13/9/12


LEON CHESTOV

 

KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL

 

(Vox clamantis in deserto)

 

traducción de José Ferrater Mora

 

 

 

UNDÉCIMA ENTREGA

 

IV

 

EL GRAN ESCÁNDALO (1)

 

 

La mayor provocación al escándalo consiste en exigir de un hombre que admita como algo posible para Dios aquello que para la humana razón se halla fuera de todos los límites de lo posible.

KIERKEGAARD.

 

 

Me he visto obligado a detenerme un poco en las contradicciones de Kierkegaard. Pero no lo hice, ciertamente, con el fin de demostrar la falta de lógica de su pensamiento. El hecho de que constantemente sustituya lo “ético” por lo “religioso” y la razón por lo Absurdo no significa que Kierkegaard no sepa pensar de un modo rigurosamente lógico. Mas no en vano repite con tanta frecuencia y tanta pasión que las palabras de Jesús: “Dichoso el que no escandalice de mí” se hallan en la base misma del cristianismo (1). “La mayor provocación al escándalo consiste en exigir de un hombre que admita como algo posible para Dios aquello que para la humana razón se halla fuera de todos los límites de lo posible.”(2) Cuando el pensamiento de Kierkegaard retrocede, ello no obedece a una falta de lógica: se debe a que ha sucumbido a la provocación de que aquí habla. ¿Cómo admitir que sea posible para Dios lo que resulta evidentemente imposible según nuestra humana razón? Descartes lo admitía “en teoría”. Pero, en cambio, construyó toda su filosofía sobre su cogito ergo sum (tomado de San Agustín, pues tampoco San Agustín pudo evitarlo). Esto quería decir que la verdad de la razón resulta tan obligatoria para nosotros como para un ser superior. En nuestros días, Husserl -que procede de Descartes- afirma también que lo verdadero no lo es solamente para nosotros, sino para todo ser pensante: para el diablo, para los ángeles, para Dios, y con esto tiende, por así decirlo, un puente entre el pensamiento helénico y el nuestro. Es poco probable que en toda la historia del pensamiento humano (aun después que los pueblos europeos recibiesen la Biblia) se pueda descubrir a un solo filósofo que haya conseguido una completa victoria interior contra esta provocación al escándalo.

 

Con la impetuosidad que lo caracterizaba, Kierkegaard utilizaba sus fuerzas para alcanzar lo Absurdo. En su Diario escribe: “Sólo el horror que se aproxima a la desesperación permite desarrollar las mayores fuerzas del hombre.” Y, a pesar de esta tensión de todas sus fuerzas, no siempre lograba no escandalizarse. Con toda el alma se pone al lado de Job. Pero no consigue disipar los sortilegios de Hegel; no consigue “pensar” que lo posible no termina para Dios en aquel punto en que, según la razón humana, cesa toda posibilidad. Se ha dirigido a Job únicamente para asegurarse de si tenía el derecho y la fuerza de transformar su pequeña historia personal en un acontecimiento mundial. Por lo demás, si es menester decirlo todo, tampoco la historia de Job tenía ninguna importancia. ¡Cuántos hombres no pierden sus riquezas, sus hijos, y contraen enfermedades horrorosas, incurables! Kierkegaard dice que sus sufrimientos son “fastidiosos”. Pero los sufrimientos de Job no son ni más interesantes ni más divertidos. Kierkegaard lo sabe, y siente temor por ello. Aquí hay que buscar la razón por la cual no ataca demasiado a lo ético y se limita a “suspenderlo” temporalmente. En caso de necesidad esto le permitirá acaso hacer uso de Hegel. Nada puede saberse de antemano; puede ocurrir que Hegel llegue a demostrar, apoyándose en la evidencia, que los males de Job y los de Kierkegaard no tienen la menor importancia dentro de la economía general del ser. Hegel ha “explicado” el destino de Sócrates: ¿por qué no admitir que el destino de Job o el de Kierkegaard puedan igualmente ser explicados y, en tanto que explicados, borrados del cuadro? Por terribles y abominables que sean los males terrestres jamás dan al hombre una voz decisiva en el Consejo de las fuerzas eternas de la Naturaleza. Si Kierkegaard quiere hablar y ser escuchado le será preciso atraerse a lo ético a su lado y revestir sus pomposas vestiduras. Por el contrario, si se presenta desnudo y sin ningún adorno ante los hombres, tal como salió de las manos del Creador y tal como cada uno de nosotros (Kierkegaard está convencido de ello) deberá presentarse ante Él nuevamente, nadie le escuchará. Y si, a pesar de todo, se le escucha, será para burlarse de él.

 

Jamás abandonaba a Kierkegaard el miedo a la necesidad y al juicio de los hombres. Sabía que su voz clamaba en el desierto, que estaba condenado a una soledad absoluta y a un abandono sin esperanza por circunstancias que no estaba en su mano cambiar. Continua e infatigablemente habla de esto en su Diario y en sus obras. Si abandonó a Hegel fue porque nada más esperaba de este filósofo universalmente célebre, porque depositaba su única esperanza en Job, ese anciano abandonado por los hombres. Mas el miedo de que la verdad última y, por consiguiente, el poder de decidir en última instancia se hallasen, si no del lado de Hegel, por lo menos del de Sócrates, fue un miedo que acompañó a Kierkegaard durante toda su vida. Se puede formular esta idea del siguiente modo: no fue Kierkegaard quien suspendió “lo ético”; fue “lo ético” el que se aparto de él. Su alma ardía en deseos de unirse al “pensador privado” Job. Detestaba la filosofía especulativa de Hegel (“Hegel no es un pensador, sino un profesor” escribe en su Diario), pero no lograba desarraigar de su corazón el miedo a esas verdades eternas que habían descubierto los griegos. Y con ese miedo escondido -que él rechazaba, pero que se negaba a ser rechazado, que domaba, pero que se resistía a ser domado- se aproximó a los últimos enigmas del ser, del conocimiento, de la fe, del pecado, de la redención. No en vano una de sus obras más extraordinarias se titula El concepto de la angustia. Kierkegaard había descubierto en sí mismo y en los demás una angustia gratuita, absurda, la que, como luego veremos, se llama angustia de la Nada. Podemos anticipar de inmediato lo que posteriormente diremos: mientras luchaba contra su angustia de la Nada, seguía, como antes, en poder de la Nada. Y agreguemos todavía: la angustia de la Nada, en el sentido que daba Kierkegaard a esta expresión, no constituye una personal y subjetiva carga suya. Pero a consecuencia de ciertas circunstancias que le eran particulares, esa angustia y la Nada de que procede se revelaron a Kierkegaard con una agudeza y un relieve sorprendentes. Puede haber ocurrido también que lo que no existe sino en estado potencial y permanece, por lo tanto, invisible para los demás hombres, se actualizara en Kierkegaard, se convirtiera para él en una realidad cotidiana. Por eso afirma que el comienzo de la filosofía no es la admiración, sino la desesperación. Mientras el hombre se limite a admirarse, no rozará el enigma del ser. Sólo la desesperación podrá conducirlo al umbral de lo que es realmente. Por lo tanto, si, como constantemente lo afirma, la filosofía busca el comienzo, las fuentes y las raíces de todo, deberá, quiera o no, pasar por la desesperación.

 

Pero -y he aquí la última cuestión planteada por Kierkegaard-, ¿puede la desesperación disipar la angustia de la Nada? Como ya hemos visto, aun después de haber abandonado a Hegel y de haberse dirigido hacia Job, Kierkegaard no puede renunciar al auxilio que le proporciona lo ético. Veremos que esto se repetirá bajo una forma más decisiva, aun más decisiva y evidente. Sin embargo, su lucha verdaderamente titánica contra la angustia y la Nada tiene un aspecto conmovedor; pone al descubierto ciertos aspectos del ser cuya existencia ni siquiera sospechaban los hombres. Cuando clama con Job: “¿Cuál es la fuerza que me ha arrebatado mi orgullo y mi honor?”, lo ético huye de él. Lo ético no sabe contestar a esta pregunta. Ante la Nada experimenta esa misma angustia que paralizaba la voluntad de Kierkegaard. También se ve obligado a tener en cuenta a la Necesidad, esa terrible cabeza de Medusa que petrifica a quienes se vuelven para mirarla. No obstante, Kierkegaard poseía por lo menos de vez en cuando bastante coraje y fuerza para escapar del círculo mágico en que se encontraba encerrado y para buscar en la vida otro principio, un principio que no conocía la angustia, ni siquiera la angustia de la Nada. Y es esto lo que le condujo hasta la filosofía existencial.

 

 

Notas

 

 

1) “Asumiendo la responsabilidad ante Dios, me atrevo a decir que las palabras: ‘Dichoso el que no se escandalice de mí forman parte de las más esenciales verdades que Jesús ha enunciado…” (VIII, 121).

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