercicio de la crítica y la reflexión sobre el valor moral del arte, sobre la
legitimidad de la obra y de las operaciones pictóricas que refleja, sobre la
experiencia estética en sí misma, así como también sobre la institución del
arte y el mercado. Y este gesto preclaro nos asombra tanto como su no menos
preclara valoración del impresionismo: "Toda rebelión de forma arrastra
una rebelión de esencia" (Martí 1964: 305). Más aún, logra pintar lo
invisible y traducir su asomo a una experiencia aurática a partir de su
indagación del trabajo vivo del pintor: se convertirá entonces en cronista de
lo invisible y en partícipe de lo indecible.
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