HUGO
BERVEJILLO
NACER
EN MALVÍN. RENACER EN LA NARRATIVA.
por
Lucio Muniz
(reportaje recuperado
de Uruguayos de raíz vasca (Edición
de “Centro Euskaro-Español” / Montevideo / 1994)
PRIMERA ENTREGA
Hugo
Bervejillo (Uruguay, 1948) fue co-fundador, a fines de los 60, del Grupo Universo, junto a Tarik Carson,
Daniel Bentancourt y Hugo Giovanetti Viola. Dio a conocer sus primeros relatos
en la revista Universo y a partir de
1993, con la publicación de Una cinta
ancha de bayeta colorada, a la que siguieron Basilio está en la frontera, El ángel negro y Cenizas y un gallo muerto,
se transformó en un clásico ineludible de nuestra narrativa histórica. En 2013
le fue concedido el Premio Morosoli.
¿Naciste
en Malvín?
En Malvín, que en ese
entones era un pueblito junto a la Costa Sur de Montevideo. Lindo barrio que ya
no existe porque cambió la edificación. Ya no está el Sanatorio Lussich ni el
Hotel “Las Brisas”, donde cantó Gardel. Venía los domingos a comer los ravioles
que amasaba la señora Torterolo. Yo conocí ese barrio con algunas casas en las
que había stud de los caballos que se variaban en Malvín. Era barrio de
lavanderas, había un arroyo que todavía se conserva pero que está muy venido a
menos.
Después
se hizo un barrio más “bacán”.
Sí, después por el
hecho de ser balneario y no estar muy lejos del centro, se fue convirtiendo en
un lujo.
Allí
hiciste la escuela, ¿no?
Mis orígenes de Malvín
son irrenunciables. Me bautizó el primer Cura Párroco de Malvín, que era el padre
Joaquín Freire. Fui a la Escuela Experimental de Malvín, que tenía un programa
diferenciado. Allí, en una manzana que es un triángulo entre las calles
Michigan, Decroly y Estrázulas. El programa de la escuela era distinto a las de
todo el país porque estaba basado en un programa trazado por el doctor Decroly;
aparentemente un pedagogo de fama poco reconocida. Nosotros teníamos en la
escuela más permanencia que los muchachos de ahora. Los que vivían lejos,
comían allí. Recuerdo que tenía una enorme biblioteca; había clases de música,
de gimnasia; había coro, las muchachas aprendían a coser. Tocábamos ciencias
como Química, Biología, Física. Se organizaban competencias sobre todo en el
área de Historia y Geografía. Te estoy hablando de Escuela Pública. Los
maestros se adaptaban a ese plan y la directora era Margarita Queirolo. Yo
recuerdo a todos los maestros con un inmenso cariño. Sé que cuando entré al
liceo tenía un basamento sólido de conocimientos. En esa biblioteca yo conocí
las obras de Monteiro Lobato.
Excelente
escritor.
Hasta el día de hoy lo
recuerdo. Ahí descubrí a Ciro Alegría.
Que
también era mestro y fue alumno de César Vallejo, también maestro.
Exacto. Allí también
leí a Serafín J. García.
¿Y
en qué lugar naciste de tu Malvín promocionado?
(Risas) En Michigan
entre Orinoco y la Rambla. Después también fui al liceo en Malvín, que era el
número 10, que después fue Carlos Vaz Ferreira. De ahí pasé a hacer
Preparatorios de Medicina en el IAVA sin terminar segundo, donde dejé sin dar
tres materias.
Claro
que a la vez leías y tenías algún grupo que te apoyaba.
Sí, sí, entre juegos de
fútbol y de básquetbol nos íbamos conociendo desde la escuela y el liceo o
desde el Club Malvín. Descubríamos las apetencias personales. El que tenía interés
específico por la literatura era Giovanetti, que había sido compañero de mi
hermano. Era un hombre muy precoz y yo había perdido un año, así que ahí nos
encontramos y hablábamos de literatura y tocábamos la guitarra. El padre de él
era un excelente pintor.
De
la escuela de Torres.
Exactamente.
Vos
además de tocar la guitarra estudiabas piano y te recibiste de profesor;
también de solfeo. ¿Con quién estudiaste?
Tuve varios profesores.
Empecé con una tía lejana y me recibí en el Conservatorio Giucci, en una casa
que hoy es Monumento Histórico Nacional. Los Giucci tenían una escuela que
venía de Liszt.
Eso
me lo contó Héctor Tosar Errecart. ¿No enseñaste piano?
No. Nunca sentí esa
necesidad. Me hubiera gustado hacer docencia en Literatura.
Lo
literario lo hiciste solo.
Ahí tuve la ayuda de mi
padre que era un hombre muy lector, de una voracidad como no he visto. Tenía
una gran capacidad para despertar curiosidad por los temas. Lo recuerdo sobre
todo en las sobremesas familiares que extraño muchísimo, porque hoy la vida
viaja a una velocidad que no es la de mi niñez. Él hablaba de música, de
literatura, de pintura, arquitectura y escultura.
Vale
decir que la primera presencia importante viene de tu casa.
Sí, sí. A él yo
recurría cuando tenía alguna duda. Además en casa se oía a toda hora el Sodre,
intercalado con audiciones de Gardel. Me crié en una casa con un clima muy
particular. Él me daba libros a leer. La parte moderna, el Siglo XX, lo aprendí
con Giovanetti que estaba más adelantado, más actualizado en eso que mi padre.
Con él conocí a Faulkner, a García Márquez.
Y
en fija que también a Onetti, porque él…
Sí, sí, claro.
¿Cuál
fue tu primer trabajo?
Vendedor de libros para
“Crédito Hispano-Uruguayo”, en Florida y Soriano. Después vendí cursos de
inglés audiovisual, fui empleado administrativo en una mutualista, trabajé en
una florería, fui empaquetador… fui locutor en el Sodre.
Y eso de la locución, ¿cómo fue?
Por un concurso que di
en el año 71, entre las ruinas humeantes del viejo Sodre. Me llamaron a los dos
años. Trabaje un año. Era muy romántico trabajar ahí, en ese tiempo.
Algo
así como que había quedado algo del espíritu de los grandes artistas que habían
estado allí, actuando.
Claro. Y era un enorme
complejo cultural: el coro, el ballet, el teatro, la radio.
¿Por
qué te fuiste?
Conseguí un trabajo
mejor. Pasé a Molinos Arroceros Nacionales, donde estuve un año y pico. De ahí
me sacó el ejército por razones ideológicas y me llevó una licencia de casi 4
años. Me reintegré a la vida cívica y nuevamente empecé a trabajar en la construcción;
en la venta de servicios como afiliaciones a la Unidad Coronaria; luego otra
vez en la construcción y sin tener un trabajo fijo, hasta que afirmé la parte
laboral en la Cooperativa Omnibusersa Cooptrol, donde estuve ocho años hasta
que cerró, y los empleados hemos sido absorbidos por otra empresa de transporte
en la que estoy. Fui guarda, luego inspector, y ahora, por razones de
conveniencia he vuelto al puesto de guarda. Tengo una parte en una unidad. Esa
es mi fuente de trabajo actual.
Lo
que poca gente sabrá es que el mismo que le vende boleto es el autor de una
novela que ha tenido buena crítica.
Cierto. La mayoría de
mis compañeros no tienen intereses literarios. Viven más bien en las cosas
laborales que son la forma de sustento. Alguno me ha visto en la televisión o
me escuchó en la radio.
Vos
tenés un apellido vasco.
Ciero, y por madre
italiano Besio. Digamos que soy un uruguayo típico. El vasco era mi bisabuelo,
venido de Bilbao. Vino con su hermano y se llamaban Manuel e Ignacio -como los
Oribe- según mi padre. Sé que vinieron por motivos de la guerra carlista y yo
calculo que pagando el pase por uruguayos que fueron allá, como el Coronel
Olave y otros varios que fueron a combatir a la guerra carlista. Yo creo que
vinieron por el año 1866. Sé que llegaron a Montevideo y viajaron al interior,
y según tengo entendido junto a otras familias fundan Sarandí del Yí. Manuel,
sería mi raíz. Manuel Bervejillo se casa con una Falcón, que es un apellido que
todavía hay allí. Conserva su oficio: chacarero. En 1870 nace mi abuelo ahí,
Ángel, que es el padre de mi padre. Tuvo una casa de consignaciones acá en
Montevideo. La raigambre vasca de la familia viene por ese lado.
¿Y
tu padre hacía referencia a “lo vasco”?
Sí, sí. Hacía especial
hincapié en el “espíritu vasco”. Lo tenía muy presente. Incluso un primo de mi
padre fue a Bilbao, y a su modo censó 13 familias con nuestro apellido y
también descubrió que a veces cambia la “B” por la “V”, o que se repite. Es
difícil saber cómo fue la cronología del apellido en Bilbao.
Eso
dependerá del juez de paz.
La grafía a es a veces
distinta. Incluso cuando mi abuelo y su hermano vinieron, firmaban distinto.
Por
lo general los descendientes de vasco son apasionados por su origen.
Mi padre se glorificaba
-como cosa de vasco- que cuando agarraba una verdad no la soltaba por nada.
¿Y
cómo sabía que era una verdad?
¡Ah!, él tenía… si
entendía que tenía la verdad no se echaba atrás.
¿Y
eso es patrimonio de los vascos? Porque eso me pasa a mí y que sepa no tengo el
mismo origen. Yo si tengo las razones las defiendo hasta el final.
Él decía que tenía el
apasionamiento de la raza. Era cotidiano.
Me
han dicho que los vascos tienden a la depresión.
Eso en nosotros, no.
Se
habla de seriedad en la comunicación.
Cierta distancia
generacional, sí; aunque nosotros nos tuteábamos.
¿Qué
te parece eso que pasa en Pamplona con los toros?
No me gusta porque
tengo un enorme amor por los animales.
Según
me conto Tomás Cacheiro, a él José Bergamín le dijo que en la tauromaquia
existe algo religioso, cuestión del bien y del mal.
No sé. No me gusta. A
mí me interesaría conocer Bilbao porque se trata de mis raíces. Yo que le
encontré una cosa afectiva a la historia del país, y que la historia de mi
novela la transitaron mi abuelo y mi bisabuelo… quisiera conocer más de cerca aquello
que me conduciría al origen de la
familia. Por lo menos a vínculo que ató a Euskadi con Montevideo y que es la
línea que conduce a mí, a mis hijos y a mi nieta. Me gustaría alguna vez llegar
allá.
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