JOSÉ LEZAMA LIMA
LA EXPRESIÓN AMERICANA
DECIMOTERCERA ENTREGA
CAPÍTULO II (2)
La curiosidad barroca (2)
Viene como un guión refrigerado a domesticar la calentura del estilo, un
poema, aun no bien estudiado en su carga de lenguaje, más rechazado por
vulgares y retóricos, que revisado por la discreción y la curiosidad, las Selvas del Año, que estudios muy recientes
sitúan su aparición en los primeros años del XVIII, pero nosotros preferimos,
en lugar de su verídico nombre de Selvas
del año, llamarlo el Anónimo aragonés
del XVIII. El lenguaje mucho menos granado que el de Góngora, se ofrece
como un juego de cortesanía y amistad. Si comparamos sus convites florales, su
líquida crestería con los de Soto de Rojas o con los del colombiano Domínguez
Camargo, sorprendemos de inmediato que sin tener la voluptuosidad del primero,
el lenguaje más aplicado del Anónimo Aragonés,
se presta más a posteriores tejidos y enmiendas, y sin mostrar el furor
innovador del colombiano, muestra más seguridad en las destrezas y más firme
hilo en el seguimiento del contorno verbal. Su atribución a Gracián, sin
fundamento alguno, no está exenta de malicia para precisar la índole de su
lenguaje y el tono de sus adquisiciones. Parecen sus versos como jugar a
ilustraciones de la Agudeza y Arte del
ingenio. El disfraz de sus metáforas parece conllevar un pregonero que
anuncia su suerte y procedencia. Ves si no esta linajuda suerte del clavel:
Como galán de la fragante rosa,
el clavel boquirrubio,
ámbar respira, bálsamo derrama,
de púrpura vestido
por sacar la librea de su dama;
si bien sobre sienes de escarlata
le brotan de la rubia cabellera
dos cuernecillos de lucida plata.
Vemos cómo frente al clavel, queda preso de su color y encendimiento.
“Boquirrubio”, “de púrpura vestido”, “sienes de escarlata”, “rubia cabellera”.
El poeta intenta tan solo descubrir por medio de vestidos, que estima adecuado,
el lujo de la flor. No aparece una addenda, un tirarse a fondo para intuir la
recaptura de la flor fugitiva en su propia realidad. Qué distante el
procedimiento de un Góngora, cuando al aludir al congrio que viscosamente liso,
toca con su lisura viscosa la raíz de su triunfal y nueva nadada por la piscina
de la poesía.
En general, el tono y altura poéticas del Anónimo aragonés, es el que marca el fiel del gongorismo americano.
Solo que a nuestro parecer el gongorismo americano rebasó su contenido verbal
para constituir el cotidiano desenvolvimiento de ese señor barroco que ya
señalamos. Un sobrino de Don Luis por estas latitudes, no sólo se impregna de
sus maneras, fórmulas y trazados latines, nubes mitológicas, sino en Carlos
Sigüenza y Góngora se redondea la nobleza, el disfrute, la golosina intelectual
de ese señor barroco, instalado en paisaje que ya le pertenece, realizador de
unas tareas que lo esperan, fruitivo de todo noble vivir.
Al lado de un Don Luis errante, que no tiene donde encajarse, canónigo a
regañadientes, colgado a nobles que le hacen sudar la llorada tinta de sus
peticiones y miserias, su sobrino por tierras americanas, Don Luis de Sigüenza
y Góngora realiza un espléndido ideal de vida. Estando de estudios en la
Compañía de Jesús, rima a los diecisiete años sus primeros ocios. Sale de la
orden para estudiar en la Universidad. Ocupa cátedra de Astrología y
matemática. Publica libros suyo solo título tiene de poema y de simpatía ganada
por anticipado. “Belerefonte matemático contra la Quimera Astrológica”.
Poseedor de secretas noticias sabrosas en su biografía, como que Luis XIV,
invencionó un banquete en París para tenerlo entre sus invitados. Estudia las
viejas razas mexicanas y fragua expediciones de cartógrafo a las costas floridanas.
Tuvo amistad con Sor Juana Inés de la Cruz y lloró en su muerte. Cantó en su “Triunfo
parténico”, las glorias partenogenéticas de María y fue al cartógrafo del Rey.
Es el señor barroco arquetípico. En figura y aventura, en conocimiento y
disfrute. Ni aun en la España de sus días, puede encontrarse quien le supere en
el arte de disfrutar un paisaje y llenarlo de utensilios artificiales, métricos
y voluptuosos.
Si por alguien, cuya tesis ha tenido los favores de la buenaventura, se
ha considerado el barroco un arte de contrarreforma, cómo no ver en el centro
de esas compañías que parten en romana defensa, a los Ejercicios, con su confianza en la voluntad, para mantener la performance tensa en la adquisición de
vías de purificación. “Usamos de los actos del entendimiento, se nos dice en
los Ejercicios, discurriendo, y de los de la voluntad, afectando”. Hay ahí como
una confianza quizá, en que la forma comprenderá a la esencia; en la primera
religiosidad por la forma, por el amor de lo visible, pues ¿en qué forma la
voluntad iba a actuar sino sobre la visibilidad? En su concepto de las adiciones, en que parecen que las
semanas se persiguen en feroz vigilancia retrospectiva. En aquel mismo
principio y fundamento en que parecen descansar los Ejercicios todos, en dos dependencias, en dos concéntricas
subordinaciones. El hombre para Dios “y las otras cosas sobre el haz de la
tierra son criadas para el hombre”. El hombre para Dios, si el hombre disfruta
de todas las cosas en un banquete cuya finalidad es Dios.
El banquete literario, la prolífica descripción de frutas y mariscos, es
de jubilosa raíz barroca. Intentemos reconstruir, con platerescos asistentes de
uno y otro mundo, una de estas fiestas regidas por el afán, tan dionisíaco como
dialéctico, de incorporar el mundo, de hacer suyo el mundo exterior, a través
del horno transmutativo de la asimilación.
Es el primero, por la buena utilización del hilo delicado, el canónigo
bogotano Domínguez Camargo, que saltándole el paladar al punto del repliegue,
lo repasa con su servilleta en su pequeña espuma:
“por que hay un repostero
que las aves retrata tan
perfectas
que se suelen volar las
servilletas”.
Y para que los ramajes de la naturalidad se recuesten en las grutas del
artificio, la alegre salud de Lope de Vega, aportará la col y la berengena. Un
poco de alegre vegetación en medio de las viandas que el fuego dora y
transmuta:
Matice esas huertas luego
la berenjena morada,
la verde col amigada
como pergamino al fuego.
Sobredorado el cordobés Don Luis, aportará otra sutileza, la aceituna,
que añade a la naturaleza irrumpidora en los manteles, una invención, mitad
artificio y mitad naturalidad:
…y al verde, joven floreciente
llano
blancas ovejas suyas hagan cano,
en breves horas caducar la
hierba;
oro le exprimen líquido a
Minerva,
y, -los olmos casando con las vides-
mientras coronan pámpanos a
Alcides.
Pero tanta berengena, col y aceitunas, quizá requieran un poco de
aceite, traído por su angélica lámpara de obsidiana, Sor Juana, ayudará a que los
breves ramajes y bolillas naturales, recorran el mar denso del aceite:
…faroles sacros de perenne llama
que extingue, si no infama
en licor claro, la materia crasa
consumiendo, que el árbol de
Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.
Saliendo del silencio de su orden, en el único riquísimo poema que se le
conoce, viene Fray Plácido de Aguilar a ofrecernos un primer plato, una bien
refrigerada toronja:
…la amarilla toronja en quien
Pomona
de la vejez retrata los pesares
en pálidas verrugas o lunares.
Así, como le dimos entrada en la materialidad de la col y la berengena,
vuelve ahora Lope de Vega, con los vestidos cangrejos, resistentes a la doma
del fuego de su blancona ternura y perfección:
No los mariscos al peñasco asidos
cuyos salados cóncavos desagua,
retrógrados cangrejos parecidos
al signo que del sol por signo es
fragua.
Y por cortesía, que es al propio tiempo un fortitudo, démosle la bandeja
mayor y central a Leopoldo Lugones, que salta del barroco de la edad áurea,
para demostrarnos que en nuestros días aquel barroco se hace también
imprescindible:
En eso, celebrando la visita,
Entra, en su arte bermejo, la
gallina importante,
Que impone el silencio de su
triunfo un instante.
Bajo el ardiente aroma de la
cebolla frita.
Mandan llenar de nuevo la
garrafa;
Y comentando nuestro delectable
recato,
Al pie de la mesa el gato,
Pide con melindroso maullido su
piltrafa.
Es hora ya de darle entrada al vino, que viene a demostrar la onda larga
de la asimilación del barroco, con un recio y delicado vino francés, traído por
Alfonso Reyes, elixir de muchos corpúsculos sutiles, en una de sus variadas
excursiones por las que le guardamos tan perenne agradecimiento:
Fui general de airón y charretera
Tizón de amores y trueno de
alarmas
Lancé, estentóreo por la
carretera
Frente a Chateau Lafite:
Presenten …Armas.
Para evitar la golosa competencia de frutas entre una y otra bisagra de
los mares, viene de nuevo el Anónimo
Aragonés, con su lenguaje de diedros rebajados, de cepilladas cornisas, a
darnos una perilla, líquido vidriado y pulpa plateresca, cuerda del gusto que
se tienden en un arco de ejemplar final:
También entre las cándidas
mantillas
de las primeras flores,
salen ya madrugando las perillas,
de todas las primeras,
que por ser de la reina y ser tan
niñas
parecen las meninas de las peras.
Como preparando la arquetípica levitación, la penetración de los linajes
del humo en nuestro cuerpo, el enigmático e imprescindible tabaco, traído al
convite por uno de los nuestros de más ganada y sosegada gloria poética,
nuestro querido testimoniante Cintio Vitier:
…qué adorable
permiso el mundo de la casta hoja
dilata y borra con veloz ternura?
Entra en la noche, salta del
olvido,
y ardiendo con mi carne me
despoja…
Y para el esperado con timidez, como quien depende la nobleza de un
grano esquivo, regalo de la lejanía, el café a la turca, a quien ya no
recibimos con poesía, sino con la forma adquirida por los misterios de Juan
Sebastián Bach, en sus nobles cuanto graciosos compases para acompañar el café,
en un lento recuento, que bien se puede establecer en la dimensión oriental del
barroco, en la Sala China del Palacio Schoenbrum, de María Teresa de Austria, o
en la opuesta dimensión del barroco, en el fumoir
de ébano y piedras preciosas, regalo de una emperatriz china a la altivez
mexicana, visible en el Palacio de Chapultepec, tan caro a los fructuosos ocios
de cualquier alma americana.
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