23/3/14


G. K. CHESTERTON (1874 – 1936)

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
(PESADILLA)

Traducción y prólogo de ALFONSO REYES


VIGESIMOSEXTA ENTREGA


CAPÍTULO OCTAVO (6)


EL PROFESOR SE EXPLICA (6)                    



Al fin pudo Syme desahogarse contando su absurda historia, desde el momento en que Gregory lo condujo a la taberna de la ribera. Y lo hizo prolijamente, en lujoso estilo monologal, como hombre que hablara entre antiguos camaradas. Por su parte, el hombre que desempeñaba el papel de Worms no se mostró menos comunicativo. Su caso era casi tan increíble como el de Syme.


-El disfraz de usted es excelente -dijo Syme vaciando un vaso de Macon-. Mucho  mejor que el del viejo Gogol. Desde el primer momento me pareció Gogol demasiado peludo.


-La diferencia está en la teoría artística que se adopte -observó el Profesor, pensativo-: Gogol era idealista. Sé aderezó como anarquista abstracto, según el ideal platónico. Pero yo soy realista; y, desde luego, soy retratista. Aunque digo mal: yo mismo soy un retrato.


-No lo entiendo -dijo Syme.


-Soy -replicó el Profesor- un retrato del célebre profesor de Worms que vive, creo, en Nápoles.


-¿Quiere usted decir que su disfraz imita la cara de Worms? -inquirió Syme-. Pero dígame ¿no sabe él que está usted abusando de sus narices?


-Lo sabe perfectamente -contestó alegremente su amigo.


-¿Y por qué no lo denuncia a usted?


-Porque soy yo quien lo ha denunciado a él.


-Explíquese usted, hombre de Dios.


-Con mucho gusto, si no le molesta a usted escuchar mi historia -consintió el eminente profesor extranjero.


"Soy actor de profesión. Me llamo Wilks. Cuando trabajaba en el teatro, frecuentaba a toda clase de picaros y bohemios. Ya me codeaba con la canalla del hipódromo, ya con la gentuza del arte; y ocasionalmente, un día, en cierta guarida de soñadores desterrados, me presentaron al Profesor de Worms, célebre filósofo nihilista alemán. Nada extraordinario advertí en él. Le estudié cuidadosamente. Me dijeron que aquel hombre había demostrado que Dios es el principio destructor del universo. De aquí infería él la necesidad de una energía furiosa e incesante encaminada a aniquilarlo todo. La energía era para él el todo. El pobre hombre estaba lisiado, miope, semiparalítico. Yo tenía un humor ligero; el tipo me desagradó: me puse a imitarlo por burla. De haber sido dibujante, hubiera sacado su caricatura; como yo era actor, me puse a representar su caricatura. En mi disfraz procuré exagerar los rasgos repulsivos del personaje. Al entrar en la sala donde acostumbraban reunirse sus admiradores, yo esperaba ser recibido o entre carcajadas o, si el ánimo general no estaba para ello, con manifestaciones de indignación e insultos. Pero ¡cuál sería mi sorpresa cuando voy viendo que me acogen con un respetuoso silencio, seguido, en cuanto abrí los labios, por un murmullo de admiración! De puro sutil, me había quebrado; resultaba yo más verdadero de lo que me figuraba.


"En suma, que me tomaron por el legítimo y célebre profesor nihilista. Yo era entonces un muchacho de espíritu equilibrado, y aquello fue para mí un golpe terrible. Antes que hubiera podido recobrarme, dos o tres de "mis" admiradores se me acercaron llenos de indignación, y me dijeron que en el cuarto de al lado era yo víctima de un insulto público. Pregunté qué pasaba. Me dijeron que un impertinente se había atrevido a vestirse como yo, e intentaba parodiarme ridículamente. Por desgracia yo había bebido más champaña de lo que me hubiera convenido y, en un rapto de locura, decidí afrontar la situación. El verdadero Profesor, al entrar, fue recibido por la mirada furiosa de la compañía y mi adusto ceño glacial.


"Inútil decir que hubo un choque. En vano los atribulados pesimistas se preguntaban cuál de los dos profesores parecía realmente más viejo. Yo gané al fin. Un pobre viejo valetudinario como mi rival no podía dar una impresión de caducidad tan completa como un actor joven en la primavera de la vida. Ya comprende usted: él era realmente paralítico y, llevando esta ventaja, no podía representar la parálisis tan bien como yo. Entonces intentó derrotarme intelectualmente. Pero yo le opuse una táctica muy sencilla: cada vez que él decía algo que sólo él podía entender, yo contestaba algo que ni yo mismo entendía. Él decía, por ejemplo:


"-No creo que usted trate de aplicar el principio de que la evolución sólo es negación, puesto que ello implica ciertas lagunas que son esenciales de diferenciación.


"A lo cual replicaba yo desdeñosamente:


"-Eso lo ha leído usted en Pinckwerts; la noción de la involución como función eugenética la expuso hace ya mucho tiempo Glumpe.


"Huelga decir que los tales Pinckwerts y Glumpe no existen. Pero, con gran sorpresa mía, el auditorio parecía recordarlos perfectamente. Y el Profesor, viendo que el método culto y misterioso no le servía de nada ante un enemigo poco escrupuloso, se dedicó a atacarme con ingeniosidades de género más popular.


"-Ya veo -dijo con sorna- que usted ha triunfado nomo el falso cerdo de Esopo.


"-Y usted -contesté sonriendo- pierde como el erizo de Montaigne.


"Ignoro si habrá tal erizo en Montaigne.


"-Ya va usted perdiendo recursos -dijo él- y lo mismo perderá las barbas.


"A esto que, además de ser verdadero, era ingenioso, no encontré respuesta inteligente.


Solté la risa y dije al azar: "-Sí, como las botas del panteísta.


"Y di media vuelta afectando un aire de triunfo. El verdadero Profesor fue expulsado,  aunque sin violencia, salvo que uno de los presentes insistía en pellizcarle las narices a toda conciencia. A estas horas en toda Europa lo reciben como a un delicioso impostor. Y su ira y sus protestas de sinceridad lo hacen, como usted comprende, más ridículo todavía."


"-Bien -dijo Syme-. Comprendo que usted se haya puesto esas sucias barbas para la  bromita de aquella noche, pero no comprendo que se las haya usted dejado para siempre.


"-Ése es el siguiente capítulo de mi historia -aclaró el disfrazado-. Cuando salí de la  sala entre respetuosos saludos, me fui cojeando por la oscuridad de la calle, deseoso de  alejarme lo bastante para recobrar mi paso habitual. ¡Oh asombro! Al doblar la esquina  siento un golpecito en un hombro: me vuelvo, y me encuentro bañado en la sombra de un guardia gigantesco. Me dijo que por ahí estaba yo haciendo falta.


"-Sí -contesté adoptando una actitud paralítica y un marcado acento germánico- les estoy haciendo falta a los oprimidos. Usted viene a detenerme porque soy el gran anarquista, el Profesor de Worms.


"Y el guardia, consultando tranquilamente un papel:


"No señor -dijo cortésmente-. Al menos, no es esa la causa. Yo, caballero, lo arresto a usted porque no es el conocido anarquista Profesor de Worms.


"Este cargo, si es que era tal cargo, era en todo caso el más leve de los dos. Seguí al guardia, aunque perplejo, no muy asustado. Me hizo atravesar varios cuartos, y al fin me condujo a presencia de un policía. Explicóme éste que había comenzado una seria campaña contra los centros de anarquismo, y que el éxito de mi disfraz resultaba muy útil para la seguridad pública, y me ofreció un buen salario y la consabida tarjetita azul, aunque hablamos poco, aquel hombre me dio la impresión de tener un gran sentido común, una robusta naturaleza; pero poco puedo decirle a usted de su aspecto físico, porque..."


-Ya -interrumpió Syme soltando el cuchillo y el tenedor- porque habló usted con él en un cuarto oscuro.



El profesor de Worms asintió con la cabeza y llevó el vaso a sus labios.

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