GRAHAM GREENE (1904 – 1991)
EL PODER Y LA GLORIA
DECIMOCTAVA
ENTREGA
SEGUNDA
PARTE
I (5)
Entonces no venían a pie, pensó vagamente. Un
caballo relinchó, no más lejos de un cuarto de milla, en medio del absoluto
silencio del amanecer.
Él se
puso de pie. María se pegaba a su codo diciéndole:
-El
mantel, Padre; deme usted el mantel.
Se puso la Hostia en la boca apresuradamente y bebió
el vino: tenía que evitar las profanaciones. Quitose el mantel de la caja.
María pellizcó los pabilos de los cirios para que no dieran olor... El cuarto
estaba ya despejado; tan sólo el dueño aguardaba junto a la entrada para
besarle la mano. A través de la puerta el mundo era tenuemente visible y un
gallo cantaba en la aldea.
María
dijo:
-Venga
de prisa a la cabaña.
-Sería
mejor que me fuese. -No tenía plan-. Que no me cojan aquí.
-Han
rodeado toda la aldea.
¿Sería ya el final?, pensó. En alguna parte
aguardaba el miedo para saltarle encima, lo sabía; pero todavía no estaba
asustado. Siguió a la mujer escabulléndose por la aldea hacía su cabaña, repitiendo,
maquinalmente, un acto de contrición mientras andaba. Cavilaba cuándo le
entraría miedo; lo tuvo cuando el policía le abrió la caja, pero de aquello
hacia años; lo sintió, escondido en el cobertizo, mientras la niña discutía con
el oficial, y aquello fue sólo unas semanas antes. Sin duda lo volvería a
sentir pronto. No había señales de policía; únicamente la madrugada gris y los
pollos y pavos agitándose y aleteando al bajar de los árboles, donde habían
estado encaramados durante la noche. El gallo volvió a cacarear. Si ellos tomaban
tantas precauciones era porque sabían sin sombra de duda que él estaba allí. Era
el final de todo.
María
tiraba de él.
-¡Entre!
¡Rápido! ¡A la cama!
Tendría una idea sin duda. Las mujeres son
asombrosamente prácticas construyendo en el acto planes nuevos sobre las ruinas
de los viejos. Pero, ¿con qué utilidad? Dijo:
-Déjeme olerle el aliento. ¡Oh, Dios mío!
Cualquiera lo notaría... vino... ¡Nosotros nunca bebemos vino!
Desapareció adentro levantando barullo en la paz y
silencio de la aurora. De pronto, fuera del bosque, a unas cien yardas,
apareció un oficial montado. En la quietud se oía el crujido de su pistolera
cuando él se volvía y hacía señas.
Rodeando todo el claro apareció la policía;
tuvieron que haber caminado muy de prisa porque sólo el oficial iba a caballo.
Empuñando los fusiles se aproximaban al pequeño grupo de cabañas en exagerado y
absurdo alarde de fuerza. Uno arrastraba la venda de una polaina; se le habría enganchado
en algún saliente del bosque. La pisó y se cayó, haciendo un ruido enorme con
el fusil y los cartuchos de la canana. El teniente a caballo miró alrededor y
después volvió la cara iracunda y severa hacia las cabañas silenciosas.
La mujer
tiraba del cura desde el interior de la cabaña. Le ordenaba:
-Coma
esto. Pronto. No hay tiempo...
Volvió él la espalda a la policía que avanzaba y
entró en la oscuridad del cuarto. La mujer tenía una ruedecita de cebolla en la
mano.
-Muérdala.
Él
obedeció y empezó a lagrimear.
-¿Va
mejor así? -le preguntó mientras se oía el pateo cauto del caballo entre las
chozas.
Es
horrible -contestó él con risa contenida.
-Démelo.
Lo hizo desaparecer entre sus vestidos: truco al
parecer conocido de todas las mujeres. Inquirió él:
-¿Dónde
está mi caja?
-No se preocupe por su caja. Métase en la cama.
Pero antes de que pudiera moverse, un caballo cubría la entrada: vieron una
pierna con bota de montar ribeteada de rojo; brillaban las hebillas de latón;
una mano enguantada descansaba en el pomo de la montura. María puso la mano en
el brazo del cura; fue lo más parecido a un impulso de afecto que jamás saliera
de ella: el afecto era tabú entre ambos. Una voz gritó:
-Venid aquí fuera todos vosotros -el caballo
piafaba y ge levantaba una columnita de polvo-.¡Aquí fuera, digo!
Sonó un tiro en alguna parte. El cura salió de la
cabaña. En realidad había despuntado la aurora; por el aire volaban leves
plumas de color: un soldado aun mantenía el fusil apuntado hacia arriba y de la
boca del cañón surgía una nubecilla de humo gris. ¿Iba de este modo a empezar
la agonía?
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