ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl
G. Jung / Joseph Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber /
Nathaiel Branden / Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James
Hillman / John Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
DUODÉCIMA
ENTREGA
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?
1. EL GRAN SACO QUE TODOS
ARRASTRAMOS (3)
Robert Bly
Dejemos
de lado ahora estas diferencias entre la cultura balinesa y la norteamericana y
centrémonos en la analogía que nos proporciona un proyector de cine. Supongamos
que miniaturizamos ciertas partes de nosotros mismos, las laminamos, las
metemos en una lata y las guardamos en la oscuridad. Luego cierta noche
-siempre de noche- mientras vamos conduciendo descubrimos la imagen de un
hombre y de una mujer en una enorme pantalla al aire libre. La figura es tan
grande que no podemos apartar los ojos de ella y decidimos aparcar y contemplar
el espectáculo. De esta manera, mientras las imágenes permanecen recluidas en
la oscuridad de una lata y no son más que figuras impresas en una delgada
película tienen una leve y macilenta existencia diurna pero cuando se prende
cierta luz detrás de nuestras cabezas aparecen en la pantalla unas figuras de
aspecto fantasmal que encienden cigarrillos y desenfundan amenazadoramente sus
pistolas. Se trata de figuras doblemente ocultas ya que no han tenido
oportunidad de “desarrollarse” plenamente y han permanecido ocultas en la oscuridad
de una lata. Nuestros psiquismos son proyectores naturales y cuando se activan
de la manera adecuada se despliega en el exterior la imagen que durante tantos
años habíamos guardado en la oscuridad. De este modo, por ejemplo, la ira que
hemos almacenado durante veinte años puede terminar revelándose el día menos
pensado en el rostro de la esposa, una mujer puede descubrir cada noche a un
héroe en su marido o, como sucede con Nora en Casa de Muñecas, darse cuenta súbitamente de que su esposo es un
tirano.
Hace
poco encontré mis antiguos diarios y elegí uno al azar fechado en 1956.
Recuerdo que durante ese año estuve tratando de escribir un poema sobre la
figura del hombre de negocios y también recuerdo que la historia del rey Midas
andaba rondando por mi cabeza. En mi poema decía que al hombre de negocios le
ocurre lo que a Midas -que transforma en dinero todo lo que toca- y que a ello
se debe, en cierto modo, su avidez. Recordé a los hombres de negocios que
conocía y al tiempo que pasé criticándolos. Pero a medida que leía descubrí
conmocionado que todo aquello no era más que una proyección de mi propia
película. En aquel tiempo apenas sí podía comer. Cualquier alimento que me
ofreciera un amigo, una mujer o un niño, se convertía en metal al entrar en contacto
con mi boca. ¿Es clara la imagen? Nadie puede comer o beber metal. Midas era
pues una buena imagen de lo que me estaba ocurriendo. Pero mi Midas interior
estaba enrollado en una lata y, por ello, cada noche quedaba fascinado por los
insensatos y perversos hombres de negocios que aparecían en mi pantalla grande.
Un par de años después escribí un libro, que nadie quiso publicar, titulado Poems for the Ascension of J.P. Morgan,
en el que cada uno de los poemas dedicados a los hombres de negocios iba acompañado
de un anuncio sacado de algún periódico o alguna revista. Casi todo el libro
era una proyección. Veamos un poema, titulado “Inquietud”, escrito en aquella
época:
Una extraña desazón conmueve las
naciones.
Es la última danza, la furiosa
agitación del mar de Morgan.
El reparto del botín.
Una lasitud que penetra en los
diamantes del cuerpo.
La rebelión se inicia en la
secundaria.
Y, cuando la lucha finaliza,
Y la tierra y el mar han sido
desolados,
El niño se halla medio muerto.
Entonces dos figuras salen y se
alejan de nosotros.
Pero el simio silba sobre la costa
de la muerte
Trepando y descendiendo, removiendo
nueces y piedras,
Brincando en el árbol
Cuyas ramas sostienen la expansión
del frío.
Los planetas giran, y lo mismo el
negro sol,
El canto de los insectos y los
diminutos esclavos
Encerrados en las prisiones de su
corteza.
¡Carlomagno, nos estamos
aproximando a tus islas!
Luego, retornamos a los árboles
nevados,
Y la profunda oscuridad
Queda sepultada bajo la nieve
Sobre la que cabalgas toda la noche
Con las manos entumecidas.
Cae la oscuridad
En la que dormimos y nos
despertamos,
Una oscuridad en la que tiritan los
ladrones
Y los locos hambrientos de nieve,
Una oscuridad donde los banqueros
tienen pesadillas
En las que son sepultados bajo
rocas de azabache
Y los empresarios permanecen
arrodillados
En el calabozo de sus sueños.
Hace
aproximadamente cinco años volví a pensar en ese poema. ¿Por qué había elegido
a los banqueros y a los hombres de negocios? ¿Con qué otra palabra definiría a
un “banquero”? “Alguien que tiene gran capacidad organizadora.” Pero yo soy un
buen organizador. ¿Y cómo definiría en un “empresario”? “Alguien con el rostro
tenso.” Entonces fue cuando reconocí mi imagen en el espejo del poema. Veamos
cómo quedo ese pasaje después de haberlo reelaborado:
…Una oscuridad en la que tiritan
los ladrones
Y los locos hambrientos de nieve.
En la que los buenos organizadores
huyen de su pesadilla de quedar sepultados bajo rocas de azabache
Y los hombres de rostro tenso como
yo permanecen arrodillados en los calabozos de sus sueños
Ahora,
cuando en una fiesta alguien me dice -como pidiendo disculpas- que es agente de
bolsa me siento de otra manera y me digo “Mira, algo interno está activándose
en mí” y siento deseos de abrazarle.
Pero
la proyección -como señala sabiamente Marie-Luise Von Franz en algún lugar-
también constituye un mecanismo extraordinario. “¿Por qué tendemos a valorar
negativamente la proyección?” -pregunta- “Entre los junguianos decirle a
alguien ‘estás proyectando’ se ha convertido en una acusación. Pero hay
proyecciones que son útiles e incluso adecuadas”. Yo sabía que me estaba
matando a mí mismo pero ese conocimiento no podía pasar directamente del saco a
la mente consciente sino que debía atravesar primero el mundo. Por ello me
decía: “¡Qué malvados son los hombres de negocios!”. Marie-Louise Von Franz nos
recuerda que si no podemos proyectar tampoco podemos conectar con el mundo. En
ocasiones las mujeres se quejan de que los hombres suelan proyectar sus
aspectos femeninos ideales sobre una mujer. Pero si no lo hicieran ¿cómo podría
abandonar la casa materna o su habitación el estudiante? El problema no radica
tanto en el hecho de proyectar sino en el tiempo que permanecemos proyectando.
Sin
embargo, la proyección sin contacto personal es peligrosa. Miles, e incluso
diría que millones de varones norteamericanos, proyectaron sus aspectos
femeninos sobre la figura de Marilyn Monroe. Pero cuando un millón de personas
se comportan de ese modo es muy probable que la persona que es objeto de
proyección termine muriendo, como realmente ocurrió en este caso ya que las
proyecciones sin contacto personal pueden causar mucho daño a la persona que
las recibe.
También
podríamos decir que el mismo deseo de poder de Marilyn Monroe -originado en
algún trauma infantil- atraía esas proyecciones. Con la aparición de los medios
de comunicación de masas el proceso de proyección e invocación directo, tan
sutil en las culturas tribales, deja de funcionar. Es por ello que la muerte de
Marilyn Monroe fue inevitable y, quizás incluso, hasta beneficiosa para la
economía de su psiquismo. Ningún ser humano puede soportar tantas proyecciones
-es decir, tanta inconsciencia- y seguir vivo. Por ello resulta tan
extraordinariamente importante que cada uno de nosotros asuma su propia
responsabilidad.
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