ELIZABETH
KÜBLER-ROSS
LA
RUEDA DE LA VIDA
CUADRAGESIMOQUINTA
ENTREGA
SEGUNDA PARTE
"EL
OSO".
25.
¿HAY ALGO DESPUÉS DE LA VIDA? (2)
Mientras el reverendo y
yo pensábamos qué hacer con nuestros descubrimientos, nuestras vidas siguieron avanzando en
direcciones diferentes. Los dos habíamos estado buscando puestos fuera del ambiente sofocante del
hospital. El reverendo Gaines se marchó primero. A comienzos de 1970 se hizo
cargo de una iglesia de Urbana; también adoptó el nombre africano de Mwalimu
Imara.
Todo ese tiempo yo
había albergado la esperanza de ser yo quien me marchara primero, pero mientras
eso no ocurriera tenía que continuar con los seminarios. Estos no resultaban
tan bien sin mi socio, que era un fuera de serie. Lo reemplazó su antiguo jefe, el pastor N. Pero era tal la falta de
química entre nosotros dos que un alumno creyó erróneamente que él era el
médico y yo la consejera espiritual. Vamos, un desastre.
Yo seguía preparándome
para dejar ese trabajo, y finalmente llegó el viernes en que había decidido
impartir el último seminario sobre "La muerte y el morir" de mi
carrera. Siempre he sido propensa a los extremos. Después del seminario, me
acerqué al pastor N., sin saber muy bien cómo decirle que renunciaba. Nos
detuvimos ante el ascensor, hablando del seminario que acababa de terminar y de
otros asuntos. Cuando él pulsó el botón para llamar el ascensor, decidí
aprovechar ese momento para dimitir, antes de que él entrara en el ascensor.
Pero ya era demasiado tarde, pues se habían abierto las puertas.
Yo me disponía a
hablar, cuando repentinamente apareció una mujer entre el ascensor y la espalda
del pastor N. Me quedé con la boca abierta. La mujer estaba flotando en el
aire, casi transparente, y me sonreía como si nos conociéramos.
-¡Dios santo! ¿Quién
es? -exclamé extrañada.
El pastor N. no tenía
idea de lo que ocurría. A juzgar por su expresión, debía de pensar que me
estaba volviendo loca.
-Creo que la conozco
-dije-. Me está mirando.
-¿Qué? -preguntó él. Miró
a su alrededor y no vio nada-. ¿De qué está hablando?
-Está esperando que
usted entre en el ascensor, entonces se me acercará -le expliqué.
Seguramente durante
todo ese rato el pastor había estado deseando huir, porque saltó dentro del
ascensor como si se tratara de una red de seguridad. Y en cuanto se hubieron
cerrado las puertas, la mujer, la aparición, se acercó a mí.
-Doctora Ross, he
tenido que volver -me dijo-. ¿Le importaría si fuéramos a su despacho?
Sólo necesito unos
minutos. Mi despacho estaba sólo a unos cuantos metros, pero fue la caminata
más rara y perturbadora que había hecho en mi vida. ¿Estaría experimentando un
episodio psicótico? Había estado algo estresada, sí, pero no tanto como para
ver fantasmas, y mucho menos un fantasma que se detuvo ante mi despacho, abrió
la puerta y me hizo pasar primero como si yo fuera la visita. Pero en cuanto cerró
la puerta, la reconocí. -¡Señora Schwartz!
¿Señora Schwartz? La
señora Schwartz había muerto hacía diez meses y estaba enterrada. Sin embargo,
allí estaba, en mi despacho, a mi lado. Era la misma de siempre, afable y
reposada, aunque algo preocupada. Mi estado de ánimo era bastante diferente,
tanto que tuve que sentarme para no desmayarme.
-Doctora Ross, he
tenido que volver por dos motivos -me dijo claramente-. El primero, para
agradecerles a usted y al reverendo Gaines todo lo que han hecho por mí.
Yo toqué mi pluma, los
papeles y la taza de café para comprobar si eran reales. Sí, eran tanreales
como el sonido de su voz.
-Pero el segundo motivo
ha sido para decirle que no renuncie a su trabajo sobre la muerte y la forma de
morir. Todavía no.
La señora Schwartz se
aproximó al costado de mi escritorio y me dirigió una sonrisa radiante. Eso me
dio un momento para pensar. ¿Era éste un suceso real? ¿Cómo sabía que yo
pensaba renunciar?
-¿Me oye? Su trabajo
acaba de empezar -continuó-. Nosotros le ayudaremos.
Aunque me resultaba
difícil creer que eso estuviera ocurriendo, no pude evitar decirle:
-Sí, la oigo.
De pronto presentí que
ella ya conocía mis pensamientos y todo lo que iba a decirle. Decidí pedirle
una prueba de que estaba realmente allí; le pasé una hoja de papel y una pluma
y le pedí que escribiera una breve nota para el reverendo Gaines. Ella escribió
unas palabras de agradecimiento.
-¿Está satisfecha
ahora? -me preguntó.
Francamente, yo no
sabía qué era lo que sentía. Pasado un momento la señora Schwartz desapareció.
Salí a buscarla por todas partes; no encontré nada. Volví corriendo a mi
despacho y estudié detenidamente la nota, tocando el papel, analizando la
letra, etcétera. Pero entonces me detuve. ¿Por qué dudarlo? ¿Para qué continuar
haciéndome preguntas?
Como he comprendido
desde entonces, si la persona no está preparada para las experiencias místicas,
nunca va a creer en ellas. Pero si está receptiva, abierta, entonces no sólo
las tiene y cree en ellas, sino que alguien puede cogerla y suspenderla en el
aire con un pulgar y va a saber que ese alguien es absolutamente real. De
pronto, lo último que deseaba en el mundo era dejar mi trabajo. Si bien a los
pocos meses abandoné el hospital, esa noche me fui a casa llena de energía y
entusiasmada ante el futuro. Sabía que
la señora Schwartz me había impedido cometer un terrible error. Le envié su
nota a Mwalimu, y todavía la tiene, que yo sepa. Durante muchísimo tiempo, él
continuó siendo la única persona a quien le había contado lo de ese encuentro.
Manny me habría regañado como todos los demás médicos. Pero Mwalimu era
diferente. Nos elevamos a otro plano. Hasta ese momento habíamos intentado
definir la muerte, pero desde entonces nos dedicamos a mirar más allá, hacia
una vida futura. Acordamos continuar entrevistando a pacientes y acumulando
información sobre la vida después de la muerte. Después de todo, se lo había
prometido a la señora Schwartz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario