GONZALO
FONSECA
“UN FUNICULAR AL PURGATORIO Y UN ASCENSOR AL
INFIERNO PARA QUE VENGAN LOS AMIGOS EN OCASIONES SEÑALADAS”
Bebamos contra
tal impertinencia (Trópico
Sur / Minilibros 50, Maldonado, 2012) es el primer poemario publicado por Gonzalo Fonseca (Rocha, 1964), que también
ha colaborado en diversas publicaciones como Sueños, Diario Punta del
Este, Solidaridad, El Cachimbo de la Reyna, Kudomayo (pasquín
libertario interparietal), Siete Días de Maldonado, 100 % Interés Público y
elMontevideano Laboratorio de Artes.
¿Cómo se fue gestando Bebamos contra tal
impertinencia, un primer poemario que publicás ya casi con medio siglo en
el lomo? Tu discurso poético irradia una coherencia y un yeito propio que
parece haber sido trabajado a lo largo de muchos años.
Hay una carpeta
para un supuesto libro que nunca llegó a ser, titulada Mis años guardados en una mochila
vietnamita. Hay poemas sueltos y no tan sueltos y otros nacidos de tragos y
de conversaciones con amigotes de mala catadura. Y un día aparece Trópico Sur, invento quiroguiano del
loco argeparaguayo Jorge Montesino (simpatizante de Nacional Querido del Barrio Obrero de Asunción) y hay que meter
mano en los papeles para entresacar poemas y reinstalarlos en un libro breve.
Si a esto lo puedes llamar “ir gestando”, podrías tomarlo como respuesta. Tengo
dificultades para hablar de mi libro porque lo he leído poco. Trabajo sí, pero
más bien a lo muy ancho de pocos días en
esos largos años. Y más “por dentro” que sobre papel, más mascullamiento que
garabato. Uno de mis broders, el Pájaro Di Leone, una tarde de Bols y Del Cebador desparramó sobre la inocente cármica, los papeles
arriba mencionados. -Si de aquí sacas un poemario coherente -le dije-
terminamos la Bols y abrimos la Martín Fierro. De tales alquimias se
destiló el Bebamos.
¿Cómo definirías a la tal impertinencia contra
la que proponés beber en un tono más guerrero que festivo?
“Impertinencia”:
término paisano equivalente a molestia que se causa por torpeza, necedad o
ignorancia y, sobre todo, por inoportunidad. La vieja y querida vida si fuera
menos vieja y menos querida sería, tal vez, menos impertinente.
¿Cuáles considerás que son los poetas o los
cantautores que te marcaron más a fondo?
¡Esta sí es la
del millón! De niño, preadolescente, me recuerdo conmovido por Lucio Muniz y
Jorge Rodríguez Benítez, altas voces esteñas en poesía y canciones. Con fondo
de mar rochense, los grandes del folclore argentino, algún tango emblemático,
que tarareaba y medio cantaba mi padre, zarzuelas y boleros de mi madre, y los
fogones de campamento, mar y río, con recitados de Historia y Antología de la Poesía Española en lengua castellana del siglo XII al XX, un libro de tapas marrones y
papel biblia, cercano al kilo y medio, que papá compró con su primer sueldo a
los 16 años y del cual él había memorizado poemas larguísimos que aun tengo
junto a mí. Me estaba preparando para la llegada de los nuestros, Osiris,
Zitarrosa, mis vecinos: los primerizos Zucará... Licealmente -maldonadense ya-
entraron los anglosajones: me topé las segundas invasiones inglesas, sin
gaiteros pero con Los Beatles. Desde la Torre del Vigía no se veía ni el jopo
de Dylan Thomas, ni a Walt Whitman o Jack Kerouac o los beatniks: los muy
ladinos se habían colado en los libros que leíamos con Wilmar Berdino o las
canciones que traducíamos con bajas del lado español y del inglés, como en los
viejos tiempos. Por si fuera poco, andaban en la vuelta el genovés Fabrizio De
André, disfrazado de disco, y en persona, Igor Alexandro, músico de alta
escuela y vate de la alta poesía, ruso blanco y anarquista de ignota suerte. Y
entonces llegó El Darno, el más alto riesgo que haya corrido (no es chicharrón
de nianda asomarse a lo insondable cuando te has tomado unas cuantas). Después
de esto, confesar que uno se ha puesto a escribir algunas cosas, dan ganas de
inventar la máquina de dar patadas (al
modo de la máquina de cebar mate -“Máquina Autocebante y Autochupante”-
inventada y dibujada por Arturo Batista en fogones de pesca de camarón,
hermanos de fines de verano de los otros fluviales y recitativos) y ponerla a
funcionar a todo zapateo aplicada a la propia persona.
Los últimos cuatro versos de tu libro hacen entrever
un calado casi desesperadamente oculto de tu iceberg vital donde el
palazo a la piñata de la trascendencia parece apasionarte todavía más que la
copa y el fútbol. ¿Qué paraíso querrías?
Un bar, con una
puertita acolchada hacia los dormitorios, un palco al estadio, y un funicular
al purgatorio y un ascensor al infierno para que vengan los amigos en ocasiones
señaladas.
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