ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
DECIMOCUARTA
ENTREGA
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?
2. LO QUE SABE LA SOMBRA:
ENTREVISTA CON JOHN A. SANFORD (1)
D. Patrick Miller
Escritor
de temas psicológicos y espirituales que reside en Encinitas, California.
Trabaja como escritor y editor en el Yoga
Journal y también ha escrito para The Sun, Nre Age Journal, Free Spirit of New
York City y The Columbia Journalism
Review.
THE
SUN: La afirmación de Jung de que prefería ser “un individuo completo antes que
una persona buena” puede resultar inquietante y confusa para muchas personas.
¿Por qué cree usted que hay tantas personas que parecen desconocer la estrecha
relación existente entre la maldad y la “bondad excesiva”?
SANFORD:
La relación existente entre la sombra y el ego constituye un verdadero problema, un problema que resulta
especialmente relevante en la tradición cristiana. Para la Biblia las
diferencias existentes entre el bien y el mal son muy claras: en una parte está
Dios, que es el bien y en la otra el Diablo, que es el mal. El Nuevo Testamento
sostiene la opinión de que si un individuo cede al mal y lleva a cabo malas
acciones su alma inicia un proceso psicológico negativo que termina
conduciéndole a la degradación y la destrucción. De acuerdo a ello el
Cristianismo ha promovido el modelo ideal de “ser una buena persona”.
Pero
la tradición cristiana original reconocía que el mal se halla dentro de cada
uno de nosotros, que la oposición y la discordia forma parte integral de cada
uno de nosotros. San Pablo, por ejemplo, como buen psicólogo profundo, se daba
cuenta de que la sombra se hallaba en su interior, sabía que esa era su condición, una condición de la que sólo Dios
podía salvarle. Por ello dijo: “Porque el bien que quisiera hacer no lo hago
pero el mal que no quisiera hacer lo hago”.
Más
tarde, sin embargo, esa comprensión profunda se ensombreció y los cristianos
terminaron identificándose exclusivamente con el bien y se dedicaron
simplemente a tratar de ser exclusivamente buenos. Pero de ese modo lo único
que lograron fue perder rápidamente el contacto con la sombra. Más tarde -como lamentablemente
evidencia la historia de la Edad Media- la Iglesia cometió otro error fatal. A
partir de entonces no sólo eran malas las acciones sino que también lo eran las
fantasías y una persona podía ser
considerada mala tan sólo por pensar en malas acciones. A partir de ese momento
no sólo era pecado el adulterio sino que también lo era pensar en él. Ambos,
por tanto, debían ser confesados y perdonados.
Como
resultado de todo ello la gente comenzó a negar y a reprimir su vida imaginaria
y la sombra fue relegándose cada vez más al mundo subterráneo. De este modo,
poco a poco fue abriéndose un verdadero abismo entre el bien y el mal-
THE
SUN: ¿Este proceso corre paralelo a la desaparición del elemento femenino?
SANFORD:
Efectivamente. Eso es precisamente lo que iba a decir. El elemento masculino ve
las cosas bajo la brillante luz del sol, esto es una cosa y aquello es otra
completamente diferente. Pero desde el punto de vista femenino, sin embargo,
las cosas, que parecen iluminadas por la luz de la luna, se hallan mucho más
entremezcladas y no son tan nítidas, de modo que no resulta tan fácil
establecer una diferencia rotunda entre ellas. El tema de la sombra, pues, no
es, en realidad, tan sencillo como parece a simple vista. No se trata
simplemente de diferenciar entre el bien y el mal sino que es algo mucho más
sutil y complejo.
El
elemento femenino podría habernos ayudado a franquear el abismo que parece
existir entre la sombra y el ego. La Iglesia Cristiana -que en sus comienzos
pareció abanderar una especie de movimiento feminista- muy pronto terminó
convirtiéndose en un adalid del patriarcado. De esta manera, poco a poco el ego
y la sombra fueron separándose progresivamente y prepararon el terreno para la
aparición del fenómeno que tan bien nos ilustra el relato del D. Jekyll y Mr.
Hyde. La historia del Cristianismo es paradigmática a este respecto.
Recordemos, si no, cómo los líderes de la Inquisición afirmaban estar haciendo
correctamente lo que debían.
Obviamente,
este tipo de actitud se halla muy difundido en nuestro mundo y los cristianos
no son los únicos detentadores aunque lo cierto, sin embargo, es que la
tradición cristiana se ha mostrado especialmente recalcitrante a la hora de
aumentar la división entre el bien y el mal. No obstante, aunque la Iglesia
intentara proscribir el mundo de la fantasía, era agudamente consciente de la
vida interior del ser humano y siempre ha valorado positivamente la
introspección fomentando, de ese modo, el surgimiento de la psicología
profunda.
THE
SUN: Yo me eduqué entre fundamentalistas religiosos y siempre he visto en ellos
una cierta rigidez, como si realmente estuvieran intentando que ciertas cosas
no penetraran en su mente, mucho menos todavía expresarlas abiertamente. Pero
para mantener esta división interna es necesario invertir una gran cantidad de
energía.
SANFORD:
Así es, y ello no significa necesariamente que uno termine convirtiéndose
realmente en una buena persona. Luchar por ser bueno no es más que una pose,
una forma de engañarse uno mismo. De este modo se desarrolla la persona, la máscara
de bondad tras la que intentamos encubrir a nuestro ego. El Dr. Jekyll, por
ejemplo, tenía una personalidad muy amable y creía en ella a pie juntillas
pero, en realidad, jamás fue una buena persona. Jekyll anhelaba en secreto ser
Hyde pero nunca quiso desprenderse de la máscara social con la que se había
ocultado de la sociedad y de sí mismo. Cuando el brebaje le transformó en su
sombra y permitió que esta saliera a la superficie creyó haber encontrado la
respuesta perfecta a su problema pero entonces era tarde porque su deseo de ser
Hyde era ya más fuerte que él.
Es
importante comprender la diferencia crucial existente entre la sombra y la
verdadera maldad. Como dijo en cierta ocasión Fritz Kunkel, el secreto es que el mal no hay que buscarlo en la sombra sino
en el ego. Para la mayor parte de las personas el mal no radica en alguna
instancia arquetípica ubicada más allá del ego sino que precisamente se asienta
en él.
Edward
C. Whitmont, un analista neoyorquino, ha descrito claramente a la sombra en términos
junguianos diciendo que se trata de “todo lo que hemos ido rechazando en el
curso del desarrollo de nuestra personalidad por no ajustarse al ego ideal”. Si usted ha sido educado en
un entorno cristiano en el que modelo ideal era ser amable, correcto y generoso
ha debido reprimir todas aquellas cualidades que se oponían a la imagen como la
cólera, el egoísmo, las fantasías sexuales, etcétera. Y finalmente todas esas
cualidades de las que se ha despojado el individuo se aglutinan en torno a una
especie de personalidad secundaria -denominada sombra- que, en el caso de
aislarse suficientemente, pueden terminar originando la patología conocida como
personalidad múltiple.
Detrás
de cualquier caso de personalidad múltiple siempre se halla la sombra. La
sombra no siempre es el mal, la sombra es únicamente lo opuesto al ego. Jung
dijo que la sombra contiene un noventa por ciento de oro puro. Lo que sea reprimido
encierra una tremenda cantidad de energía y contiene, consecuentemente. Un gran
potencial positivo. Así pues, por más perturbadora que pueda parecer, la sombra
no es intrínsecamente mala. Es más, podríamos decir que la negativa del ego a
comprender y aceptar la totalidad de nuestra personalidad es más responsable
que la misma sombra de la etiología del mal.
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