12/12/12

HERMAN HESSE (1877 – 1962)
 
 
SIDDHARTA
 
 
TERCERA ENTREGA
 
 
 
 
El mismo día, por la noche, alcanzaron a los ascetas, los enjutos samanas, y les ofrecieron su compañía y obediencia. Fueron aceptados.
 
 
Siddharta regaló su túnica a un pobre de la carretera. Desde entonces, sólo vistió el taparrabos y la descosida capa de color tierra. Comió solamente una vez al día y jamás alimentos cocinados.
 
 
Ayunó durante quince días. Ayunó durante veintiocho días. La carne desapareció de sus muslos y mejillas. Ardientes sueños oscilaban en sus ojos dilatados; en sus dedos huesudos crecían largas uñas, y del mentón le nacía una barba reseca y despeinada. La mirada se le tornaba fría cuando una mujer cruzaba por su camino; la boca expresaba desprecio, cuando atravesaba la ciudad con personas vestidas elegantemente. Vio negociar a los comerciantes, y cazar a los príncipes; presenció el llanto de los familiares de un difunto; advirtió cómo las prostitutas se ofrecían, cómo los médicos se preocupaban de los enfermos, cómo los sacerdotes determinaban el día de la siembra, se percató de que los amantes se querían, de que las madres daban el pecho a sus hijos. Y todo ello no era digno de la mirada de sus ojos, todo mentía, todo apestaba; olía todo a hipocresía, todo aparentaba tener sentido y felicidad y belleza, mas, sin embargo, todo era ignorancia y putrefacción.
 
 
Siddharta tenía un fin, una meta única: deseaba quedarse vacío, sin sed, sin deseos, sin sueños, sin alegría ni penas. Deseaba morirse para alejarse de sí mismo, para no ser yo, para encontrar la tranquilidad en el corazón vacío, para permanecer abierto al milagro a través de los pensamientos despersonalizados: ése era su objetivo. Cuando todo el yo se encontrase vencido y muerto, cuando se callasen todos los vicios y todos los impulsos en su corazón, entonces tendría que despertar lo último, lo más íntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran secreto.
 
 
Siddharta permanecía en silencio bajo el calor vertical del sol ardiente de dolor, de sed; y se quedaba así hasta que ya no sentía dolor ni sed. Se hallaba en silencio durante la estación lluviosa, el agua corría desde su cabello hasta sus hombros, y el frío llegaba hasta sus caderas y hasta sus piernas heladas, y el penitente continuaba así hasta que los hombros y las piernas ya no sentían frío, hasta que se acallaban Se mantenía sentado en silencio sobre el bardal, hasta que le goteaba sangre de la piel caliente, y después de las úlceras. Y Siddharta continuaba erguido, inmóvil, hasta que ya no le goteaba la sangre, hasta que nada le punzaba hasta que nada le quemaba.
 
 
Siddharta estaba sentado con rigidez y trataba de ahorrar aliento de vivir con poco aire, de detener la respiración. Aprendía a tranquilizar el latido de su corazón con el aliento, aprendía a disminuir los latidos de su corazón hasta que eran mínimos, casi nulos.
 
 
Instruido por el más anciano samana, Siddharta se entrenaba en la despersonalización, en el arte de ensimismarse según las nuevas reglas de los samanas. Una garza voló sobre el bosque de bambú y Siddharta absorbió a la garza en su alma; voló con ella sobre el bosque y las montañas; era garza, comía peces, sufría el hambre de la garza, hablaba el idioma de la garza, sentía la muerte de la garza. Un chacal muerto se hallaba en la orilla arenosa, y Siddharta entraba en el cadáver: era chacal muerto, yacía en la playa, se hinchaba, apestaba, se descomponía; sintiose descuartizado por las hienas, decapitado por los cuervos; se tomó esqueleto, y polvo, y el vendaval se lo llevó.
 
 
El alma de Siddharta regresó; había muerto, se había convertido en polvo..., había probado la triste borrachera del ciclo. Ahora aguardaba con una sed nueva, como un cazador, el hueco donde podría escapar del ciclo, donde empezaría el fin de las causas y de la eternidad, del dolor. Mataba sus sentidos, destrozaba su memoria, salía de su yo y entraba en mil configuraciones extrañas: era animal, carroña, piedra, madera, agua. Y cada vez se encontraba así mismo al despertar; brillaba el sol o la luna, de nuevo era él, se movía en el ciclo, sentía sed, vencía la sed, y volvía a tener sed.

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