ALBERT HOFMANN
LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL
ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO
Título original: LSD
– Mein Sorgenkind
Ernst Klett,
Stuttgart, 1979
Traducido por Roberto
Bein
Editorial Gedisa,
Barcelona, 1980 / Segunda edición, 1991
OCTAGÉSIMA ENTREGA
12
Encuentro con Aldous Huxley (1)
Hacia mediados de la
década de los cincuenta se publicaron dos libros de Aldous Huxley, The Doors
of Perceptions (“Las puertas de la percepción”) y Heaven and Hell (“Cielo
e infierno”), en los que se ocupa sobre todo en el estado de embriaguez
provocado por las drogas alucinógenas. Allí se describen magistralmente los cambios
en las percepciones sensoriales y en la conciencia, que el autor experimentó en
un autoensayo con mescalina. Para Huxley el experimento con mescalina se convirtió
en una experiencia visionaria. Vio las cosas desde otro punto de mira: le
revelaron su ser propio e intemporal, que queda oculto a las miradas
cotidianas.
Ambos libros contienen
consideraciones fundamentales sobre la naturaleza de la experiencia visionaria
y la importancia de este tipo de captación del mundo en la historia de la
cultura, en la formación de los mitos y las religiones en el proceso
artístico-creador. Huxley ve el valor de las drogas alucinógenas en el hecho de
que permiten que personas que no posean el don de la contemplación visionaria espontánea,
propia de los místicos, los santos y los grandes artistas, puedan experimentar
ellos mismos estos extraordinarios estados de la conciencia. Eso, opina Huxley,
llevaría a una comprensión más profunda de los contenidos religiosos o místicos
y a una experiencia novedosa de las grandes obras de arte. Estas drogas son
para él las llaves que permiten abrir nuevas puertas de la percepción, llaves
químicas que coexisten con otros “abridores de puertas” consagrados pero más
laboriosos, como la meditación, el aislamiento y el ayuno, o como ciertos
ejercicios de yoga.
En aquel entonces yo ya
conocía la obra anterior de este importante escritor. Dicho sea de paso, ya en
su novela Brave New World, publicada en 1932, cumplía un papel
importante una droga psicotrópica que coloca a las personas en un estado eufórico
y a la que llama “soma”. En los dos nuevos escritos del autor hallé una
interpretación significativa de la experiencia inducida por drogas y obtuve así
una introspección más profunda de mis propios ensayos con LSD.
Por eso me vi
agradablemente sorprendido al recibir en una mañana de agosto de 1961 en el
laboratorio una llamada telefónica de Aldous Huxley. Estaba de paso en Zurich
con su esposa. Nos invitó a mí y a mi esposa para un lunch en el Hotel
Sonnenberg.
Un gentleman, con
una fresia amarilla en el ojal, un personaje alto, noble, que irradiaba bondad
-así lo recuerdo en nuestro primer encuentro-. La conversación giró sobre todo
en torno al problema de las drogas mágicas. Tanto Huxley como su esposa, Laura
Huxley Archera, habían tenido experiencias con LSD y con psilocybina. Huxley
habría preferido no llamar “drogas” (drugs) a estas sustancias y a la
mescalina, porque en el uso lingüístico inglés, igual que en el alemán, la
palabra “droga” está desacreditada y porque era importante diferenciar también
en el terreno de la lengua a este tipo de sustancias activas de las otras
drogas. Creía que en la actual fase del desarrollo de la humanidad, a los agentes
que producen una experiencia visionaria les cabe una gran importancia. No le
parecía que tuvieran mucho sentido los ensayos en condiciones de laboratorio,
porque, con la receptividad y sensibilidad tan aumentadas para las impresiones
externas, el ambiente tendría una importancia decisiva. Al hablar de la tierra
natal de mi esposa, la zona montañosa de Bünder, le recomendó ingerir LSD en
una pradera de los Alpes y mirar luego dentro del cáliz azul de una genciana
para contemplar allí el milagro de la creación.
Al despedirnos, Huxley me
dejó como recuerdo una copia en cinta de su conferencia “Visionary Experience”,
que había dado una semana antes en un congreso internacional para
psicología aplicada en Copenhague. En esta conferencia habló sobre la
naturaleza y la significación de la experiencia visionaria, contraponiendo este
tipo de visión del mundo a la captación verbal e intelectual de la realidad
como su complemento necesario.
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