KAREL KOSIK (1926 – 2003): UN MARXISMO CON
VUELO
METAFÍSICA DE LA CULTURA
(fragmentos de Dialéctica de lo concreto)
SEGUNDA ENTREGA
El factor económico (2)
El monismo materialista, que concibe la
realidad como un todo constituido y formado por la estructura económica, es
decir, por el conjunto de las relaciones sociales que los hombres contraen en
la producción y en su relación con
los medios de producción, puede
constituir la base de una teoría coherente de las clases sociales, y ser
criterio objetivo para distinguir entre los caminos estructurales -o sea, aquellos
que cambian el carácter del orden social- y los cambios derivados, secundarios,
que modifican el orden social, pero sin transformar esencialmente su carácter.
La base teórica de la actual apología del capitalismo (la idea de que las
diferencias de clase quedan abolidas en las sociedades imperialistas más
avanzadas) entraña una confusión de la teoría del factor económico con la de la
estructura económica. No creemos, por tanto, que sea casual el que la abundante
literatura apologética sobre el problema de las clases parta de Max Weber, para
quien la pertenencia a una clase se determina por la facultad de disponer de
bienes en el mercado, con lo cual se borra prácticamente la diferencia entre
posesión de medios de producción, y posesión de bienes o mercancías. En lugar
de la dicotomía fundamental clasista -de explotadores y explotados- se propone
una escala autónoma, y por tanto abstracta, de poseedores y no poseedores, de
ricos y pobres, de gente que dispone de bienes y de gente que carece de ellos,
etc. Dicho en otros términos: el concepto de economía se reduce aquí a la vieja
“teoría de los factores” y la economía es concebida como riqueza, patrimonio,
poder del dinero, o poder de la posesión, etc. Sobre la base de semejante
teoría se llega a la superficial conclusión polémica de que la fuerza económica
de un individuo no va acompañada necesariamente del ejercicio efectivo del
poder (1), y a la artificiosa unilateralidad del “determinismo económico” se
contrapone el determinismo pluralista de la economía, del poder y de la
posición social, es decir, una concepción que en esencia no es sino un retorno a la teoría atomística de los
factores. Para Max Weber, la economía, el poder y la posición social son
órdenes independientes y autónomos, que llevan una existencia suprahistórica.
En realidad, sostiene Weber, (a) la posición económica, (b) la posición social
con la jerarquía de prestigio social. Honor, crédito, etc. y (c) distribución
del poder político, tienen relativa autonomía en el interior y sobre la base de una determinada formación
económico-social, en cuyo ámbito y sobre cuyo fundamento funcionan, se
compenetran y se influencian recíprocamente. El espejismo de que la posición
social y el poder político no dependen “en última instancia” de la economía, de
la estructura económica de la sociedad, sino que constituyen tres órdenes
independientes, autónomos e interinfluyentes, surge debido a que la economía es
entendida de un modo simplista como un factor al cual se agregan y deben ser
agregados otros factores para lograr la “plenitud”. Es verdad que la posesión
de dinero (Gelbesitz) no constituye
de por sí una calificación de clase de la misma manera que la indigencia no es
de por sí una descalificación de clase. Sin embargo, la propiedad o la
indigencia, que entrañan cierta posición económica, pero no la pertenencia a
una clase social, acarrean determinadas consecuencias sociales de clase o
políticas, que dependen de la estructura
económico-social. El problema del donquijotismo, por ejemplo, puede ser
explicado sobre la base de la transferencia de valores (el honor de casta) del
viejo orden caduco, en cuyo ámbito regían normalmente
a una sociedad de distinta estructura y jerarquía de valores, en la que,
por tanto, los antiguos valores sólo pueden regir de manera extraordinaria, y con un efecto y
significado absolutamente contrarios. El cambio de funciones de determinados
valores no es resultado de una valoración subjetiva, sino de un cambio objetivo
de las relaciones sociales. De modo análogo, la problemática del poder, de
la estructura del poder y de su modificación tampoco puede ser comprendida
desde el punto de vista del factor económico (de la riqueza, del poder de la
propiedad, etc.), sino desde el punto de vista de las leyes de la estructura
económica de esta o aquella formación social. Resumiendo, podemos decir: la distribución de la riqueza (“economía”),
la jerarquía y la estructura del poder (“poder”), y los grados en la posición
social (“prestigio”), son determinados por leyes que tienen origen en la
estructura económica del régimen social en determinada etapa de su desarrollo.
El problema de cómo se reparte el poder en una sociedad dada, de quién lo
detenta y cómo es ejercido, y, por tanto, el problema de cuál es la naturaleza
de la jerarquía del poder, de cuál es
el criterio y la graduación del prestigio social, de cómo y entre quiénes se
distribuyen los honores, de quién es autoridad, héroe, hereje o “Diablo”, y, en
consecuencia, de cuál es el carácter y la escala de la posición social; y, en fin, de qué modo está distribuida la
riqueza, cómo se divide la sociedad en poseedores y desposeídos, o, entre
quienes poseen más y quienes poseen menos y, por consiguiente, de cuál es la distribución de la riqueza; en suma,
todos estos problemas que Weber y su escuela consideran autónomos derivan de la
estructura económica de la formación social, y sólo pueden ser explicados
racionalmente a base de la misma.
La demostración de la unidad de
la realidad social creada por la estructura económica puede llegar a
convertirse en una rémora para la investigación científica si dicha unidad es
transformada en identidad metafísica y la totalidad concreta de la realidad
social degenera en una totalidad abstracta. Ello explica por qué la sociología
burguesa que ha abandonado el punto de partida metodológico del monismo, y ha
pasado al examen detallado de determinados sectores o elementos de la realidad
social, para los cuales ha constituido ramas científicas independientes
(sociología del poder, sociología del arte, sociología de la cultura,
sociología de la ciencia, sociología de la religión, etc.), llega a ciertos
resultados positivos, mientras el mero
insistir en el exacto -sólo potencialmente exacto- punto de partida
metodológico conduce a una fastidiosa repetición si la verdad de este punto de partida no se realiza como realidad
concreta, y se queda en la identidad metafísica o en la totalidad vacía.
El arte y el equivalente social (1)
La investigación filosófica se distingue por completo del mero moverse
en círculo. Pero ¿quién se mueve en círculo, y quién plantea cuestiones
filosóficas? El círculo en la reflexión es un círculo de problemas en cuyo
ámbito el pensamiento se mueve con la ingenua convicción inconsciente de que es
su propia creación. La problemática está trazada, las cuestiones han sido ya
programadas, y la investigación se ocupa de precisar los conceptos. Pero ¿quién
ha trazado y determinado la problemática? ¿Quién ha descrito el círculo que
determina la indagación?
En las discusiones sobre el realismo y el no realismo las definiciones se
precisan, los conceptos se reforman, algunas palabras son sustituidas por
otras, pero toda esta actividad se desarrolla sobre la base de un supuesto
tácito no investigado. Las discusiones giran en torno a la actitud del artista
hacia la realidad, o acerca de los medios con que pinta la realidad, en qué
medida adecuada y auténticamente, o sobre si el artista refleja de un modo
adecuado, veraz y artísticamente perfecto esta o aquella tendencia de la
realidad, pero siempre se presupone tácitamente que lo más evidente, lo más
notorio y, por tanto, lo que menos requiere investigación y análisis es
precisamente la realidad. Pero ¿qué es la realidad? ¿Pueden ser fecundas las
discusiones sobre el realismo o el no realismo, si sólo precisan los conceptos
relacionados con los problemas secundarios,
mientras queda sin explicar la cuestión fundamental?
¿Es que semejante discusión no requiere una “revolución copernicana” capaz de
poner sólidamente sobre sus pies toda esta problemática que se halla invertida,
cabeza abajo, y que mediante el esclarecimiento del problema central siente las
premisas necesarias para resolver las cuestiones ulteriores?
Toda concepción del realismo o
del no realismo se basa en una concepción consciente, o inconsciente, de la
realidad. Lo que sea el
realismo o el no realismo en el arte dependerá siempre de lo que sea realidad,
y de cómo se concilia la realidad misma. Por tanto, el planteamiento materialista del problema comienza en el momento
mismo en que se parte de esa dependencia como de un fundamento esencial.
La poesía no es una realidad de orden inferior al de la economía; es
también una realidad humana, aunque de otro género y de forma diversa, con una
misión y un significado distintos. La economía no genera la poesía, ni directa
ni indirectamente, ni mediata ni inmediatamente; es el hombre el que crea la
economía y la poesía como productos de la praxis humana. La filosofía
materialista no puede fundar la poesía sobre la economía, ni tampoco enmascarar
la economía -entendida como única realidad- bajo diversas apariencias menos
reales y casi imaginarias, como la política, la filosofía o el arte; debe, en
primer lugar, investigar el origen de la economía misma. Quien parte de la
economía como algo ya dado y no derivable ulteriormente, como la causa más
profunda y originaria o única y auténtica realidad que no admite indagación,
transforma la economía en un resultado, en una cosa, en factor histórico
autónomo y, con ello, la convierte en un fetiche. El materialismo dialéctico es
una filosofía radical porque no se detiene en los productos humanos, como si
fueran la verdad en última instancia, sino que penetra hasta las raíces de la
realidad social, es decir, hasta el hombre como sujeto objetivo, hasta el
hombre como ser que crea la realidad
social. Sólo sobre la base de esta determinación materialista del hombre como sujeto objetivo, esto es, como ser que
crea una nueva realidad, una realidad
social con los materiales que proporciona la naturaleza y, como condición
imprescindible, en armonía con las leyes de la naturaleza, podemos explicar la economía como estructura
fundamental de la objetivación humana, como esqueleto de las relaciones
sociales, como la característica básica de dicha objetivación, como fundamento
económico que determina a la superestructura. El primado de la economía no
deriva de un grado más elevado de realidad de algunos productos humanos, sino del significado central de la praxis y
del trabajo en la creación de la realidad humana. Las consideraciones
renacentistas sobre el hombre (y fue el Renacimiento el que descubrió el hombre y el mundo humano
para la época moderna) comenzando desde el trabajo, que es concebido en un
amplio sentido como creación y, por tanto, como algo que distingue al hombre de
la bestia y pertenece exclusivamente al hombre: Dios no trabaja, aunque crea,
en tanto que el hombre crea y trabaja al mismo tiempo. En el Renacimiento, la
creación y el trabajo están todavía unidos, porque el mundo humano nace en
plena transparencia como la Venus de Botticelli nace de una concha marina en la
naturaleza primaveral. La creación es algo noble y sublime. Entre el trabajo
como creación y los productos más elevados del trabajo existe una vinculación
directa: los productos remiten a su creador, es decir, al hombre que se halla por encima de ellos, y expresa en ellos
no sólo lo que ya es y lo que ya ha alcanzado, sino también lo que aun puede
llegar a ser. Testimonian no sólo su actual capacidad creadora sino también muy
particularmente su infinita potencialidad: “Todo lo que nos circunda es obra
nuestra, obra del hombre: las casas, los palacios, las ciudades, las
espléndidas construcciones esparcidas por toda la Tierra. Se asemejan a una
obra de ángeles y, sin embargo, son obra de los hombres… Cuando vemos tales
maravillas, comprendemos que podemos crear cosas mejores, más bellas, más
agraciadas y más perfectas que las que hemos creado hasta hoy”. (2)
El capitalismo rompe este lazo directo, separa el trabajo de la
creación, el producto del productor, y transforma el trabajo en una actividad
fatigosa, extenuante y no creadora. La creación comienza más allá del trabajo
industrial. La creación es arte mientras que el trabajo industrial es oficio,
algo mecánico, reiterado y, por tanto, algo poco apreciado que se desvaloriza a
sí mismo. El hombre, que en el Renacimiento es todavía creador y sujeto,
desciende al nivel de los productos y los objetos, de una mesa, una máquina o
un martillo. Al perder su dominio sobre el mundo material creado, el hombre
pierde también la realidad. La auténtica realidad es el mundo objetivo de las
cosas y de las relaciones humanas cosificadas; en contraste con ella, el hombre
es una fuente de errores, de subjetividad, de inexactitud, de arbitrariedad y,
por ello, es una realidad imperfecta. En el siglo XIX, la más sublime realidad
no ocupa ya el trono en los cielos, bajo el aspecto de un Dios trascendente,
que es la imagen mistificada del hombre y la naturaleza, sino que desciende a
la Tierra bajo la forma de “economía” trascendente, que es un producto material
fetichizado por el hombre. La economía se convierte en el factor económico.
¿Qué es la realidad y cómo es creada? La realidad es la “economía”, y todo lo
demás es sublimación o enmascaramiento de la economía. ¿Y qué es la economía?
La economía es el “factor económico”, es decir, la parte del ser social fetichizado que, gracias a la
atomización del hombre en la sociedad capitalista, ha alcanzado no sólo su
autonomía, sino también el dominio sobre el hombre, impotente en su
disgregación, y bajo esta apariencia fetichizada o deformada se presenta a los
ideólogos del siglo XIX, y empieza a infundir pánico como factor económico, es
decir, como causa originaria de la realidad social. En la historia de las
teorías sociales pueden citarse decenas de nombres, a las que podrían añadirse
otros, para quienes la economía asume ese oculto carácter autónomo. Todos son
los ideólogos del “factor económico”. Queremos insistir en que la filosofía
materialista no tiene nada que ver con la “ideología del factor económico”.
El marxismo no es un materialismo mecanicista que intente reducir la
conciencia social, la filosofía y el arte a las “condiciones económicas”, y
cuya actividad analítica se base, por tanto, en el descubrimiento del núcleo
terreno de las formas espirituales. Por el contrario, la dialéctica
materialista demuestra cómo el sujeto concretamente histórico crea, partiendo
de su propia base económica material, las ideas correspondientes y todo un
conjunto de formas de conciencia. La conciencia no es reducida a las
condiciones dadas; el centro de atención lo ocupa un proceso, en el cual el sujeto concreto produce y reproduce la
realidad social, al mismo tiempo que es producido y reproducido históricamente
en ella.
Notas
1) Es una paradoja histórica -por lo demás fácilmente
explicable- que después de la Primera Guerra Mundial los sociólogos burgueses
basándose en la teoría de Weber sobre las clases, tratan de demostrar la imposibilidad de una sociedad sin clases
(ya que era necesario demostrar el utopismo de la recién nacida sociedad
soviética), mientras que después de la Segunda Guerra Mundial la misma teoría
proporciona argumentos para defender la idea de la desaparición gradual de las
clases sociales y de las contradicciones de clase así como el amortiguamiento
de la lucha de clases en las naciones de régimen-capitalista-monopolista más
desarrolladas. Para la primera argumentación véase Paul Mombert, Zum Wesen der sozialen Klasse, en: Hautprobleme der Soziologie, 1923, Bd. II,
pág. 267. Para la segunda consúltese sobre todo: J. Bernard y H. von Schelsky, Transanctions of the World Congress of
Sociology, 1956, vol. III, págs. 26-31, y 1954, vol. II, pág. 360.
2) Nostra namque, hoc est humana, sunt, quoniam ab hominibus effecta, quae
cernuntur, omnes domod, omnia oppida, omnes urbes, omnia denique orbis
terrarium aedificia, quae nimirum tanta et talia sunt, ut potius angelorum quam
hominum opera, ob magnam quondam corum excellentia, iure, censeri debeant…” G. Manetti, De dignitate et excellentia hominis,
Basilea, 1532, pág. 19 y sig. Véase también: E. Garin, Filosofi
italiano del quattrocento, Florencia, 1942, pág. 238-242. Manetti
(1396-1459), en el ardor de la polémica, olvida que todo lo humano puede
degenerar, pero precisamente con esta programática unilateralidad su confiado
manifiesto del humanismo produce el efecto de un encantador hechizo. Cervantes,
un siglo más tarde, ya no comparte este optimismo
y llega a una comprensión mucho más profunda de los problemas humanos.
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