CLARISSA PINKOLA ESTÉS
MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS
SEXAGESIMOQUINTA
ENTREGA
CAPÍTULO 8
El instinto de
conservación:
La identificación de
las trampas, las jaulas y los cebos envenenados
La mujer fiera (1)
Según el diccionario, la palabra "fiera" deriva del latín fera
cuyo significado es "animal salvaje". En el lenguaje común se
entiende por fiera un animal que antaño era salvaje, que posteriormente se domesticó
y que ha vuelto una vez más al estado natural o indómito.
Yo afirmo que la mujer fiera es la que antes se encontraba en un estado psíquico
natural -es decir, en su sano juicio salvaje- y que después fue atrapada por
algún giro de los acontecimientos, convirtiéndose con ello en una criatura exageradamente
domesticada y con los instintos naturales adormecidos. Cuando tiene ocasión de
regresar a su naturaleza salvaje original, cae fácilmente en toda suerte de
trampas y es víctima de todo tipo de venenos. Puesto que sus ciclos y sus
sistemas de protección se han alterado, corre peligro al estar en el que antes era
su estado salvaje natural. Ha perdido la cautela y la capacidad de permanecer en
estado de alerta y por eso se convierte fácilmente en una presa.
La pérdida del instinto sigue una pauta muy concreta. Es importante
estudiar esta pauta e incluso aprenderla de memoria para poder conservar los
tesoros de nuestra naturaleza básica y también de la de nuestras hijas. En los
bosques psíquicos hay muchas trampas de hierro oxidado escondidas bajo las
verdes hojas del suelo. Psicológicamente ocurre lo mismo en el mundo material.
Podemos ser víctima de varios engaños: las relaciones, las personas y las
empresas arriesgadas son tentadoras, pero en el interior de un cebo de aspecto
agradable se esconde algo muy afilado, algo que mata nuestro espíritu en cuanto
lo mordemos.
Las mujeres fieras de todas las edades y especialmente las jóvenes
experimentan un enorme impulso de resarcirse de las largas hambrunas y los
largos exilios. Corren peligro por culpa de su excesivo y temerario afán de
acercarse a unas personas y alcanzar unos objetivos que no son alimenticios ni
sólidos ni duraderos.
Cualquiera que sea el lugar donde viven o el momento en el que viven, siempre
hay jaulas esperando; unas vidas demasiado pequeñas hacia las cuales las
mujeres se pueden sentir atraídas o empujadas.
Si has sido capturada alguna vez, si alguna vez has sufrido hambre
del alma, si alguna vez has sido atrapada y, sobre todo, si experimentas el
impulso de crear algo, es muy probable que hayas sido o seas una mujer fiera.
La mujer fiera suele estar muy hambrienta de cosas espirituales y a menudo se
traga cualquier veneno ensartado en el extremo de un palo puntiagudo, pensando
que es aquello que ansía su alma.
Aunque algunas mujeres fieras se apartan de las trampas en el último
momento y sólo sufren algún que otro pequeño desperfecto en el pelaje, son
muchas más las que caen en ellas inadvertidamente y pierden momentáneamente el
conocimiento mientras que otras quedan destrozadas y otras consiguen liberarse
y se arrastran hasta una cueva para poder lamerse a solas las heridas.
Para evitar las celadas y tentaciones con que tropieza una mujer que se
ha pasado mucho tiempo capturada y hambrienta, tenernos que ser capaces de
verlas por adelantado y esquivarlas. Tenemos que reconstruir nuestra
perspicacia y nuestra cautela. Tenemos que aprender a virar. Tenemos que
distinguir las vueltas acertadas y las equivocadas.
Existe algo que en mí opinión es un vestigio de un antiguo cuento de viejas
de carácter didáctico que expone la apurada situación en que se encuentra la mujer
fiera y muerta de hambre. Se lo conoce con distintos títulos tales como "Las
zapatillas de baile del demonio", "Las zapatillas candentes del
demonio" y "Las zapatillas rojas". Hans Christian Andersen
escribió su versión de este viejo cuento y le dio el título citado en tercer
lugar. Como un auténtico narrador, envolvió el núcleo del cuento con su propio
ingenio étnico y su propia sensibilidad.
La siguiente versión de "Las zapatillas rojas" es la germano-magiar
que mi tía Tereza solía contarnos cuando éramos pequeños Y que yo utilizo aquí
con su bendición. Con su habilidad acostumbrada, mi tía siempre empezaba el
cuento con la frase: "Fijaos bien en vuestros zapatos y dad gracias de que
sean tan sencillos... pues uno tiene que vivir con mucho cuidado cuando calza
unos zapatos demasiado rojos."
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