ANÓNIMO
INGLÉS DEL SIGLO XIV
LA
NUBE DEL NO-SABER
EL
LIBRO DE LA ORIENTACIÓN PARTICULAR
Franciscus hanc editionem fecit
CUARTA ENTREGA
William
Johnston / Introducción
El
lugar de Cristo (1)
Otro punto crucial en
estos dos libros, lo mismo que en las obras de todos los místicos cristianos,
se refiere al lugar de Cristo. En pocas palabras, el problema es este: la
teología cristiana, siguiendo al Nuevo Testamento, sitúa a Cristo en el centro
mismo de la oración.
Cristo el hombre, la
Palabra Encarnada. Pero ¿cómo se acopla el hombre Cristo en este vacío sin
imágenes, supraconceptual? ¿Dónde está Cristo cuando yo me encuentro entre La Nube del No Saber y la nube del
olvido? Es un verdadero dilema. Creo, no obstante, que al autor de La Nube… puede ciertamente ser
calificado de cristocéntrico.
Digamos primero que
podemos considerar a Cristo en su existencia histórica o en su existencia de
resucitado. En ambos casos tenemos, por supuesto, al mismo Jesús; pero su modo
de existencia es totalmente diferente. Sobre el Cristo histórico podemos tener
pensamientos, ideas o imágenes de la misma manera que podemos describir las
aldeas por donde caminó; pero de Cristo resucitado no podemos tener una imagen
adecuada. Así lo afirma categóricamente San Pablo, cuando al ser preguntado
cómo es el cuerpo resucitado, responde diciendo (traduciéndolo en el argot
moderno): ¡No preguntéis sandeces! “Alguno
preguntará: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo? ¡Necio no todos los
cuerpos son iguales; uno es el cuerpo de los hombres, otro el de los ganados,
otro el de las aves y otro el de los peces” (I Cor 15,35,39). De la misma
manera hay muchas formas de existencia y la del resucitado es diferente de la
que ahora gozamos.
Ahora bien, el
cristiano, siguiendo a San Pablo, no se dirige en su oración a una figura
histórica, sino al Cristo resucitado y actualmente vivo que lleva en sí toda la
experiencia de su existencia histórica pero transformada, como él mismo indicó
al mostrar las heridas a sus discípulos.
Por lo que se refiere a
la manera de hablar sobre Cristo que vive entre nosotros hoy, Teilhard de
Chardin, influenciado por las últimas cartas paulinas, habla del “Cristo
cósmico” que corre paralelo al universo. Por la muerte, su cuerpo se
universalizó, entrando en una nueva dimensión y en una nueva relación con la
materia. En esta dimensión, Cristo resucitado se hace presente a nosotros.
Dimensión en la que también nosotros entramos por la muerte. Pero en esta vida
podemos tocarla en algún modo por el amor en la Nube del No-Saber.
El autor inglés, a mi
juicio, está hablando aquí del Cristo cósmico, aunque no emplee esta
terminología. De hecho, hace una unión brillante y ortodoxa del Jesús histórico
y del Jesús resucitado en el motivo de María Magdalena, que, como es obvio, le
atrae sobremanera:
“En
el Evangelio de san Lucas leemos que nuestro Señor entró a casa de Marta, y
mientras ella se puso inmediatamente a prepararle la comida, su hermana María
no hizo otra cosa que estar sentada a sus pies. Estaba embelesada escuchándole
que no prestaba atención a lo que hacía Marta. Ciertamente las tareas de Marta
eran santas e importantes… Pero María no les daba importancia. Ni se daba
cuenta tampoco del aspecto humano de nuestro Señor, de la belleza de su cuerpo
mortal, o de la dulzura de su voz y conversación humanas, si bien esto podría
haber sido una obra más santa y mejor… Pero se olvidó de todo esto y estaba
totalmente absorta en la altísima sabiduría de Dios oculta en la oscuridad de
su humanidad. María se volvió a Jesús con todo el amor de su corazón, inmóvil
ante lo que veía u oía hablar y hacer en torno a ella. Se sentó en perfecta
calma, con el amor gozoso y secreto de su corazón disparado hacia esa nube del
no-saber entre ella y su Dios. Pues, como he dicho antes, nunca hubo ni habrá
criatura tan pura o tan profundamente inmersa en la amorosa contemplación de
Dios que no se acerque a él en esta vida a través de esta suave y maravillosa
nube del no-saber. Y fue a esta misma nube donde María dirigió el oculto anhelo
de su amante corazón”.
Por lo que acabamos de
ver está claro que la entrada en la nube no significa abandonar a Cristo. Jesús
está presente; es el centro divino al que se dirige el amor de María. Pero no
mira las imágenes precisas de su hermoso y mortal cuerpo, ni tiene oídos para
la suavidad de su voz humana. Ha ido más allá de todo esto, hacia un
conocimiento, un amor y una belleza más hondos. Aquí está en la práctica la
paradoja de una contemplación que es a un tiempo cristocéntrica y sin imágenes.
Ejemplo de este
acercamiento sin imágenes al hombre Cristo abundan en nuestro autor inglés. No
es necesario citar aquí su alusión en La
Orientación Particular a Cristo, que es al mismo tiempo el portero y la
puerta. O su interesante interpretación de la ascensión de Cristo que tiene que
irse (“Es conveniente que yo me vaya”)
para que sus discípulos no queden tan apegados a su cuerpo histórico que no
puedan amar su cuerpo glorificado. Como ya he dicho, nuestra palabra “cósmico”
no aparece; pero la idea está incesantemente presente.
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