23/3/14

ELIZABETH KÜBLER-ROSS

LA RUEDA DE LA VIDA

VIGESIMOCUARTA ENTREGA

SEGUNDA PARTE

"EL OSO".



15. EL HOSPITAL ESTATAL DE MANHATTAN (2)



En casa le contaba a Manny todas mis experiencias, todas las historias sobre mis pacientes, entre ellas la de una joven llamada Rachel. Era esquizofrénica catatónica, y estaba clasificada entre las incurables. Durante años se había pasado los días de pie sin moverse de sitio en el patio. Nadie recordaba que alguna vez hubiera dicho una palabra o emitido algún sonido. Cuando pedí que la trasladaran a mi pabellón, todos pensaron que me había vuelto loca.


Pero una vez que estuvo a mi cuidado, la traté como a las demás. La obligaba a realizar tareas y a ponerse en medio del grupo para las fiestas de celebración, como Navidad y Chanukah, e incluso su propio cumpleaños. Al cabo de casi un año de atención, por fin habló. Ocurrió durante una terapia de actividades artísticas, mientras dibujaba. Un médico se detuvo a mirar lo que estaba dibujando y ella le preguntó: "¿Le gusta?"


Al cabo de poco tiempo Rachel salió del hospital, se buscó una casa para vivir sola y se dedicó a la serigrafía artística.


Yo me alegraba de todos los éxitos, los grandes y los pequeños, como aquel cuando un hombre que siempre estaba de cara a la pared se volvió a mirar al grupo. Pero al final del año me encontré ante una difícil elección. En mayo me invitaron a presentar nuevamente mi solicitud para el programa de pediatría en el Columbia Presbyterian. Me debatí entre seguir mis sueños o continuar con mis pacientes. Me parecía imposible decidirme, pero hacia el final de esa misma semana descubrí que estaba embarazada otra vez. Eso solucionó el problema.


Sin embargo, hacia fines de junio volví a sufrir un aborto espontáneo. Por eso me había negado a entusiasmarme mucho por mi embarazo. No quería volver a pasar por la tristeza y depresión, aunque eso era imposible de evitar. Mi tocólogo me dijo que era una de esas mujeres cuyos embarazos no llegan a término. No le creí, porque en mis sueños yo me veía con hijos. Esos abortos los atribuí al destino. Así pues, me quedé otro año en el Manhattan, donde mi objetivo era conseguir el alta de todas las pacientes posibles. Me dediqué a encontrarles trabajo fuera del hospital a la mayor parte de las pacientes funcionales. Salían por la mañana y volvían por la noche; aprendieron a  emplear su dinero en comprar cosas más básicas que la Coca-cola y los cigarrillos. Mis superiores advirtieron mi éxito y me preguntaron en qué teoría se basaba mi método. Yo no tenía ninguna.


-Hago cualquier cosa que me parece correcta después de conocer a la paciente -les expliqué-. No se las puede atontar con drogas y luego esperar que mejoren. Hay que tratarlas como a personas. No me refiero a ellas como lo hacéis vosotros, no digo "Ah, la esquizofrénica de la sala tal o cual". Las conozco por sus nombres. Conozco sus hábitos. Y ellas responden.


El mayor éxito resultó ser el de la "casa abierta" que iniciamos entre la asistenta social Grace Miller y yo. Se invitó a las familias del barrio a visitar el hospital y a adoptar pacientes. En otras palabras, queríamos conseguir que personas absolutamente incapaces de establecer cualquier tipo de relación aprendieran a hacerlo. Algunas pacientes respondieron maravillosamente bien.


Adquirieron un sentido de responsabilidad y finalidad para sus vidas. Algunas incluso aprendieron a hacer planes para el futuro.


La más maravillosa de todas fue una mujer llamada Alice. Cuando se aproximaba la fecha en que sería dada de alta después de haber pasado veinte años en la sala para enfermas mentales, un día sorprendió a todo el mundo con una petición muy poco común. Deseaba volver a ver a sus hijos.


¿Hijos? Nadie sabía allí que tuviera hijos.


Pero Grace hizo averiguaciones y descubrió que, en efecto, Alice tenía dos hijos. Los dos eran pequeños cuando la internaron en el hospital. Les habían dicho que su madre había muerto.


Mi colega asistenta social encontró a esos hijos, ya adultos, y les explicó el programa de "adopción" del hospital. Les dijo que había una "señora sola" que necesitaba una familia adoptiva. En memoria de su madre ellos accedieron a adoptarla. A ninguno se le informó de la verdadera identidad de la señora.


Pero jamás olvidaré la increíble sonrisa de Alice cuando estuvo ante los hijos que ella creía que la habían abandonado. Por fin, una vez que salió del hospital, los hijos la llevaron a formar nuevamente  parte de su familia. 

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