7/6/12


Capítulo 41
Los Tiempos de Crisis son Tiempos Dorados

Amado Osho,
A medida que la presión social sobre la mente de la gente empie­za a desintegrarse en tiempos de crisis social como estos, parece haber una tendencia a que la gente caiga por debajo del nivel mental y se vuel­va loca. Al mismo tiempo, ¿es cierto que esto tiene un paralelo en la tendencia de la gente a buscar la posibilidad de ir más allá de la mente, hacia la iluminación?

Los momentos de crisis son al mismo tiempo peligrosos e inmensamente importantes, peligrosos para los que no tienen el valor de explorar las nuevas dimensiones de la vida. Están obligados a desinte­grarse en diversos tipos de locura, porque su mentalidad fue creada por la sociedad. Ahora que la sociedad se está desintegrando, la men­talidad no puede permanecer: sus raíces están en la sociedad. La mente se nutre constantemente de la sociedad y ahora ese alimento está desa­pareciendo.

Como la sociedad se está desintegrando, en los individuos surgirá una gran sospecha, una duda que nunca antes había estado presente. Y si sólo son gente obediente, gentes que nunca han traspasado ningún límite impuesto por la sociedad, que siempre han sido ciudadanos hon­rados y respetables -en otras palabras, mediocres-, inmediatamente se volverán locos.

Empezarán a suicidarse, empezarán a saltar de edificios altos... y aunque sigan con vida, ya no contarán con una mentalidad que les ayude a resolver las situaciones de su vida. Se quedarán retrasados, estúpidos, idiotas, puede que acaben esquizofrénicos, que se separen en dos per­sonas, o quizá en una multitud.

En momentos de crisis, el peligro se presenta para los que han dis­frutado de los tiempos en los que la sociedad estaba asentada, cuando no había problemas, todo era fácil, y ellos eran honrados y respetados. Estas son las personas que han disfrutado de la obediencia mental y ahora serán los sufridores. Se trata de una aritmética simple. Se volverán sicóticos, se volverán neuróticos; y entre estas dos palabras no hay mucha diferencia.     

Recuerdo una definición que oí. Le preguntaron a un psicoanalista:

«¿Cuál es la diferencia entre psicosis y neurosis?»

Y el psicoanalista dijo: «La persona psicótica cree que dos y dos son cinco. Y la persona neurótica sabe que dos y dos son cuatro, pero no se siente cómoda con ese hecho.» Por eso la diferencia es muy fina. Ambos tienen problemas.

Pero los tiempos de crisis son tremendamente significativos, para las almas atrevidas a las que nunca les ha preocupado la respetabilidad social ni los honores sociales; para los que nunca se han preocupado por lo que los demás piensen de ellos, y sólo han hecho lo que les parecía justo hacer, los que de alguna forma han sido rebeldes; individualistas. Para estas personas, los tiempos de crisis son tiempos dorados, porque la sociedad se está desintegrando. Ya no puede condenar a nadie, ella misma está siendo condenada, maldecida. No puedo decir que los demás se equivocan. Se está demostrando que ella misma se equivoca; se está demostrando que toda su sabiduría es estúpida, supersticiosa.

El individuo atrevido puede utilizar esta oportunidad para ir más allá de la mente, porque ahora la sociedad no puede impedírselo, no puede ponerle trabas. Ahora es libre.            

Es casi como la situación en una cárcel...; se han abierto las puertas y los guardas han desaparecido, el carcelero no está por ninguna parte. La gente que tiene algún sentido, alguna inteligencia, utilizará la situa­ción para liberarse. Pero los que están tan esclavizados que no pueden pensar en la libertad -la prisión se ha convertido en su hogar-, sim­plemente sentirán pánico: «¿Qué va a ocurrir hoy? ¿No hay guardas? ¿No está el carcelero? ¡Las puertas están abiertas! ¿Quién cuidará de nosotros? ¿Quién nos dará de comer?»

Hay gente a la que la esclavitud le ha penetrado en el alma; esta gente se volverá loca. Pero la gente que siempre ha estado esperando el momento de escapar de la cárcel se sentirá inmensamente feliz. Éste es el momento que han estado esperando y por el que tanto han rezado. Escaparán de la prisión al cielo abierto. Ir más allá de la mente es ir a un cielo abierto, lleno de estrellas, la luna, el sol, la inmensidad de todo ello... Se vuelve tuyo; toda la existencia se vuelve tuya.

La mente es una pequeña jaula.

Por eso los momentos de crisis son ambas cosas..., y esto es lo que está pasando en todo el mundo. Nunca ha habido una búsqueda tan intensa del crecimiento espiritual, de la meditación. Pero nunca ha habi­do tanta locura tampoco. Ambas cosas están ocurriendo porque el esta­tus quo ya no es tan poderoso; ha perdido el control.

Cuando Galileo descubrió que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no al revés como afirma la Biblia, el papa le pidió que se presentara ante su tribunal. Aquel día ocurrieron muchas cosas, y una de ellas es muy importante. Galileo preguntó: «¿Qué importa si se prueba que una afir­mación de la Biblia está equivocada? Eso no prueba que toda la Biblia esté equivocada. Yo soy un cristiano devoto, soy practicante, y no veo que el hecho de que una de sus afirmaciones esté equivocada marque ninguna diferencia.»

Pero el papa dijo: «No lo entiendes»; y el papa tenía razón. Dijo: «Si se prueba que una afirmación está equivocada, entonces surgirán miles de problemas. El primero es que Dios puede equivocarse. Y si se equi­voca en una cosa, ¿qué certeza queda de las demás afirmaciones?» Si retiras un solo ladrillo, todo el palacio podría venirse abajo.

El papa dijo: «No puedo permitir que ninguna afirmación bíblica esté equivocada.»

Su argumento es significativo. Actualmente no es sólo una afirmación de la vieja mente, de la vieja sociedad, la que está equivocada; hay tantas cosas equivocadas que hace falta un idiota absoluto para creérse­las. Siendo un poco inteligente es imposible ser parte de la vieja menta­lidad. Ha perdido credibilidad, y no en un lugar, sino en todo el mundo. Hay distintos tipos de tradiciones antiguas, pero todas ellas han llegado al punto en el que se ha probado científicamente que muchas cosas están equivocadas.

Te sorprenderá saber que... Vino a verme un monje jaina; había reunido miles de rupias para hacer un laboratorio en el que demostraría que el hombre no ha llegado a la Luna. Quería mi apoyo, quería que yo fuera el director de su laboratorio. Él me proporcionaría la financiación necesaria, pero yo debía probar que el hombre no ha pisado la Luna.

Yo dije: «¿Por qué te preocupa tanto ese hecho?»

Él respondió: «No lo entiendes. En el jainismo, la Luna es dios, no un planeta. No puedes caminar sobre un dios. Y no sólo han caminado sobre un dios, han traído piedras y otros objetos de la Luna para que sean estudiados en la Tierra. Debe probarse que están engañando a todo el mundo, que tomaron esas cosas de la Tierra y han vuelto con ellas...

Nadie ha estado en la Luna; nadie puede haber estado allí, de otro modo todo el sistema jaina colapsa.» Yo pregunté: «¿Por una sola cosa, como que la Luna sea un planeta y no un dios...?»

Él dijo: «Si una cosa está equivocada, entonces todo es sospechoso.

No podemos permitirnos que nada esté equivocado.»

Yo le dije: «iLlegas demasiado tarde! Ya hay muchas cosas que, según se ha demostrado, estaban equivocadas. No estás al día en cono­cimientos. Simplemente has estado leyendo los periódicos y como el ate­rrizaje en la Luna es un suceso relativamente reciente, en trescientos años la ciencia ha destruido gran parte de lo que las religiones han creído durante siglos.»                                          

Aquel hombre estaba realmente muy angustiado. ¡Le dije: «Para ti, que eres un monje, no debería importar si las cosas son correctas o están equivocadas; vas en busca de la verdad, de la paz, del silencio. Y estás tan disgustado. Tu propia angustia muestra que tienen la mente hecha pedazos. No es algo que tenga que ver con las escrituras jainas, con la tradición jaina, sino con tu mente.

»Estás reuniendo todo este dinero no por las escrituras jainas; sino por tu propia salud; si no te volverías loco. Has sacrificado toda tu vida y ahora descubres que los dioses que has estado adorando no son dioses sino planetas, tan ordinarios como la Tierra, y muy pobres: sin agua, ni plantas, ni vida. Tu mente es la que está destrozada. ¿Cómo vas a poder explicarte lo que has estado haciendo toda tu vida...?»

Esta es la situación de muchas personas inteligentes. O se están volviendo locas...; puedes verlo: la psicoterapia y las escuelas de terapia en general están creciendo a toda marcha. Son la gente mejor pagada. Las personas acuden al psicoanalista durante años y años. De hecho, algu­nos empiezan a alardear... Puede oírse en los clubes de mujeres que una mujer diga: «¿Cuántos años has estado haciendo psicoanálisis? ¿Sólo siete? Yo he estado psicoanalizándome durante quince años.» Se ha convertido en un motivo de orgullo. Pero psicoanalizarse sólo signifi­ca que uno no está sano; si no, ¿para qué ponerse en tratamiento? Y es algo que se está extendiendo.           

La gente más inteligente está corriendo hacia Oriente para encon­trar un camino, un método, una meditación: Yoga, Zen, Sufismo, Hassidismo. Alguien, en alguna parte, debe saber cómo superar este estadio crítico, cómo ir más allá de la mente tradicional y permanecer centrado, sano e inteligente. Miles de personas se están desplazando hacia Oriente.                                                                 

Es muy divertido porque miles de personas están viniendo de Oriente a Occidente a estudiar ciencia, medicina, ingeniería, electróni­ca, y la gente que sabe de todo esto está yendo a Oriente para aprender a sentarse en silencio sin hacer nada.

Es un tiempo precioso. La sujeción social se ha soltado. Sí, los mediocres sufrirán, pero de todos modos no estaban disfrutando, no estaban viviendo verdaderamente; simplemente eran unos hipócritas. Al estar locos por lo menos serán reales, auténticos. No perderán nada, por supuesto que tampoco ganarán mucho...

Pero la gente que vaya más allá de la mente creará al hombre nuevo, la nueva mente. Y lo esencial que debe recordarse sobre la nueva mente es que nunca se convertirá en una tradición, se renovará constantemen­te. Si se convirtiera en una tradición, le pasaría lo mismo.

La nueva mente tiene que renovarse constantemente, ser nueva cada día, preparada para aceptar experiencias inesperadas, cualquier verdad inesperada...; simplemente estar disponible, vulnerable. Será tre­mendamente emocionante, un gran éxtasis, un enorme desafío.

Por eso no creo que la crisis sea mala; es buena. Unos pocos perderán sus máscaras, y serán realmente quienes son -neuróticos, sicóticos-, pero al menos serán verdaderos y honestos. Puede que pienses que están locos; no están locos, simplemente están en un estado de una gran sorpre­sa. Han creído demasiado en la vieja mente y ésta les ha traicionado.

Pero lo mejor de la inteligencia alcanzará alturas desconocidas con anterioridad. Y si incluso en un mundo tradicional han sido posibles hombres como Gautama Buda, o Chuang Tzu, o Pitágoras, podemos concebir que en el ambiente que creará la nueva mente, será muy posi­ble la existencia de personas mil veces más despiertas.

Si la nueva mente prevalece, entonces la vida podrá convertirse en un proceso iluminador. Y la iluminación no será algo raro que le ocurre de vez en cuando a alguien muy especial; será una experiencia humana muy ordinaria que sólo se perderá de vez en cuando algún idiota.

Amado Osho,
He dudado mucho antes de plantearte esta pregunta porque pare­ce ser que va muy a fondo en mi inconsciente y me da mucho miedo.
Durante los últimos quince años he experimentado tensión de mayor o menor intensidad en el área del corazón, tensión que no ha tenido ninguna explicación física. Varía desde un dolor agudo que me quita la respiración y puede durar horas, hasta una pequeña sensación de presión. Desaparece cuando amo, me fundo, suelto, y cuando estoy en armonía con mi cuerpo. ¿Tiene algo que ver con el nombre que me diste? ¿Estoy reteniendo?   
Te estaría muy agradecido si pudieras poner luz en todo esto.

La pregunta es de Premda, y su nombre ciertamente tiene que ver con este problema.

No es algo físico; ciertamente tiene que ver con la relajación, con la fusión total, con olvidarse completamente de uno mismo. Como en esos momentos desaparece, ciertamente no es algo físico. Tienes que apren­der a dar más. Éste no es un problema que te atañe únicamente a ti; en cierta medida es un problema de todo el mundo.

Todo el  mundo quiere ser amado; ese es un mal comienzo. Se empieza así porque el niño, el niño pequeño, no puede amar, no puede decir nada, no puede hacer nada, no puede dar nada; sólo puede tomar. La experiencia del amor que tiene el niño pequeño es la de tomar: toma del padre, de la madre, de los hermanos, de las hermanas, de los invi­tados, de los extraños; pero siempre tomar. Por eso la primera experien­cia que se asienta en lo profundo del inconsciente es que tiene que conse­guir amor. El problema surge porque todo el mundo ha sido niño y todo el mundo tiene el mismo impulso de conseguir amor; nadie nace de otra manera. Por eso todo el mundo pide: «Dame amor», y no hay nadie que lo pueda dar porque los demás han sido educados de la misma manera.

Uno debe ser consciente y estar alerta para que un simple inciden­te natal no se convierta en su estado mental constante y prevaleciente. En lugar de pedir: «Dame amor», comienza a darlo tú. Olvídate de con­seguirlo, simplemente da; y te garantizo que recibirás mucho. Pero no tienes que pensar en conseguirlo. No tienes que comprobar que lo estás recibiendo ni siquiera indirectamente, lateralmente. Eso bastaría para alterarte. Simplemente da, porque dar amor es muy hermoso y recibirlo no lo es tanto. Éste es uno de los secretos.        

Dar amor es realmente una experiencia muy hermosa porque entonces eres un emperador. Recibir amor es una experiencia muy pequeña, es la experiencia del mendigo. No seas un mendigo. Al menos, en lo tocante al amor, se un emperador, porque es una cualidad inextinguible en ti. Puedes dar todo lo que quieras. No te preocupes de que se pueda acabar, de que un día de repente descubras: «¡Dios mío! Ya no tengo ningún amor que dar.»

El amor no es una cantidad; es una cualidad, y una cualidad de cier­ta categoría, que crece cuando la das y muere si la retienes. Si eres míse­ro con él, se muere. Por eso, sé generoso. No te preocupes de con quién, esta misma idea es propia de una mente avarienta: daré mi amor a cier­tas personas que tengan ciertas cualidades.

No entiendes que tienes tanto...; eres una nube de lluvia. A la nube de lluvia no le preocupa dónde tiene que descargar -sobre las rocas, en los jardines, en el mar-, no importa. Quiere descargar. Y esa descarga es un alivio tremendo.

Por tanto, el primer secreto es: no lo pidas y no estés esperando y pensando que lo darás cuando alguien lo pida. ¡Dalo!

La fundadora del movimiento teosófico, la señora Blavatsky, tuvo un extraño hábito durante toda su vida. Y vivió mucho tiempo, viajó por todo el mundo y creó un movimiento mundial... De hecho no ha habi­do otra mujer tan poderosa en toda la historia humana, ni con tanta influencia a nivel mundial. Solía llevar con ella muchas bolsas llenas de semillas de flores. Todo su equipaje no era otra cosa que semillas de flo­res. ¡Mientras iba sentada en el tren, junto a una ventana, derramaba las semillas por la ventana, y la gente le preguntaba: «¿Qué estás hacien­do?» Llevas mucho equipaje innecesario y después vas tirando semillas por la ventana, durante miles de kilómetros.»

Ella dijo: «Estas son semillas de flores, flores preciosas. Cuando acabe el verano y vengan las lluvias, las semillas se harán plantas. Pronto habrá millones de flores. Nunca volveré a pasar por esta ruta y no podré verlas, pero miles de personas las verán y disfrutarán de su fragancia.»

En realidad llenó de flores casi todas las vías de ferrocarril de India, y la gente decía: «Si no vas a volver a verlas, ¿a qué viene tu alegría?»

Ella dijo: «Mi alegría es que muchas personas se sentirán alegres. No soy avara. Haré todo lo que pueda para hacer feliz a la gente; es parte de mi amor.» Verdaderamente amaba a la humanidad e hizo todo lo que sentía que era correcto.

Da tu amor a cualquiera, al extraño. No se trata de dar algo valio­so, basta con echar una mano. Si haces todo con amor las veinticuatro horas del día, todo tu dolor desaparecerá.
                                                                                                        
Y como amarás tanto, la gente te amará a ti. Es una ley natural. Recibes lo que das. De hecho, recibes más que lo que das.
                                                                                                        
Aprende a dar y descubrirás que mucha gente que ni te miraba se muestra amorosa contigo.

El problema es que tienes un corazón lleno de amor pero has sido avaro; el amor, se ha convertido en una carga para tu corazón. En lugar de hacer florecer tu corazón, has estado acaparándolo, por eso, de vez en cuando; cuando sientes un momento de amor, sientes que el dolor desaparece. ¿Pero por qué ha de ser sólo un momento? ¿Por qué no a cada momento? Ni siquiera ha de tratarse de un ser vivo. Puedes tocar esta silla con una mano amorosa. Es algo que depende de ti, no del objeto.

Entonces descubrirás una gran relajación y una gran desaparición de tu yo -que es una carga-, y la fusión con el todo.

Tu situación es ciertamente incómoda, en el sentido literal de la palabra: es una incomodidad. No es una enfermedad, por eso el médi­co no puede ayudarte.          

Simplemente es un estado de tensión de tu corazón que quiere dar más y más. Quizá tengas más amor que los demás, quizás seas más afor­tunado y estás haciendo de tu fortuna una gran miseria. Comparte tu amor, sin preocuparte de a quién se lo estás dando. Simplemente da, y encontrarás una paz y un silencio tremendos. Esto se convertirá en tu meditación. Uno puede llegar a la meditación por diversas vías; quizá ésta sea la tuya.    

Amado Osho,                                                           
Lo que me deja más perplejo de Tu infancia es que a diferencia de la mayoría de nosotros, pareces tener una comprensión intrínseca e innegable de que la interpretación que Tus padres hacían de la realidad y Tu experiencia de la realidad a menudo eran dos cosas distintas. Insistes en que no eres diferente de nosotros, y sin embargo, esta simple faceta de Tu infancia es una prueba más que evidente de que alber­gas una inteligencia única.    
Te agradecería un comentario.

Cada niño comprende que él ve el mundo de manera diferente que sus padres. En lo que se refiere a cómo ven el mundo, esto es abso­lutamente cierto. Sus valores son diferentes. El niño puede estar colec­cionando conchas en la arena y los padres dirán: «Tíralas. ¿Por qué pier­des el tiempo?» Y para él eran tan hermosas. Puede ver la diferencia; puede ver que sus valores son diferentes. Los padres van en busca del dinero, él quiere coger mariposas. No puede ver por qué a sus padres les interesa tanto el dinero; ¿qué van a hacer con él? Sus padres tampoco saben para qué quiere las mariposas, o unas flores.   

Todo niño lo sabe, sabe que hay diferencias. La cuestión está en que tiene miedo de afirmar que tiene razón. Al niño le deberían dejar en paz. Sólo le hace falta un poco de coraje, algo que no falta en los niños. Pero toda la sociedad está gestionada de tal manera que incluso una cualidad preciosa, como el coraje del niño, será condenada.

Yo no estaba dispuesto a postrarme ante la estatua de piedra del templo. Dije a mis familiares: «Si queréis, podéis forzarme. Tenéis más fuerza física que yo. Soy pequeño; podéis forzarme, pero recordad que estáis haciendo un acto despreciable. No será una oración, incluso des­truirá vuestra plegaria, porque estáis violentando a un niño pequeño que no puede resistirse físicamente.»

Un día, mientras estaban dentro rezando en el templo, me subí al tejado, lo que era bastante peligroso. Sólo el pintor solía subir allí una vez al año, pero yo había visto cómo lo hacía. Había clavado unos clavos en la parte de atrás que hacían de escalones. Yo los seguí y me senté en el tejado. Pero cuando salieron y me vieron sentado allí, me dijeron: «¿Qué estás haciendo ahí? ¿Quieres suicidarte o qué?»

Yo dije: «No, simplemente quiero demostraros que si me obligáis, yo puedo hacer cualquier cosa que esté en mi poder. Ésta es mi res­puesta para que recordéis que no podéis obligarme a hacer nada.»

Me rogaron: «Quédate tranquilo. Vamos a traer a alguien que pueda bajarte.»

Yo dije: «No os preocupéis. Si he podido subir, también puedo bajar.» No tenían ni idea de la existencia de aquellos clavos. Yo había estado observando al pintor y cómo se las ingeniaba para que todo el mundo se quedara maravillado: este pintor es realmente genial. Pintaba todos los templos.»

Bajé y me dijeron: «Nunca te obligaremos a hacer nada, ipero nohagas estas cosas! Te podrías haber matado.»

Yo les dije: «La responsabilidad habría sido vuestra.»

La cuestión no es que los niños no sean inteligentes, sino que no uti­lizan su asertividad porque todo el mundo la condena. Toda mi familia me condenaba porque había subido al tejado del templo, había subido por encima de su dios. Aquello era un insulto para su dios. Y yo dije: «Si un pintor puede subir... ¿Y sabéis que el pintor es musulmán? Yo toda­vía no soy musulmán.»

Mi padre dijo: «¿Qué quieres decir con que todavía no eres mu­sulmán?»

Yo respondí: «Exactamente lo que he dicho. Si me torturáis mucho puedo hacerme musulmán.»

Incluso había preguntado al malvi de una mezquita cercana: «¿Estás dispuesto a iniciarme al Islam?».

Él dijo: «¿Quieres ser iniciado? Tus padres... Habrá problemas en la ciudad.»

Pero yo insistí: «No te preocupes porque no me estás obligando. Soy yo el que estoy aceptando el Islam. Me pondré delante de la mez­quita y diré a mis padres y a todo el pueblo que no he sido obligado.»
                                                                                                         
Él respondió: «Esto es peligroso. Puede crearse una reyerta en la ciudad en la que muera gente.»          
                                                                                                         
Yo añadí: «No te preocupes, no voy a ser musulmán. Simplemente recuerda que si mi padre te pregunta, le dices: "Sí, ha venido, y si quie­re hacerse musulmán no podemos negamos. " Yo no voy a venir más, pero tienes que decirle esto.»         

Mi padre le preguntó: «¿Ha venido a verte?»          

Y él dijo: «Ha venido e insiste mucho.»                  

Mi padre dijo: «¡Más vale dejarle en paz!»
                                                                                                         
Tuvieron una reunión familiar: «Hay que dejarle en paz, es muy peligroso. Si se hace musulmán seremos condenados por toda la ciudad. Realmente ha ido a la mezquita e insiste: "Si volvéis a forzarme de algu­na manera, entonces cambiaré de religión.”»

iEsa fue la última vez...! Se quedaron en silencio; nunca volvieron a decirme que fuera al templo. Nunca fui. Lentamente fueron apren­diendo una cosa: que no era peligroso, pero no debían ponerme contra la pared.         

Cada niño tiene que ser asertivo, eso es todo. ¿Qué puede perder?

Pero los niños son tan dependientes...; y yo no veo que tengan que serlo.

Me dijeron muchas veces: «Vamos a dejar de darte de comer.»

Yo les decía: «Hacedlo. Puedo empezar a mendigar, en esta misma ciudad. Tendré que sobrevivir, tendré que hacer algo. Podéis dejar de darme de comer, pero no podéis impedirme mendigar. Mendigar es un derecho de nacimiento que tiene todo el mundo.

No hay diferencias de inteligencia, pero hay diferencias de asertivi­dad porque se honra a los niños obedientes.

En mi familia, cuando venía alguna visita se llamaba a mis herma-nos y se llamaba a mis tíos: «Éste es un muchacho de primera, ha hecho esto y lo otro...

Y yo me presentaba a mí mismo diciendo: «Yo no he hecho nada y esta gente está perdida, no saben qué hacer conmigo. No querían pre­sentarme a ti, ¡por eso he pensado que debía presentarme yo mismo!»

Esto ocurrió... Un miembro del parlamento vino de visita a casa, era amigo de mi padre. Estaban presentándole a todo el mundo y a mí no me llamaron; simplemente me ignoraron. Cuando entré y me presenté a él, dijo: «Qué raro. Nadie te ha llamado.»                                              

Yo dije: «No es nada raro. Éstas son personas obedientes; yo soy desobediente y pronto podrás comprobado.»                                                                                 

Mi padre dijo: «Déjale en paz. ¿Por qué va a comprobarlo?»

Yo respondí: «Va a hablar en mi escuela» -yo estaba en noveno grado-; «se va a dirigir a mi escuela y yo le voy a crear problemas. Le estoy informando previamente de que le voy a plantear preguntas, y no debe pensar que por ser un orador y un parlamentario me deja impre­sionado. No hay nada que me impresione.»

Mi padre le dijo: «Ten cuidado con él. Te preguntará algo, algo a lo que no podrás responder, porque nos está acosando constantemente. Nunca te preguntará nada que puedas responder, y tiene mucha capaci­dad para encontrar...; no se cómo lo hace. Plantea preguntas que no puedes responder, y en una reunión pública en la que te estás dirigien­do a cientos de personas puede hacer que parezcas un estúpido.»

Al hombre le entró mucho miedo. Entonces me pidió: «Estaría bien que vinieras conmigo, en mi coche», quería persuadirme para que no le creara ningún problema.

Yo respondí: «Eso no te va a ayudar. Puedo ir en tu coche, eso impresionará al director, a los profesores, a toda la escuela. Pero no hay forma de sobornarme.»

Él dijo: «Pareces tan fuerte..., a tu edad.»

Yo dije: «No soy fuerte, simplemente planteo preguntas simples y quiero respuestas. Si vienes a hablar a la escuela tengo todo el derecho a preguntar algunas cosas. Tú estás preguntando, constantemente en el parlamento: veo tu nombre en el periódico todos los días -preguntas al primer ministro, a este ministro, al otro ministro-; no deberías tener tanto miedo de un niño pequeño. ¿Qué te podría yo preguntar?»

Pero él dijo: «Tu padre tiene tanto miedo, y hemos sido compañeros, hemos estudiado juntos; confío en su juicio. Tienes un aspecto peligroso.»

Fuimos a la escuela. Cuando empezó a hablar, me puse de pie y le hice una pregunta: «Sé honesto y di a todo el mundo por qué me has traído en tu coche. ¡Sé sincero!».

Él dijo: «Tu padre tenía razón. Haces preguntas que no pueden ser respondidas.»

Yo añadí: «Ésta es un pregunta muy simple. Si tú no puedes res­ponderla, yo sí, que puedo. Tú conoces la respuesta, yo conozco la res­puesta, y quiero que todos los demás también la sepan.»

El director trató de resolver el tema diciendo: «Siéntate. Es nuestro invitado y gran parte del tema de las becas depende de él, y esto...»

Yo respondí: «Eso no me importa. No soy el director de la escuela, sólo soy un estudiante. Y no estoy haciendo una pregunta complicada, ni peligrosa para la seguridad nacional, ni nada parecido Sólo le estoy preguntando por qué me ha traído en su coche. Si acepta sinceramente responder a ella, no le haré ninguna otra pregunta.»

Él dijo: «Lo siento, pero es verdad. Lo que está diciendo es correc­to, era un soborno. Pensé que si venía en mi coche se sentiría bien con­migo y no me acosaría.» Parecía muy avergonzado a pesar de decir cosas tan simples. Cuando volví, mi padre me preguntó: «¿Le has creado algún problema?»

Y respondí: «No he creado ningún problema, él mismo se lo ha creado. Me pidió que fuera en su coche. Yo iba a ir caminando. Él creó el problema.»

Si sus padres le ayudan a ser valiente, cada niño tiene la inteligencia para dejar claro que sus valores son diferentes, sus percepciones son diferentes. Pero nadie le apoya, todo el mundo trata de reprimir al niño. La única diferencia que puedes marcar es que... Para mí todo lo repre­sor era un desafío. Me sentía provocado a hacer algo, y ellos tenían que aprender la lección.                                                                       

En la siguiente ocasión fui avisado el primero para ser presentado, porque sabían que vendría por mí mismo y la cosa se pondría más difí­cil. Era mejor presentarme. Pero no tenían nada que decir respecto a mí, ¿qué podían decir de mí?

Por eso les dije: «Podéis decir exactamente la verdad: "Es desobe­diente; es un problema. Crea problemas constantemente a toda la fami­lia, al vecindario, a toda la ciudad, profesores, estudiantes. Estamos can­sados de oír todo el día las quejas que nos llegan..." Simplemente podéis presentarme tal como soy. ¿Por qué tenéis miedo si yo no lo tengo? Esa es la verdad.»

Se creó una situación en la que en lugar de ser yo el que sintiera miedo, toda mi familia tenía miedo de mí. Y cada niño puede hacer lo mismo..., con un poco de coraje. Un día mi padre dijo: «Tienes que vol­ver a casa antes de las nueve de la noche.»

Yo dije: «Y si no vengo, ¿qué?»

Él dijo: «Las puertas estarán cerradas.»

Yo añadí: «Muy bien, que se queden cerradas. Ni siquiera llamaré a la puerta, y no vendré antes de las nueve. ¡Me sentaré fuera y se lo diré a todo el mundo! Cualquiera que pase me preguntará, ¿por qué estás sentado aquí fuera en una noche tan fría? Y yo les responderé: "Esta es la situación..."»

Él dijo: «Eso significa que me vas a crear problemas.»

Yo dije: «Yo no los estoy creando. Tú me estás dando una orden. Ni siquiera lo había pensado, pero cuando dices: "El límite son las nueve", ya no puedo venir a la hora. Es algo que va en contra de mi inteligencia. No haré nada; simplemente me quedaré sentado fuera. Si alguien pregunta: "¿Por qué estás sentado...?". Y cualquiera que pase preguntará. Si estás sentado en la calle, cualquiera que pase pregunta: "¿Por qué estás sentado aquí fuera con este frío?" Entonces trataré de explicarles: "Esta es la situación... "»

Él dijo: «Olvídate del límite. Ven cuando quieras.»

Y yo dije: «No llamaré. Las puertas deben quedarse abiertas. ¿Porqué cerrarlas?, ¿para molestarme? No hay razón para cerrarlas.» En la parte de India donde yo vivía, la gente está despierta hasta las doce de la noche, porque hace tanto calor que sólo comienza a refrescar a partir de las doce. La gente se queda despierta y sigue trabajando. Hace tanto calor durante el día que suelen descansar de día y trabajar de noche. Yo dije: «No hay razón para cerrar las puertas mientras estáis trabajando dentro. Dejad las puertas abiertas. ¿Por qué debería llamar?»

Él dijo: «De acuerdo, las puertas estarán abiertas. Ha sido un error mío decirte "ven antes de las nueve", porque todo el mundo viene antes de las nueve.»

Yo respondí: «Yo no soy todo el mundo. Si a ellos les encaja venir antes de las nueve, que lo hagan. Si a mí me encaja, vendré. Pero no cor­tes mi libertad, no destruyas mi individualidad. Déjame ser yo mismo.»

Es una simple cuestión de afirmarse ante los que tienen el poder. Tienes poderes sutiles que puedes utilizar contra ellos. Por ejemplo, al decir: «Simplemente me sentaré en la calle», también estaba usando mi poder. Al sentarme en el tejado del templo, también estaba usando mi poder. Si ellos podían amenazarme, yo también podía amenazarles. Pero los niños simplemente se acoplan para ser respetables, para ser obedientes, para estar en el camino correcto. Y el camino correcto es el que sus padres les muestran.

Tienes razón, yo era un poco diferente. Pero yo no creo que fuera superior, sólo era una pequeña diferencia. Y una vez que aprendí el arte, lo refiné. Una vez que aprendí a luchar con los poderosos -yo no lo era, ­refiné ese arte, y me fue muy bien. Siempre encontré una vía de salida. Y ellos siempre se quedaban sorprendidos porque pensaban: «No va a poder hacer nada contra esto»; siempre pensaban racionalmente.

Yo no soy un devoto de la razón. Mi devoción básica es por la libertad.

No me importa de qué medios disponga para conseguirla. Todos los medios son buenos si te dan la libertad, la individualidad, y no te sientes esclavo. Los niños simplemente no suelen tener esta idea, pien­san que todo lo que hacen sus padres es bueno para ellos.

Yo siempre les dejé claro: «No sospecho de vuestras intenciones y espero que tampoco sospechéis de las mías. Pero hay cosas en las que no estamos de acuerdo. ¿Queréis que esté de acuerdo con vosotros en todo? ¿Tengáis razón o no? ¿Estáis absolutamente seguros de tener razón? Si no estáis tan seguros, entonces dadme libertad de decidir por mí mismo. Al menos tendré el placer de equivocarme siguiendo mi propia decisión, y no os haré responsables ni tendréis que sentiros culpables.»

Hay que darse cuenta de una cosa: los padres pueden decir cual­quier cosa, pero no pueden hacerlo. No pueden hacerte daño, no pue­den matarte, sólo pueden amenazarte. Una vez que sabes que sólo pueden amenazarte, sus amenazas no suponen ninguna diferencia; tú también puedes amenazarlos. Y puedes amenazarlos de tal manera que tendrán que aceptar tu derecho a elegir lo que quieres hacer.

Yo se lo dejé muy claro: «Si podéis convencerme de que tenéis razón en lo que decís lo haré. Pero si no podéis convencerme, entonces por favor no me impongáis nada. Porque me estáis enseñando a ser un fascista; no me estáis ayudando a ser un hombre liberado, sino aprisionado.»

Por tanto hay diferencias, pero nada que sea especial o superior. Y a los niños también se les puede enseñar; todos los niños pueden hacer­lo, lo se porque yo solía enseñarles, incluso en mi infancia. Los estu­diantes se quedaban confundidos: yo cuestionaba a los profesores, al director, y tampoco podían hacer nada contra mí. Eran ellos los que aca­baban haciendo algo mal y metiéndose en problemas. Empezaron a pre­guntarme: «¿Cuál es el secreto?»

Yo les dije: «No hay secreto. Tienes que tener claro que estás en lo correcto y que tienes una razón en la que apoyarte. Entonces cualquie­ra que esté contra ti podrá verlo. No importa que sea un profesor o el mismo director.»

Uno de mis profesores entró sumamente furioso en la oficina del director y me impuso una multa de diez rupias por mi mal comporta­miento. Yo le seguí y mientras me multaba, me quedé de pie a su lado. Cuando se apartó, con el mismo bolígrafo, yo le impuse una multa de veinte rupias por su mal comportamiento.

Él dijo: «¿Qué estás haciendo? Ese registro es para los profesores que quieren multar a los estudiantes.»

Yo le pregunté: «¿Dónde está escrito? En el registro no se dice en ninguna parte que sólo los profesores puedan multar a los estudiantes. Yo creo que es para multar a cualquiera que se porte mal. Si está escri­to en alguna otra parte, me gustaría verlo.»

Entretanto entró el director y preguntó: «¿Cuál es e! problema?»

Y el profesor dijo: «Ha arruinado el registro. Me ha impuesto una multa de veinte rupias por mi mal comportamiento.»

El director dijo: «Eso no está bien.»

Yo respondí: «¿Hay algún documento escrito que diga que los estu­diantes no pueden multar a los profesores que se porten mal?

El director dijo: «Esta cuestión es difícil. No tenemos ningún docu­mento, el hecho de que los profesores son los únicos castigan sólo es una convención.»

Entonces dije: «Hay que cambiarla. Los castigos son perfectamen­te justos, pero no deberían ser unilaterales. Sólo pagaré las diez rupias si este hombre paga veinte.» Como el director no podía pedirle veinte rupias al profesor, tampoco podía pedirme diez a mí, ¡y la multa aún sigue allí! Cuando visité la escuela unos años después, me dijo: «Tu multa todavía está aquí.»

Yo dije: «Déjala ahí para que otros estudiantes lo sepan.»

¡Uno sólo tiene que encontrar formas...!

Entonces, debe haber alguna diferencia, pero no de superioridad. Sólo es cuestión de usar tu coraje, tu inteligencia, y arriesgarte. ¿Qué peligro corres? ¿Qué es lo que los profesores podrían haber destruido en mí? Como mucho podrían haberme suspendido en su asignatura -y era algo que temían porque volverían a tenerme en clase el año siguiente- por eso la situación me era muy favorable. Querían librarse de mí cuanto antes. Ese era el único poder que estaba en manos de los profesores, suspender a un estudiante.

Tuve que dejar algo claro a todos los profesores: «Puedes suspen­derme, no importa. No me importa aprobar en dos años o en tres. La vida es tan inútil...; en algún lugar tengo que pasarla. Puedo pasarme toda la vida en esta escuela, pero haré de vuestra vida un infierno, por­que si no tengo miedo a suspender, puedo hacer cualquier cosa.» Incluso los profesores que estaban contra mí me daban más créditos para ayudarme a pasar de curso y que ya no fuera una carga para ellos.

Si los padres realmente aman a los niños, les ayudarán a ser valien­tes, valientes incluso frente a ellos mismos. Les ayudarán a ser valientes frente a los profesores, frente a la sociedad, frente a cualquiera que intente destruir su individualidad.

Y eso es a lo que me refiero: la nueva mente tendrá estas cualidades. Los niños que nazcan bajo la nueva mente y los nuevos hombres no serán tratados como lo han sido a lo largo de los siglos. Se les animará a ser ellos mismos, a ser asertivos, a tener respeto por sí mismos. Y eso cambiará la calidad de la vida, que será más brillante, más viva y más jugosa.

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