23/3/14

ANÓNIMO INGLÉS DEL SIGLO XIV

LA NUBE DEL NO-SABER
EL LIBRO DE LA ORIENTACIÓN PARTICULAR

Franciscus hanc editionem fecit


CUARTA ENTREGA


William Johnston / Introducción


El lugar de Cristo (1)


Otro punto crucial en estos dos libros, lo mismo que en las obras de todos los místicos cristianos, se refiere al lugar de Cristo. En pocas palabras, el problema es este: la teología cristiana, siguiendo al Nuevo Testamento, sitúa a Cristo en el centro mismo de la oración.


Cristo el hombre, la Palabra Encarnada. Pero ¿cómo se acopla el hombre Cristo en este vacío sin imágenes, supraconceptual? ¿Dónde está Cristo cuando yo me encuentro entre La Nube del No Saber y la nube del olvido? Es un verdadero dilema. Creo, no obstante, que al autor de La Nube… puede ciertamente ser calificado de cristocéntrico.


Digamos primero que podemos considerar a Cristo en su existencia histórica o en su existencia de resucitado. En ambos casos tenemos, por supuesto, al mismo Jesús; pero su modo de existencia es totalmente diferente. Sobre el Cristo histórico podemos tener pensamientos, ideas o imágenes de la misma manera que podemos describir las aldeas por donde caminó; pero de Cristo resucitado no podemos tener una imagen adecuada. Así lo afirma categóricamente San Pablo, cuando al ser preguntado cómo es el cuerpo resucitado, responde diciendo (traduciéndolo en el argot moderno): ¡No preguntéis sandeces! “Alguno preguntará: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo? ¡Necio no todos los cuerpos son iguales; uno es el cuerpo de los hombres, otro el de los ganados, otro el de las aves y otro el de los peces” (I Cor 15,35,39). De la misma manera hay muchas formas de existencia y la del resucitado es diferente de la que ahora gozamos.


Ahora bien, el cristiano, siguiendo a San Pablo, no se dirige en su oración a una figura histórica, sino al Cristo resucitado y actualmente vivo que lleva en sí toda la experiencia de su existencia histórica pero transformada, como él mismo indicó al mostrar las heridas a sus discípulos.


Por lo que se refiere a la manera de hablar sobre Cristo que vive entre nosotros hoy, Teilhard de Chardin, influenciado por las últimas cartas paulinas, habla del “Cristo cósmico” que corre paralelo al universo. Por la muerte, su cuerpo se universalizó, entrando en una nueva dimensión y en una nueva relación con la materia. En esta dimensión, Cristo resucitado se hace presente a nosotros. Dimensión en la que también nosotros entramos por la muerte. Pero en esta vida podemos tocarla en algún modo por el amor en la Nube del No-Saber.


El autor inglés, a mi juicio, está hablando aquí del Cristo cósmico, aunque no emplee esta terminología. De hecho, hace una unión brillante y ortodoxa del Jesús histórico y del Jesús resucitado en el motivo de María Magdalena, que, como es obvio, le atrae sobremanera:


“En el Evangelio de san Lucas leemos que nuestro Señor entró a casa de Marta, y mientras ella se puso inmediatamente a prepararle la comida, su hermana María no hizo otra cosa que estar sentada a sus pies. Estaba embelesada escuchándole que no prestaba atención a lo que hacía Marta. Ciertamente las tareas de Marta eran santas e importantes… Pero María no les daba importancia. Ni se daba cuenta tampoco del aspecto humano de nuestro Señor, de la belleza de su cuerpo mortal, o de la dulzura de su voz y conversación humanas, si bien esto podría haber sido una obra más santa y mejor… Pero se olvidó de todo esto y estaba totalmente absorta en la altísima sabiduría de Dios oculta en la oscuridad de su humanidad. María se volvió a Jesús con todo el amor de su corazón, inmóvil ante lo que veía u oía hablar y hacer en torno a ella. Se sentó en perfecta calma, con el amor gozoso y secreto de su corazón disparado hacia esa nube del no-saber entre ella y su Dios. Pues, como he dicho antes, nunca hubo ni habrá criatura tan pura o tan profundamente inmersa en la amorosa contemplación de Dios que no se acerque a él en esta vida a través de esta suave y maravillosa nube del no-saber. Y fue a esta misma nube donde María dirigió el oculto anhelo de su amante corazón”.


Por lo que acabamos de ver está claro que la entrada en la nube no significa abandonar a Cristo. Jesús está presente; es el centro divino al que se dirige el amor de María. Pero no mira las imágenes precisas de su hermoso y mortal cuerpo, ni tiene oídos para la suavidad de su voz humana. Ha ido más allá de todo esto, hacia un conocimiento, un amor y una belleza más hondos. Aquí está en la práctica la paradoja de una contemplación que es a un tiempo cristocéntrica y sin imágenes.



Ejemplo de este acercamiento sin imágenes al hombre Cristo abundan en nuestro autor inglés. No es necesario citar aquí su alusión en La Orientación Particular a Cristo, que es al mismo tiempo el portero y la puerta. O su interesante interpretación de la ascensión de Cristo que tiene que irse (“Es conveniente que yo me vaya”) para que sus discípulos no queden tan apegados a su cuerpo histórico que no puedan amar su cuerpo glorificado. Como ya he dicho, nuestra palabra “cósmico” no aparece; pero la idea está incesantemente presente.

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