PAPÁ GORIOT
Título
del original: LE PÉRE GORIOT
Traducción
: OSCAR HERMES VILLORDO
Prólogo
de MANUEL PEYROU
QUINCUAGESIMOPRIMERA
ENTREGA
PAPÁ GORIOT / LA ENTRADA EN EL MUNDO
(2 / 16)
Esta mezcla de buenos
sentimientos, que hacen a las mujeres tan grandes, y las faltas que las obliga
a cometer la forma en que está constituida actualmente la sociedad, trastornaba
a Eugenio, que pronunciaba palabras cariñosas y consoladoras, admirando a
aquella joven mujer tan imprudente en medio de su dolor.
-Prométame que no se
servirá usted de lo que le digo como un arma contra mí.
-¡Ah, señora, soy incapaz
de hacerlo!
Entonces Delfina le tomó
la mano y la puso sobre su corazón con un movimiento lleno de gracia y de
agradecimiento.
-Gracias a usted estoy ya
libre y alegre. Ahora quiero vivir sencillamente y no gastar nada. Usted me
encontrará bien de cualquier modo, ¿verdad, amigo mío? Guarde usted esto -le
dijo entregándole seis billetes de banco-; y, en conciencia, le debo mil
escudos, porque yo he considerado que jugábamos a medias. -Eugenio se defendió
como una virgen. Pero habiéndole dicho la baronesa-: Lo consideraré como mi
enemigo si no es usted mi cómplice- tomó el dinero.
-Bueno, será un depósito
para un caso de desgracia -le dijo.
-He aquí la palabra que
yo temía -exclamó Delfina palideciendo-. Si quiere usted ser algo para mí,
júreme no volver nunca más al juego. ¡Oh, Dios mío! ¿Corromperlo yo? Me moriría
de dolor si esto sucediera.
Habían llegado ya. El
contraste de aquella miseria y de aquella opulencia aturdían al estudiante, en
cuyos oídos resonaban aun las siniestras palabras de Vautrin.
-Siéntese usted ahí -dijo
la baronesa entrando en su cuarto y señalándole un sofá al lado del fuego-. Voy
a escribir una carta muy difícil. Aconséjeme.
-No escriba usted -dijo
Eugenio-. Meta los billetes en un sobre, ponga la dirección y envíelos por su
camarera.
-¡Ah, es usted un amor de
hombre! He aquí lo que es la cuna. Ese rasgo es Beauséant puro -dijo Delfina sonriendo.
“Es encantadora” se dijo
Eugenio, que se iba enamorando cada vez más. Y miró la habitación donde se
respiraba la voluptuosa elegancia de una rica cortesana.
-¿Le gusta a usted mi
cuarto? -repuso ella llamando a la camarera-. Teresa, lleve usted esto al señor
de Marsay y entrégueselo a él en persona. Si no lo encuentra, me devolverá
usted la carta.
Teresa no salió si haber
dirigido a Eugenio una maliciosa mirada. La comida estaba servida. Rastignac
dio el brazo a la señora de Nucingen, la cual lo llevó a un delicioso comedor,
donde el estudiante volvió a ver el lujo de mesa que había admirado en casa de
su prima.
-Los días de Italianos
-le dijo la baronesa-, vendrá usted a comer conmigo y me acompañará.
-Me acostumbraría a esta
agradable vida si hubiese de durar; pero soy un pobre estudiante que tiene que
hacer fortuna.
-Ya la hará -repuso la
joven riéndose-. Mire, todo se arregla: no esperaba yo hoy ser tan feliz.
Es muy propio de la
naturaleza femenina querer probar lo imposible por medio de lo posible y
destruir los hechos con presentimientos. Cuando la señora de Nucingen y Rastignac
entraron en su palco de los Bouffons,
la alegría que ella irradiaba la hacía tan hermosa, que todo el mundo ser
permitió esas pequeñas calumnias contra las que las mujeres no tienen defensa y
que hacen creer a veces en desórdenes e inmoralidades inventadas a placer.
Cuando se conoce París, no se cree nada de lo que se dice ni se dice nada de lo
que se hace. Eugenio tomó la mano de la baronesa y los dos hablaron con
presiones más o menos vivas, comunicándose las sensaciones que les causaba la
música. Para ellos aquella noche fue deliciosa; salieron juntos, y la señora de
Nucingen quiso acompañar a Eugenio hasta el Puente Nuevo, negándole durante
todo el trayecto uno de aquellos besos que tan calurosamente le había prodigado
en el Palacio Real. Eugenio le reprochó su inconsecuencia.
-Hace un momento -le respondió
ella-, era agradecimiento por un favor inesperado; ahora, sería una promesa.
-¿Y usted no quiere
hacerme ninguna, ingrata? -Y se enfadó. Haciendo uno de esos gestos de
impaciencia que encantan a un amante, ella le dio la mano a besar y él la tomó
con una indiferencia que hizo mucha gracia a Delfina.
-Hasta el lunes, en el
baile -le dijo ella.
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