23/3/14



GRAHAM GREENE (1904 – 1991)


EL PODER Y LA GLORIA



DECIMOCTAVA ENTREGA



SEGUNDA PARTE



I (5)




Entonces no venían a pie, pensó vagamente. Un caballo relinchó, no más lejos de un cuarto de milla, en medio del absoluto silencio del amanecer.


Él se puso de pie. María se pegaba a su codo diciéndole:


-El mantel, Padre; deme usted el mantel.


Se puso la Hostia en la boca apresuradamente y bebió el vino: tenía que evitar las profanaciones. Quitose el mantel de la caja. María pellizcó los pabilos de los cirios para que no dieran olor... El cuarto estaba ya despejado; tan sólo el dueño aguardaba junto a la entrada para besarle la mano. A través de la puerta el mundo era tenuemente visible y un gallo cantaba en la aldea.


María dijo:


-Venga de prisa a la cabaña.


-Sería mejor que me fuese. -No tenía plan-. Que no me cojan aquí.


-Han rodeado toda la aldea.


¿Sería ya el final?, pensó. En alguna parte aguardaba el miedo para saltarle encima, lo sabía; pero todavía no estaba asustado. Siguió a la mujer escabulléndose por la aldea hacía su cabaña, repitiendo, maquinalmente, un acto de contrición mientras andaba. Cavilaba cuándo le entraría miedo; lo tuvo cuando el policía le abrió la caja, pero de aquello hacia años; lo sintió, escondido en el cobertizo, mientras la niña discutía con el oficial, y aquello fue sólo unas semanas antes. Sin duda lo volvería a sentir pronto. No había señales de policía; únicamente la madrugada gris y los pollos y pavos agitándose y aleteando al bajar de los árboles, donde habían estado encaramados durante la noche. El gallo volvió a cacarear. Si ellos tomaban tantas precauciones era porque sabían sin sombra de duda que él estaba allí. Era el final de todo.


María tiraba de él.


-¡Entre! ¡Rápido! ¡A la cama!


Tendría una idea sin duda. Las mujeres son asombrosamente prácticas construyendo en el acto planes nuevos sobre las ruinas de los viejos. Pero, ¿con qué utilidad? Dijo:


-Déjeme olerle el aliento. ¡Oh, Dios mío! Cualquiera lo notaría... vino... ¡Nosotros nunca bebemos vino!


Desapareció adentro levantando barullo en la paz y silencio de la aurora. De pronto, fuera del bosque, a unas cien yardas, apareció un oficial montado. En la quietud se oía el crujido de su pistolera cuando él se volvía y hacía señas.


Rodeando todo el claro apareció la policía; tuvieron que haber caminado muy de prisa porque sólo el oficial iba a caballo. Empuñando los fusiles se aproximaban al pequeño grupo de cabañas en exagerado y absurdo alarde de fuerza. Uno arrastraba la venda de una polaina; se le habría enganchado en algún saliente del bosque. La pisó y se cayó, haciendo un ruido enorme con el fusil y los cartuchos de la canana. El teniente a caballo miró alrededor y después volvió la cara iracunda y severa hacia las cabañas silenciosas.


La mujer tiraba del cura desde el interior de la cabaña. Le ordenaba:


-Coma esto. Pronto. No hay tiempo...


Volvió él la espalda a la policía que avanzaba y entró en la oscuridad del cuarto. La mujer tenía una ruedecita de cebolla en la mano.


-Muérdala.


Él obedeció y empezó a lagrimear.


-¿Va mejor así? -le preguntó mientras se oía el pateo cauto del caballo entre las chozas.


Es horrible -contestó él con risa contenida.


-Démelo.


Lo hizo desaparecer entre sus vestidos: truco al parecer conocido de todas las mujeres. Inquirió él:


-¿Dónde está mi caja?


-No se preocupe por su caja. Métase en la cama. Pero antes de que pudiera moverse, un caballo cubría la entrada: vieron una pierna con bota de montar ribeteada de rojo; brillaban las hebillas de latón; una mano enguantada descansaba en el pomo de la montura. María puso la mano en el brazo del cura; fue lo más parecido a un impulso de afecto que jamás saliera de ella: el afecto era tabú entre ambos. Una voz gritó:


-Venid aquí fuera todos vosotros -el caballo piafaba y ge levantaba una columnita de polvo-.¡Aquí fuera, digo!



Sonó un tiro en alguna parte. El cura salió de la cabaña. En realidad había despuntado la aurora; por el aire volaban leves plumas de color: un soldado aun mantenía el fusil apuntado hacia arriba y de la boca del cañón surgía una nubecilla de humo gris. ¿Iba de este modo a empezar la agonía?

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