CLARISSA PINKOLA
ESTÉS
MUJERES QUE CORREN
CON LOS LOBOS
CIENTOQUINCUAGESIMOSIMOSÉPTIMA ENTREGA
CAPÍTULO 14
La selva
subterránea:
La iniciación en la
selva subterránea
La doncella manca
(22)
La quinta fase: El
tormento del alma (8)
La vieja Madre Salvaje imparte a la doncella una doble bendición: ata el
hijo a su pecho rebosante de leche para que el Yo-hijo se pueda alimentar
ocurra lo que ocurra. Después, siguiendo la tradición de los antiguos cultos de
la diosa, la envuelve en unos velos, que son la prenda que viste la diosa
cuando emprende una sagrada peregrinación y no desea que la reconozcan o la
distraigan de su propósito. En muchas esculturas y muchos bajorrelieves de
Grecia se muestra a la que se iniciaba en los ritos eleusinos, cubierta por
unos velos a la espera de la siguiente fase de la iniciación.
¿Qué significa el símbolo del velo? Indica la diferencia entre el
ocultamiento y el disfraz. Se refiere a la necesidad de ser discretas y
reservadas para no revelar la propia naturaleza misteriosa, y a la necesidad de
conservar el eros y el mysterium de la naturaleza salvaje.
A veces nos cuesta conservar la nueva energía vital en el interior del
crisol de la transformación el tiempo suficiente para que obtengamos algún
beneficio. Nos la tenemos que guardar toda para nosotras sin darla al primero
que nos la pida o a cualquier inspiración repentina que tengamos, pensando que
es bueno inclinar el crisol y verter el tesoro de nuestra riqueza espiritual en
la boca de otras personas o directamente al suelo.
La colocación de un velo sobre algo aumenta el efecto y el sentimiento.
Eso lo saben muy bien todas las mujeres. Mi abuela solía utilizar la frase
"tapar el cuenco con un velo". Quería decir colocar un lienzo blanco
sobre un cuenco de masa para que subiera el pan. El velo de la masa de pan y el
velo de la psique sirven para lo mismo. En el alma de las mujeres que efectúan
el descenso se produce una intensa fermentación. El hecho de encontrarse detrás
del velo intensifica la perspicacia mística. Por detrás del velo todos los
seres humanos parecen seres brumosos, todos los acontecimientos y todos los
objetos tienen el color de un amanecer o de un sueño.
En los años sesenta las mujeres se cubrían con el velo de su cabello. Se
lo dejaban crecer muy largo, se lo planchaban y lo llevaban como una cortina
para cubrirse el rostro, como si el mundo estuviera demasiado abierto y
desnudo, como si su cabello pudiera aislar y proteger su delicado yo. En
Oriente Medio hay una danza de los velos y las modernas mujeres musulmanas se
siguen cubriendo con el velo. La babushka de la Europa Oriental y los rebozos
que lucen en la cabeza las mujeres de Centroamérica y en Sudamérica son
también vestigios del velo. Las mujeres malayas lucen habitualmente velo y lo
mismo hacen las mujeres africanas.
Mientras contemplaba el mundo, empecé a compadecerme un poco de las mujeres
modernas que no llevaban velo, pues el hecho de ser una mujer libre y llevar
velo a voluntad es conservar el poder de la Mujer Misteriosa. La contemplación de
una mujer velada es una experiencia muy profunda.
Una vez contemplé un espectáculo que me ha mantenido cautiva del hechizo
del velo para siempre: mi prima Eva, preparándose para su noche de bodas.
Yo, que tenía unos ocho años de edad, estaba sentada sobre su maleta con
el floreado tocado infantil ya torcido, una de mis ajorcas en la pantorrilla y
la otra ya tragada por el zapato. Primero se puso un largo vestido de raso
blanco con cuarenta botoncitos forrados de raso en la espalda y después unos
largos guantes de raso blanco con diez botones forrados de raso cada uno. A
continuación, se cubrió el bello rostro y los hombros con un velo que llegaba
hasta el suelo. Mi tía Teréz ahuecó el velo a su alrededor, pidiéndole a Dios
en voz baja que todo le saliera bien. Mi tío Sebestyén se detuvo en el umbral
boquiabierto de asombro, pues Eva ya no era un ser mortal. Era una diosa. Por
detrás del velo sus ojos parecían de plata y su cabello resplandecía como si
estuviera cuajado de estrellas mientras que su boca semejaba una roja flor. Se
pertenecía sólo a sí misma, contenida y poderosa, inalcanzable, pero en la
justa medida.
Algunos dicen que el himen es el velo. Otros afirman que el velo es la
ilusión. Y nadie se equivoca. Curiosamente, aunque el velo se haya utilizado
para ocultar a la concupiscencia de los demás la propia belleza, es también una
de las armas de la femme fatale. Lucir un velo de determinado tipo en determinado
momento ante un amante determinado y con un aspecto determinado equivale a irradiar
un intenso y nebuloso erotismo capaz de cortar la respiración. En la psicología
femenina el velo es un símbolo de la capacidad de las mujeres de adoptar cualquier
presencia o esencia que deseen.
Hay en la mujer cubierta por un velo una sorprendente numinosidad. Su aspecto
intimida hasta tal punto a todos los que se cruzan con ella que estos no tienen
más remedio que detenerse en seco y su presencia los impresiona hasta tal
extremo que necesariamente la tienen que dejar en paz. La doncella del cuento se
cubre con un velo para emprender su viaje y, por consiguiente, es intocable. Nadie
se atrevería a levantarle el velo sin su permiso. Después de toda la
prepotencia del demonio, está protegida una vez más. Las mujeres también pasan
por esta transformación. Cuando están cubiertas por el velo, las personas
sensatas se guardan mucho de invadir su espacio psíquico.
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