BEATRIZ
BAYCE
CUANDO
YA NO IMPORTE (*)
(Primera edición: revista Fundación Nº 1, 1994)
QUINTA ENTREGA
5
/ LOS INMORTALES
Dentro de la mitológica
“revolución de los siglos”, no es extraño que puedan coincidir en Santamaría
hombres de diversas épocas de nuestro tiempo, como colonos suizos, indígenas,
conquistadores o contrabandistas; son todos ocasionales pasajeros, como Carr, cumplen un destino ordenado.
En este capítulo de la
vida de Santamaría, todos conviven con los llamados “inmortales”, habitantes
permanentes o naturales de la ciudad. Uno de estos es Lanza, personaje
secundario pero que interesa como testigo de la continuidad atemporal de
Santamaría; porque Lanza, “el gallego”, era uno de los que despedía a Larsen
cuando la expulsión del grupo del
prostíbulo y ahora reaparece con un kiosco, cuando ya de Larsen se ha perdido
toda la memoria.
Díaz Grey, el “eterno”,
es también uno de los inmortales y
signo de la mitología sanmariana. Cuando Brausen lo trae a Santa María, lo ve
ya de cuarenta años, “lacónico y desesperanzado” (12), Brausen, el demiurgo, se
identifica con su doble, Díaz Grey,
al punto que en algún relato, habla del otro y termina en primera persona (13)
Brausen-Díaz Grey eran
médicos, profesión incondicionalmente respetada en todos los pueblos. Pero conocíamos
otra cara menos prestigiosa de Brausen, quien, poco después de crear Santa
María, se oculta bajo el nombre de Arce en sus aventuras con la Queca, su
vecina, a quien luego quiere matar. En cuanto a Díaz Grey, el doble que conserva cierta autonomía funcional,
ya al final de La vida breve, había
cambiado su traje gris por uno azul que viste junto a las huestes policiales,
mostrando una solapada actitud represiva hacia el pueblo de Santa María.
En Cuando ya no importe, el médico sigue vestido de azul. Se supone que estaba asociado al contrabando, por lo que
el traje resulta sospechoso. Nunca se sabrá si ese “fabulador admirable”, como
lo califica Carr, contaba “sucesos mentidos” (pág. 163), “sucedidos que nunca
sucedieron” (pág. 164) u otros que él conocía desde antes. Consideraba que su memoria no registraba nada anterior
a su aparición en Santa María, pero él mismo reconoce que el suyo era “un caso
muy extraño de amnesia” (pág. 115), que le hace creer que inventa lo que no es
sino una reminiscencia (14) de hechos sabidos, incluso anteriores a Santa
María:
“…me
han llegado algunas noticias del mundo de verdad” (pág.
115).
Díaz Grey parece tener
la edad de la vida: vino del mar, “de la costa”, “del río”. Al acercar datos muy lejanos hace una simbiosis
entre las ficciones del mundo real y
de otra realidad soñada. Carr se adueña de esas historias como de algo propio y
representado por un solo nombre. Nos dirá que a la heroína del vestido de novia era “necesario” llamarla Anamaría,
nombre asociado para siempre a la cabaña de troncos de lugares concretos de
nuestra geografía, que sirve para darle consistencia al fantasma de Moncha
Insaurralde. En el juego de las transformaciones, el vestido de novia trae el
recuerdo de otro vestido blanco, el que tuvo que ponerse una noche Ceci, Cecilia,
a quien se le evoca ahora recorriendo “fantasmal y grotesca” las calles de
Santamaría.
Angélica Inés, la hija
de Petrus, aparece en El astillero donde
se dan despiadadas descripciones de la boba, idiota, loca, con la boca en
trompa y los ojos bizcos. Sin embargo Larsen, que una y otra vez vuelve a verla
de esa manera inconfundible, en otras ocasiones puede soñarla, transformarla,
idealizarla y hasta jugar al hechizo o asumirlo: “Larsen ya estaba hechizado”
(15). Ella también lloraba y soñaba sola, sufriendo quizá un mundo que no le
pertenecía y al que no podía adaptarse.
De niña se le ve sonreír
sin esperar nada, siempre ajena al mundo, ignorando plácidamente la muerte.
Díaz Grey describía una escena familiar donde Angélica Inés,
“A
espaldas de Petrus lamía en silencio el fuego de la chimenea” (16).
Un entretenimiento,
podríamos decir, digno de una hija del Sol, que completa las demás cualidades
ideales para ubicarse en la mitología sanmariana. Más adelante, y desde su perspectiva,
Díaz Grey no podía describirla. Tenía de ella dos recuerdos, uno tangible, de
cuando tuvo que asistirla de niña, recuerdo que conserva y reitera en esta
obra, otro idealizado
“…de
una lámina que el médico no había visto y que nadie nunca había pintado” (17).
Angélica Inés no debía
pertenecer a ningún modelo creado. Venía de otra parte. Un sesgo irónico matiza
la tentadora idealidad a veces soñada.
Ahora, casada con Díaz
Grey, es una maniática sexual insaciable, nueva manifestación de su
personalidad sin frenos, que podrá sorprender mucho a quienes creyeron que su
retardo o su bobera podían representar un ideal de pureza o de inocencia, concepto
que ningún psicólogo apoyaría
También podríamos
incluir entre los inmortales a
Josefina (Jose), de quien Carr oyó “muchas verdades que tejía con mentiras”
(pág. 119). “Redonda”, “achinada”. “mansa” y también “servicial”, “dominadora”,
así era Josefina, la “sirvienta” tal como era llamada en El astillero (18). En cambio aquí, en Cuando ya no importe, para caracterizar su actitud protectora con
Angélica Inés, se reiteran diversos modos del término mitológico “guía”. Se
aclara, de algún gesto de Josefina, que “era sólo para guiarla”, “siempre la
estuvo guiando”. “Guiar” pertenece también al habla común, pero aquí, de esa
manera, los personajes pasan a integrar el entorno del mundo mitológico de
Carr.
Notas
(12) Onetti, La vida breve, pág. 21, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1950.
(13) Onetti, La vida breve, pág. 46.
(14) Platón, Fedón, diálogos, pág. 30. “Aquí tienes
todo lo que es la reminiscencia, dice Sócrates, sobre todo cuando vuelven a
recordarse cosas olvidadas por remotas o por haberlas perdido de vista”.
(15) Onetti, El astillero, pág. 45.
(16) Onetti, ob. cit. pág. 135.
(17) Onetti, ob. cit., pág. 134.
(18) Onetti, ob. cit., pág. 18.
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