JOSÉ LEZAMA LIMA
LA EXPRESIÓN AMERICANA
SEGUNDA ENTREGA
PRÓLOGO DE IRLEMAR CHIAMPI
LA HISTORIA TEJIDA POR LA IMAGEN (2)
El proyecto del ensayo: historia y poesía
La frase emblemática que abre el ensayo -“sólo lo difícil es
estimulante”-, tantas veces tomada, no sin razón, como alusiva al lenguaje
oscuro de los textos lezamianos, es en verdad una referencia al proyecto del
ensayo. Una glosa-comentario puede ayudar a tornarla inteligible en el contexto
general del ensayo. El proyecto del autor es el de abordar la dificultad
americana, esa “resistencia” que incita al conocimiento. Tal dificultad no
consiste, sin embargo, en investigar el ser, en el sentido metafísico (lo que
está sumergido “en las maternales aguas de lo oscuro”), ni su correlato, el
origen (“lo originario sin causalidad, antítesis o logos”). Lo difícil, propone
Lezama, es la “forma en devenir” (el ir siendo, el proceso o mutación) de un
“paisaje” (genéricamente: cultura; específicamente: el espíritu revelado por la
naturaleza) para establecer un sentido y, enseguida, una visión histórica. El
sentido, entiende Lezama, adviene de una relación simple de los elementos (una
“interpretación”, una “hermenéutica”), en tanto la visión histórica es la
“reconstrucción” de una totalidad, la cual tiene eficacia si es “una fuerza
ordenancista” (si muestra las semejanzas y las diferencias de una cultura en
relación con otras), o es inútil si es “un apagado eco” (si se limita a mostrar
que una cultura es una repetición de otras).
Así, las dificultades que apunta Lezama son de dos órdenes: poner de
relieve el sentido -lo que requiere la causalidad del historicismo (la relación
causa-efecto en el devenir)-; o, por otro lado, adquirir una visión histórica
de ese devenir, mediante el contrapunto o “tejido entregado por la imagen”.
Esta segunda dificultad, la de construir la historia por medio de la imagen,
entiende Lezama, es la mayor y será la que él mismo intentará en su diseño
contrapuntístico de la forma en devenir del hecho americano, apartándose, por
tanto, de la búsqueda del sentido y de la causalidad del historicismo.
En su condensada (o enrevesada) formulación de lo que se puede llamar
hipótesis de reflexión, se puede entrever la posición crítica y filosófica que
orientará la argumentación del ensayo. Desde luego, esa posición se aparta de
la búsqueda de la identidad del americano precedente. No le interesa, como a
éste, el ser o la esencia del hombre americano ni tampoco su origen, en cuanto
lugar del no-ser, privado del movimiento de relación. El blanco principal de
esta formulación no son los americanistas angustiados por su ontología, sino la
lógica y el historicismo de Hegel. Al optar por la forma en devenir Lezama
realiza un nítido calco de los términos de la lógica hegeliana (el devenir
donde se reconcilian el ser y el no-ser), sin admitir, empero, las
consecuencias que de ella extrae Hegel para su concepto de historia universal.
El historicismo hegeliano -expuesto en las célebres Vorlesugen über die Philosophie der Geschichte (1822-1931; en la
traducción española, de José Gaos, Lecciones
sobre la filosofía de la historia universal, 1928)- concebía la historia
como la exposición del espíritu (la razón o el logos) en un proceso que conduce
al autodesarrollo y al autoconocimiento. Lezama pretende oponer a esta
concepción una visión histórica orientada no por la razón -que sólo conduce a
un deber ser-, sino por otro logos:
el logos poético. De ahí la proposición de un “contrapunto de imágenes”
-actividad metafórica por excelencia- que permite señalar el poder ser (la imago) y abarcar, contrariamente al logos hegeliano, las múltiples formas
de lo real, sin las constricciones de un a
priori rígido al cual deben someterse todos los hechos.
Obsérvese, además, que Lezama propone una visión histórica de la forma
en devenir de un “paisaje”, término que forzosamente incluye a la naturaleza. Mientras
Hegel tomaba la naturaleza como una entidad inerte, sin evolución, ahistórica,
Lezama (contrariándolo otra vez) consideraba que la naturaleza tiene
espiritualidad. Este concepto, tomado de otro idealista alemán, Schelling -que
Hegel repudió por considerarlo una fantasía mística de los románticos-,
proveerá el basamento filosófico para considerar que el paisaje (la cultura)
surge cuando el espíritu es revelado por la naturaleza.
Estas nociones, que se esclarecen sólo al final del ensayo, constituyen
una verdadera inversión del concepto de la naturaleza en Hegel y vienen
motivadas por la reducción de América, en las Lecciones, a una geografía, un mundo natural, fuera de la historia.
Si Hegel consideraba que el espíritu sólo podría manifestarse por el “aprieto”
espacial, Lezama, al revés, insistirá en que la anchura del espacio americano
propició el surgimiento pleno de su cultura. Sin entenderse esos presupuestos
-implícitos en la argumentación lezamiana- el concepto de “espacio gnóstico”
americano, derivado de ellos, puede pasar por una alusión a la novedad
geográfica de la América, propicia a la transculturación. Aquí estamos ante una
abstracción, identificable por la construcción racional de los conceptos. El
“espacio gnóstico” es la naturaleza espiritualizada, plena de dones en sí, que
aguarda, para expresarse, la mirada del hombre a fin de iniciar el diálogo
inmediato (de espíritus: el humano y el natural) que impulsa a la cultura.
Lezama coloca al margen del historicismo y de la ontología su proyecto
de construir una visión histórica mediante el filtro de la imagen. Delicado,
tenue punto intermedio, en el cual el devenir americano, sin rendirse a la
noción de progreso o evolución, se sujeta, en cambio, al vaivén de las imágenes
de un “sujeto metafórico”. Toda la sección inicial del primer capítulo está
dedicada a teorizar y justificar la actuación del logos poético, por la
perspectiva de ese sujeto metafórico que debe adquirir una visión histórica libre
de las mallas del historicismo. Así, esa actuación se propone producir la
metamorfosis de las entidades naturales y culturales para construir una nueva
visión; quiere ser, en suma, el acto que impulsa las entidades naturales o
culturales a formar una imago.
En esta teorización confluyen diversos conceptos que Lezama había venido
elaborando, desde sus primeros escritos, como “Del aprovechamiento poético”
(1938) y “Conocimiento de salvación” (1939) -ambos incluidos en Analecta del reloj (1953)-. Entre ellos,
lo que se puede llamar principio regulativo de su pensamiento: el mundo (de los
hechos, de los objetos) “es una inmensa condenación inanimada”, que sólo el
conocimiento poético, opuesto al racional-dialéctico, puede animar con su “soplo”.
Desconfianza de la razón e hipóstasis de la poesía, claro está, puesto que
convierte el logos poético en un absoluto. En el ensayo-eje de su sistema
poético, “Las imágenes posibles” (1948), esa postura desemboca en la toma de la
imagen como “la última de las historias posibles”.
La expresión americana es el primer texto en que Lezama pondrá a
prueba, en la factualidad concreta de nuestra historia cultural, la viabilidad
de esos conceptos previos. Si la imagen participa de la historia, si esta ha de
determinarse como un tejido entregado por la imagen, Lezama deberá asumir
necesariamente que ella se torne una ficción del sujeto y no una exposición
objetiva del hecho americano. Si el sujeto metafórico sólo puede producir
simulacros, ideaciones, ¿cómo puede aspirar a la verdad? Al asumir, sin
embargo, esa condición de logos poético, Lezama no pretende descalificar la
veracidad de la imagen sino traer el historicismo al plano del lenguaje.
Apoyándose en Toynbee, uno de los eminentes filósofos que revisó el enfoque de
la historia con la plataforma del empirismo inglés, y en Curtius, Lezama
invocará que todo discurso histórico es, por la propia imposibilidad de
reconstruir la verdad de los hechos, una ficción, una exposición poética, un
producto necesario de la imaginación del historiador. Se encuentra afectado,
podríamos decir, por aquel próton pseudós,
o yerro fundador de todo acto historiante que consiste en valorar el pasado con
los puntos de vista del presente. Así, si la historia y la poesía se confunden
en la misma “mentira poética”, ¿qué puede restar verdad a la operación del
logos poético?
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