ELIZABETH
KÜBLER-ROSS
LA
RUEDA DE LA VIDA
TRIGESIMONOVENA ENTREGA
SEGUNDA PARTE
"EL
OSO".
22.
LA FINALIDAD DE LA VIDA. (2)
Naturalmente yo
comentaba esos gratificantes momentos con mi familia, y deseaba que mis hijos
no tomaran nada por descontado. Nada está garantizado en la vida, fuera de que
todo el mundo tiene que enfrentarse a dificultades. Así es como aprendemos.
Algunos se enfrentan a dificultades desde el instante en que nacen. Esas son
las personas más especiales de todas, que necesitan el mayor cariño, atención y
comprensión, y nos recuerdan que la única finalidad de la vida es el amor.
Créanlo o no, había
personas que realmente pensaban que yo sabía de qué hablaba. Una de esas
personas fue Clement Alexandre, jefe de redacción de la editorial Macmillan de
Nueva York. No sé cómo llegó a su escritorio un corto artículo que yo había
escrito sobre mis seminarios "La muerte y el morir". Eso lo indujo a
volar hasta Chicago a preguntarme si desearía escribir un libro sobre mi trabajo
con moribundos. Yo me quedé pasmada, muda de asombro, incluso cuando él me
presentó un contrato para firmar, en que se me ofrecían 7.000 dólares a cambio
de 50.000 palabras.
Bueno, acepté, siempre
que me dieran tres meses para escribir el libro. Eso les pareció bien a los de
Macmillan. Pero luego me quedé sola para calcular cómo me las iba a arreglar
para atender a dos hijos, un marido, un trabajo a jornada completa y otras
vanas cosas, y además escribir un libro.
Observé que en el
contrato ya habían puesto título al libro: On
Death and Dying (Sobre la muerte y los moribundos, en su versión
castellana). Me gustó. Llamé a Manny para contarle la buena nueva, y después
comencé a imaginarme como escritora; no me lo podía creer.
Pero ¿por qué no? Tenía
innumerables historias de casos y observaciones amontonadas en la cabeza.
Durante tres semanas me instalé en mi escritorio por la noche, cuando Kenneth y
Barbara ya estaban durmiendo, hasta conseguir hacerme una idea del libro. Vi
con mucha claridad cómo todos mis pacientes moribundos, en realidad todas las
personas que sufrían una pérdida, pasaban por fases similares. Comenzaban con
un estado de fuerte conmoción y negación, luego indignación y rabia, y después
aflicción y dolor. Más adelante regateaban con Dios; se deprimían preguntándose
"¿Por qué yo?". Y finalmente se retiraban dentro de sí mismos durante
un tiempo, aislándose de los demás
mientras llegaban, en el mejor de los casos, a una fase de paz y aceptación (no
de resignación, que es lo que se produce cuando no se pueden compartir las
lágrimas ni expresar la rabia).
En realidad, vi con más
claridad esas fases en los padres que había conocido en Lighthouse. El nacimiento
de un hijo ciego era para ellos como una pérdida, la pérdida del hijo normal y
sano que esperaban. Pasaban por la conmoción y la rabia, la negación y la depresión,
y finalmente, ayudados por alguna terapia, lograban aceptar lo que no se podía
cambiar.
Las personas que habían
perdido o iban a perder a un pariente próximo pasaban por lasmismas cinco
fases, comenzando por la negación y conmoción. "No puede ser que vaya a
morir mi esposa. Acaba de tener un hijo, ¿cómo me va a abandonar?" O exclamaban:
"No, yo no, no puede ser que vaya a morir." La negación es una
defensa, una forma normal y sana de enfrentarse a una noticia horrible,
inesperada, repentina. Permite a la persona considerar el posible fin de su
vida y después volver a la vida como ha sido siempre.
Cuando ya no es posible
continuar negándolo, la actitud es reemplazada por la rabia. Lapersona ya no se
pregunta "¿Por qué yo?" sino "¿Por qué no él o ella?". Esta
fase es particularmente difícil para los familiares, médicos, enfermeras,
amigos, etc. La rabia del paciente sale disparada como perdigones, y golpea a
todo el mundo. El enfermo despotrica contra Dios, sus familiares, contra toda
persona que esté sana. También podría gritar: "Estoy vivo, no lo olvides."
No hay que tomar esa rabia como ofensa personal.
Si se les permitía
expresar la rabia sin sentimientos de culpabilidad o vergüenza, solían pasar por
la fase de regateo: "Dios mío, deja vivir a mi esposa lo suficiente para
que vea a esta hija entrar en el parvulario"; después añadían otra
súplica: "Espera hasta que haya terminado el colegio, así tendrá edad
suficiente para soportar la muerte de su madre"; etcétera. Muy pronto
advertí que las promesas hechas a Dios no se cumplían jamás. Simplemente regateaban
elevando cada vez más la apuesta.
Pero el tiempo que pasa
el paciente regateando es beneficioso para la persona que lo atiende. Aunque
está furioso, ya no está tan consumido por la hostilidad hasta el punto de no
oír. El paciente no está tan deprimido que no sea capaz de comunicarse. Puede
que haya disparos de balas, pero no apuntarán a nadie. Yo aconsejaba que había
que aprovechar ese momento para ayudar al paciente a cerrar cualquier asunto
pendiente que tuviera. Había que entrar en su habitación, hacerle enfrentar viejas
pendencias, añadir leña al fuego, permitirle exteriorizar su furia para que se
librara de ella, y entonces los viejos odios se transformarían en amor y
comprensión.
En algún momento los
enfermos se van a sentir muy deprimidos por los cambios que están experimentando.
Eso es natural. ¿Quién no se sentiría así? No pueden seguir negando la enfermedad
ni asimilar todavía las graves limitaciones físicas. Con el tiempo es posible
que a todo esto se añadan las dificultades económicas. Se producen cambios drásticos
y debilitadores en la apariencia física. Una mujer se amarga porque la pérdida
de un pecho la hace menos mujer. Cuando ese tipo de preocupaciones se expresan
y se tratan con sinceridad, los pacientes suelen reaccionar maravillosamente.
El tipo de depresión
más difícil viene cuando el enfermo comprende que lo va a perder todo y a todas
las personas que ama. Es una especie de depresión silenciosa; ese estado no
tiene ningún lado luminoso. Tampoco hay ninguna palabra tranquilizadora que se
pueda decir para aliviar ese estado mental en que se renuncia al pasado y se
trata de imaginar el inimaginable futuro. La mejor ayuda es permitirle sentir
su aflicción, decir una oración, simplemente tocarlo con cariño o sentarse a su
lado en silencio.
Si a los enfermos
terminales se les da la oportunidad de expresar su rabia, llorar y lamentarse, concluir
sus asuntos pendientes, hablar de sus temores, pasar por esas fases, van a
llegar a la última fase, la aceptación. No van a sentirse felices, pero tampoco
deprimidos o furiosos. Es un período de resignación silenciosa y meditativa, de
expectación apacible. Desaparece la lucha anterior para dar paso a la necesidad
de dormir mucho, lo que en Sobre la
muerte y los moribundos yo llamo "el último descanso antes del largo
viaje".
Al cabo de dos meses
terminé el libro. Comprendí que había creado exactamente el tipo de libro que
deseaba encontrar en la biblioteca cuando buscaba datos para mi primera charla.
Envié por correo el texto definitivo. Aunque no tenía idea de si iba a convertirse
en un libro importante, sí estaba absolutamente segura de que la información
que contenía era muy importante.
Esperaba que no se
interpretara mal el mensaje. Mis pacientes moribundos jamás mejoraron en el
sentido físico, pero todos mejoraron emocional y espiritualmente. En realidad
se sentían mejor que muchas personas sanas.
Más adelante alguien me
preguntaría qué me habían enseñado sobre la muerte todos esos moribundos.
Primero pensé dar una explicación muy clínica, pero eso no iba conmigo. Mis
pacientes moribundos me enseñaron mucho más que lo que es morirse. Me dieron
lecciones sobre lo que podrían haber hecho, lo que deberían haber hecho y lo
que no hicieron hasta cuando fue demasiado tarde, hasta que estaban demasiado
enfermos o débiles, hasta que ya eran viudos o viudas.
Contemplaban su vida
pasada y me enseñaban las cosas que tenían verdadero sentido, no sobre cómo
morir, sino sobre cómo vivir.
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