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TEILHARD DE CHARDIN 50 AÑOS DESPUÉS


Agustín de la Herrán



PRIMERA ENTREGA



Pierre Teilhard de Chardin nace en 1881, el mismo año en que nacen Pablo Picasso, Cousinet o Juan Ramón Jiménez y se publica "Aurora", de Nietzsche, y muere con A. Einstein en 1955. Once años más tarde, en 1966, en la alocución de apertura del simposio titulado "Ciencia y Síntesis", organizado por la UNESCO, su entonces director general, R. Maheu (1967), decía:


La obra de Einstein y la de Teilhard [...] constituyen sin duda alguna, cada uno a su manera y por su propio esfuerzo, los sistemas de conocimientos más extensos y densos a la vez que se hayan concebido. No basta con constatar que ningún afán de síntesis haya sido tan ambicioso en el campo de la ciencia: sobre todo hay que observar que la síntesis nunca se ha identificado tan consciente y voluntariamente como en la mente de estos dos sabios.


Las muertes de Einstein y de Teilhard de Chardin distaron ocho días, y ocurrieron en el mes de abril, con muy desigual eco. Casi medio siglo después todavía nos preguntamos por qué la tremenda injusticia histórica cometida con el segundo, "el jesuita prohibido" (G. Vigorelli, 1963), que hasta el momento de su muerte tuvo problemas con la Compañía de Jesús[1]. J. Neuvecelle (1984) reconocía que sus escritos: "consiguieron una difusión sorprendente en el país". M. León-Dufour (1969), reflexionando desde un marco de referencia más amplio, opinaba que: "En diez años, ningún pensamiento se ha difundido más hondamente en nuestro tiempo". Pero, a mediados de los años 70, los mismos que le estudiaron desde finales de los 50, fueron testigos de su desaparición total en editoriales y librerías. Al principio, este suceso extrañó, acelerándose reactivamente en unos pocos la inquietud por aquellas genialidades que se quedaban sin infraestructura comercial. Después, con los intereses y los años, Teilhard se diluyó casi definitivamente; aunque, en quienes le conocieron mediante la reflexión de sus obras, jamás dejase de existir.


Hoy, Teilhard ha entrado en una vía muerta, en un auténtico "coma" histórico. La pretensión de estas breves líneas no sólo es de deseo, sino de contribución (modesta, pero largamente reflexionada) a su salida de este sopor profundo. Es posible que pronto se vuelva al ser humano, directamente, sin intermediarios, con la inteligencia fresca, humilde y vigorosa, cansada de tanto redil condicionado y tanto filtro sectario. Y es probable que se consiga, porque, hoy más que nunca, lo que destaca es un déficit de misticismo natural, limpia, correctamente entendido. Y, por la misma razón, jamás ha hecho más falta tenerlo y experimentarlo. Quizá, entonces, sea el momento de volver a Teilhard de Chardin, no tanto como etnólogo, filósofo, teólogo o genio... sino, simplemente, como el humanista, y sobre todo como el humanizador. Porque no sólo es obvio que sus cuestiones de fondo siguen vigentes: es que son una clave de futuro de máxima actualidad. Vuelve Teilhard de Chardin, vuelve el hombre. Suscribo ahora lo que ya en los años 60 adelantaba M. Crusafont Pairó (1960b), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Comendador de la Orden de Alfonso X el Sabio, al decir:



Como sucede con todos los genios, dejará durante un largo período una estela de disputas y de incomprensiones, para luego imponerse definitivamente no sólo por lo que dijo, sino por la brecha abierta hacia nuevas concepciones filosóficas del fenómeno humano. El P. Teilhard de Chardin realizó una enorme proeza que seguramente no habrá sido valorada en lo que merece.



¿Nos encontraremos ahora en el momento propicio para esa actualización definitiva? La sospecha de partida es la afirmación de su conveniencia. Teilhard es una hipótesis, como el catolicismo, el capitalismo o el marxismo son otras hipótesis. Pero con una diferencia: Teilhard se define, esencialmente, por la complementariedad y la convergencia con todas las demás, sometiéndolas, en todo caso, a una única prueba de validez: el reto de la evolución. Así como G.W.F. Hegel sacudió los fundamentos de todo el siglo XIX, P. Teilhard de Chardin desató en el XX uno de los más intensos y constructivos desasosiegos intelectuales. B. Towers califica la obra de Teilhard como el mayor logro en razonamiento sintético desde el pensamiento de Aquino. De hecho, es muy probable que, de un modo más o menos manifiesto, Teilhard de Chardin haya sido un agente de cambio principal de quienes, recientemente, han apostado por la necesidad de cambiar las actuales tradiciones y paradigmas y trabajar por "transformar un mundo en crisis" (G. Müller-Fahrenholz, 1996): desde J. Krishnamurti o K.G. Dürckheim a la larga lista de investigadores afines a lo transpersonal (A.H. Maslow, Ch. Tart, S. Grof, K. Wilber, J. Rof Carballo...), etc. Con todo, el legado de Teilhard ha permanecido tan fértil como fugaz, dándose la doble paradoja de verse desarrollado por quienes no le suelen citar en sus estudios, y no alcanzan, empero, su grado de profundidad y complexión.



Como claves básicas de su pensamiento, pueden destacarse las siguientes:



1) Estaba fundamentado, sostenido y adaptado en una considerable inteligencia. En palabras de J. Piveteau (1964), profesor de la Sorbona y presidente de la Academia de Ciencias francesa, P. Teilhard de Chardin fue "una de las mayores inteligencias que haya existido jamás".



2) Era considerablemente amplio y dialéctico, probablemente porque su inteligencia fuese de tipo "abstracto o verbal".



3) Sin embargo, Teilhard fue sobre todo investigador científico. Desde este punto de vista y al parecer del historiador A. J. Toynbee (1960), sus aportaciones fueron suficientes como para considerársele un verdadero genio del conocimiento humano.



4) A su cualificación de científico cabía añadirse la de poeta, creador y gigante de la espiritualidad, tanto como de la inteligencia (A. J. Toynbee, 1960).



5) Dentro de su amplitud, buscaba la orientación hacia la complementariedad (sintética, unitiva, no-parcial, no-fragmentaria) entre opuestos tradicionalmente irreconciliables (materia y espíritu, ciencia y espiritualidad, Oriente y Occidente, etc.), no sólo desarrollando contenidos integradores, sino, sobre todo, desde su propio comportamiento.



6) Situaba estas síntesis en movimiento, dentro de un evolucionismo de creciente espiritualización, en torno a Cristo, de todo lo real, en cuyo devenir la totalidad cobraba un espectacular sentido ascendente.



7) El hombre es el protagonista principal de este proceso evolutivo, al ser el más necesitado y el más capaz de hacerlo.



8) El proceso de la evolución humana tiene una escala planetaria, universal (y no sólo local, nacional o limitada).



9) La función básica del ser humano, nacida de su compromiso con la humanidad, no era otra que construir la Tierra.



10) La buena realización de esta labor tiene lugar en virtud de un acrecentamiento de la complejidad de la conciencia, a partir del desarrollo de la capacidad de reflexión de la persona sobre sí misma. He aquí a Teilhard como uno de los antecedentes directos del nuevo paradigma de la complejidad.



11) La complejidad y el crecimiento imparable de la conciencia, compatible con el principio físico de la entropía, se caracterizaban por la irreversibilidad, con lo que era la base de una actitud intrínsecamente optimista.



12) Tal actitud fundamenta, a su vez, el desarrollo de una correlativa sensación de mayor responsabilización con la existencia.



13) Sus pensamientos se ahormaban alrededor del eje de la evolución, pero estaban dotados de finalismo, tanto respecto al proceso como a su resultado último; así, el sentido de la evolución es de inevitable mejora, en la medida en que la convergencia de lo humano y de la naturaleza tiene lugar, y tiende a perfeccionarse hasta un clímax previsible ("punto Omega" o Dios o Abbá, que así le llamaba Yeshúa), en el que tendría lugar la divinización y la unidad generalizada de la humanidad.



14) Sus razonamientos filosóficos estaban vertebrados por componentes conceptuales cristianos clásicos y por otros originales, procedentes de la reflexión "cristocéntrica" de su experiencia científica y macrofenomenológica.



15) Las proposiciones teilhardianas no son el resultado de un frío razonamiento discursivo; más bien son un conjunto de intuiciones geniales, obtenidas como consecuencia de una maduración, de una voluntad, de una experiencia y de una transformación mística continua.




16) Jamás desapareció de sus obras filosóficas el rigor lógico propio de su pensamiento científico; más bien, lo complementó con apreciaciones e hipótesis más profundas, integradoras y envolventes de tipo evolucionista, teológico y humanista; no obstante, es preciso distinguir sus producciones filosóficas de las estrictamente científicas, que son la mayoría, aunque se conozcan menos.




Los dos presupuestos que manejaba más frecuentemente Teilhard de Chardin, para una comprensión completa y coherente del fenómeno humano eran, por una parte, la creciente preeminencia del pensamiento en la constitución del universo, y, por otra, la naturaleza orgánica de la sociedad humana.







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