G.
K. CHESTERTON (1874 – 1936)
EL
HOMBRE QUE FUE JUEVES
(PESADILLA)
Traducción
y prólogo de ALFONSO REYES
VIGESIMOSEXTA ENTREGA
CAPÍTULO
OCTAVO (6)
EL PROFESOR SE EXPLICA (6)
Al fin pudo Syme
desahogarse contando su absurda historia, desde el momento en que Gregory lo
condujo a la taberna de la ribera. Y lo hizo prolijamente, en lujoso estilo
monologal, como hombre que hablara entre antiguos camaradas. Por su parte, el
hombre que desempeñaba el papel de Worms no se mostró menos comunicativo. Su
caso era casi tan increíble como el de Syme.
-El disfraz de usted es
excelente -dijo Syme vaciando un vaso de Macon-. Mucho mejor que el del viejo Gogol. Desde el primer
momento me pareció Gogol demasiado peludo.
-La diferencia está en
la teoría artística que se adopte -observó el Profesor, pensativo-: Gogol era
idealista. Sé aderezó como anarquista abstracto, según el ideal platónico. Pero
yo soy realista; y, desde luego, soy retratista. Aunque digo mal: yo mismo soy
un retrato.
-No lo entiendo -dijo
Syme.
-Soy -replicó el
Profesor- un retrato del célebre profesor de Worms que vive, creo, en Nápoles.
-¿Quiere usted decir
que su disfraz imita la cara de Worms? -inquirió Syme-. Pero dígame ¿no sabe él
que está usted abusando de sus narices?
-Lo sabe perfectamente
-contestó alegremente su amigo.
-¿Y por qué no lo
denuncia a usted?
-Porque soy yo quien lo
ha denunciado a él.
-Explíquese usted,
hombre de Dios.
-Con mucho gusto, si no
le molesta a usted escuchar mi historia -consintió el eminente profesor
extranjero.
"Soy actor de
profesión. Me llamo Wilks. Cuando trabajaba en el teatro, frecuentaba a toda
clase de picaros y bohemios. Ya me codeaba con la canalla del hipódromo, ya con
la gentuza del arte; y ocasionalmente, un día, en cierta guarida de soñadores
desterrados, me presentaron al Profesor de Worms, célebre filósofo nihilista
alemán. Nada extraordinario advertí en él. Le estudié cuidadosamente. Me
dijeron que aquel hombre había demostrado que Dios es el principio destructor
del universo. De aquí infería él la necesidad de una energía furiosa e
incesante encaminada a aniquilarlo todo. La energía era para él el todo. El
pobre hombre estaba lisiado, miope, semiparalítico. Yo tenía un humor ligero;
el tipo me desagradó: me puse a imitarlo por burla. De haber sido dibujante,
hubiera sacado su caricatura; como yo era actor, me puse a representar su
caricatura. En mi disfraz procuré exagerar los rasgos repulsivos del personaje.
Al entrar en la sala donde acostumbraban reunirse sus admiradores, yo esperaba
ser recibido o entre carcajadas o, si el ánimo general no estaba para ello, con
manifestaciones de indignación e insultos. Pero ¡cuál sería mi sorpresa cuando
voy viendo que me acogen con un respetuoso silencio, seguido, en cuanto abrí
los labios, por un murmullo de admiración! De puro sutil, me había quebrado;
resultaba yo más verdadero de lo que me figuraba.
"En suma, que me
tomaron por el legítimo y célebre profesor nihilista. Yo era entonces un
muchacho de espíritu equilibrado, y aquello fue para mí un golpe terrible.
Antes que hubiera podido recobrarme, dos o tres de "mis" admiradores
se me acercaron llenos de indignación, y me dijeron que en el cuarto de al lado
era yo víctima de un insulto público. Pregunté qué pasaba. Me dijeron que un
impertinente se había atrevido a vestirse como yo, e intentaba parodiarme
ridículamente. Por desgracia yo había bebido más champaña de lo que me hubiera
convenido y, en un rapto de locura, decidí afrontar la situación. El verdadero
Profesor, al entrar, fue recibido por la mirada furiosa de la compañía y mi
adusto ceño glacial.
"Inútil decir que
hubo un choque. En vano los atribulados pesimistas se preguntaban cuál de los
dos profesores parecía realmente más viejo. Yo gané al fin. Un pobre viejo
valetudinario como mi rival no podía dar una impresión de caducidad tan
completa como un actor joven en la primavera de la vida. Ya comprende usted: él
era realmente paralítico y, llevando esta ventaja, no podía representar la
parálisis tan bien como yo. Entonces intentó derrotarme intelectualmente. Pero
yo le opuse una táctica muy sencilla: cada vez que él decía algo que sólo él
podía entender, yo contestaba algo que ni yo mismo entendía. Él decía, por
ejemplo:
"-No creo que
usted trate de aplicar el principio de que la evolución sólo es negación,
puesto que ello implica ciertas lagunas que son esenciales de diferenciación.
"A lo cual
replicaba yo desdeñosamente:
"-Eso lo ha leído
usted en Pinckwerts; la noción de la involución como función eugenética la
expuso hace ya mucho tiempo Glumpe.
"Huelga decir que
los tales Pinckwerts y Glumpe no existen. Pero, con gran sorpresa mía, el
auditorio parecía recordarlos perfectamente. Y el Profesor, viendo que el
método culto y misterioso no le servía de nada ante un enemigo poco
escrupuloso, se dedicó a atacarme con ingeniosidades de género más popular.
"-Ya veo -dijo con
sorna- que usted ha triunfado nomo el falso cerdo de Esopo.
"-Y usted
-contesté sonriendo- pierde como el erizo de Montaigne.
"Ignoro si habrá
tal erizo en Montaigne.
"-Ya va usted
perdiendo recursos -dijo él- y lo mismo perderá las barbas.
"A esto que,
además de ser verdadero, era ingenioso, no encontré respuesta inteligente.
Solté la risa y dije al
azar: "-Sí, como las botas del panteísta.
"Y di media vuelta
afectando un aire de triunfo. El verdadero Profesor fue expulsado, aunque sin violencia, salvo que uno de los
presentes insistía en pellizcarle las narices a toda conciencia. A estas horas
en toda Europa lo reciben como a un delicioso impostor. Y su ira y sus protestas
de sinceridad lo hacen, como usted comprende, más ridículo todavía."
"-Bien -dijo Syme-.
Comprendo que usted se haya puesto esas sucias barbas para la bromita de aquella noche, pero no comprendo
que se las haya usted dejado para siempre.
"-Ése es el
siguiente capítulo de mi historia -aclaró el disfrazado-. Cuando salí de la sala entre respetuosos saludos, me fui
cojeando por la oscuridad de la calle, deseoso de alejarme lo bastante para recobrar mi paso
habitual. ¡Oh asombro! Al doblar la esquina siento un golpecito en un hombro: me vuelvo, y
me encuentro bañado en la sombra de un guardia gigantesco. Me dijo que por ahí
estaba yo haciendo falta.
"-Sí -contesté
adoptando una actitud paralítica y un marcado acento germánico- les estoy
haciendo falta a los oprimidos. Usted viene a detenerme porque soy el gran
anarquista, el Profesor de Worms.
"Y el guardia,
consultando tranquilamente un papel:
"No señor -dijo
cortésmente-. Al menos, no es esa la causa. Yo, caballero, lo arresto a usted
porque no es el conocido anarquista Profesor de Worms.
"Este cargo, si es
que era tal cargo, era en todo caso el más leve de los dos. Seguí al guardia,
aunque perplejo, no muy asustado. Me hizo atravesar varios cuartos, y al fin me
condujo a presencia de un policía. Explicóme éste que había comenzado una seria
campaña contra los centros de anarquismo, y que el éxito de mi disfraz
resultaba muy útil para la seguridad pública, y me ofreció un buen salario y la
consabida tarjetita azul, aunque hablamos poco, aquel hombre me dio la
impresión de tener un gran sentido común, una robusta naturaleza; pero poco
puedo decirle a usted de su aspecto físico, porque..."
-Ya -interrumpió Syme
soltando el cuchillo y el tenedor- porque habló usted con él en un cuarto
oscuro.
El profesor de Worms
asintió con la cabeza y llevó el vaso a sus labios.
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