ALDOUS HUXLEY
LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN
DÉCIMA ENTREGA
Parece muy improbable que la
humanidad, en libertad pueda alguna vez dispensarse de los Paraísos
Artificiales. La mayoría de los hombres y mujeres llevan vidas tan penosas en
el peor de los casos y tan monótonas, pobres y limitadas en el mejor, que el afán
de escapar, el ansia de trascender de sí mismo aunque sólo sea por breves
momentos es y ha sido siempre uno de los principales apetitos del alma. El arte
y la religión, los carnavales y las saturnales, el baile y el escuchar la
oratoria son cosas que han servido, para emplear la frase de H. G. Wells, de
Puertas en el Muro. Y para el uso privado y cotidiano, siempre han habido los
tóxicos químicos.
Los
sedantes y narcóticos vegetales, los eufóricos que crecen en los árboles y los
alucinógenos que maduran en las bayas o pueden ser exprimidos de las raíces han
sido conocidos y utilizados sistemáticamente, todos sin excepción, por los
seres humanos desde tiempo inmemorial. Y a estos modificadores naturales de la
conciencia, la ciencia moderna ha añadido su cuota de sintéticos: por ejemplo,
el cloral, la bencedrina, los bromuros y los barbitúricos.
La mayoría de estos modificadores
de conciencia no pueden ser tomados actualmente si no es por orden del médico o
ilegalmente y con grave riesgo. Occidente sólo permite el uso sin trabas del
alcohol y del tabaco. Las demás Puertas químicas en el Muro se califican de
tóxicos y quienes las toman sin autorización son Viciosos.
Gastamos actualmente en bebidas y
tabaco más de lo que gastamos en educación. Esto, desde luego, no es
sorprendente. El afán de escapar de sí mismo y del ambiente se halla en la
mayoría de nosotros casi todo el tiempo. El deseo de hacer algo por los niños
es fuerte únicamente en los padres y sólo durante los pocos años en que sus
hijos van a la escuela. Tampoco puede sorprender la actitud corriente frente al
alcohol y el tabaco. A pesar del creciente ejército de los alcohólicos sin
remedio, a pesar de los cientos de miles de personas muertas o incapacitadas
cada año por conductores borrachos, los comediantes siguen haciéndonos reír con
sus bromas acerca de los aficionados a empinar el codo. Y a pesar de las
pruebas que relacionan el cigarrillo con el cáncer del pulmón, prácticamente
apenas hay personas que no consideren que el fumar es casi tan normal como el
comer. Desde el punto de vista del racionalista utilitario esto puede parecer
extraño. Para el historiador es exactamente lo que cabía esperar. La firme
convicción de la realidad material del Infierno nunca impidió a los cristianos
medievales hacer lo que su ambición, su lujuria o su codicia les reclamaba. El
cáncer del pulmón, los accidentes del tránsito y los millones de alcohólicos
miserables y transmisores de miseria son hechos todavía más ciertos de lo que
era en tiempos de Dante el hecho del infierno. Pero todos ellos son hechos
remotos e insustanciales al lado del hecho próximo y muy sentido del ansia,
aquí, ahora, de un alivio, de un sedante, de un trago o un cigarrillo.
Nuestra edad es la edad, entre
otras cosas del automóvil y de la población en impresionante aumento. El
alcohol es incompatible con la seguridad en las carreteras y su producción,
como la del tabaco, condena a virtual esterilidad a millones de hectáreas del
suelo más fértil. Los problemas planteados por el alcohol y el tabaco no pueden
ser resueltos, sobra decirlo, por la prohibición. El afán universal y
permanente de autotrascendencia no puede ser abolido cerrando de golpe las más
populares Puertas del Muro. La única acción razonables es abrir puertas
Mejores, con la esperanza de que hombres y mujeres cambien sus viejas malas
costumbres por hábitos nuevos y menos dañosos. Algunas de estas puertas mejores
podrán ser de naturaleza social y tecnológica, otras religiosas o psicológicas,
y otras más dietéticas, educativas o atléticas. Pero subsistirá indudablemente
la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones químicas del intolerable Sí-mismo
y del repulsivo ambiente. Lo que hace falta es una nueva droga que alivie y
consuele a nuestra doliente especie sin hacer a la larga más daño del bien que
hace a la corta. Una droga así tiene que ser poderosa en muy pequeñas dosis y
sintetizable. Si no posee estas cualidades, su producción, como la del vino, la
cerveza, los licores y el tabaco, dificultará el cultivo de los alimentos y
fibras indispensables. Debe ser menos tóxica que el opio o la cocaína, tener
menos probabilidades que el alcohol o los barbitúricos
de producir consecuencias sociales desagradables y hacer menos daño al corazón
y los pulmones que los alquitranes y la nicotina del tabaco. Y en el lado
positivo, debe producir cambios en la conciencia que sean más interesantes e
intrínsecamente valiosos que el mero alivio o la mera ensoñación, que ilusiones
de omnipotencia o escapes a la inhibición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario