ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
CENTÉSIMA
ENTREGA
SÉPTIMA PARTE
26. LA CURACIÓN DEL MAL HUMANO (3)
M. Scott Peck
Podríamos
decir que el hecho de pecar consiste en “no dar en el blanco”. El pecado no es
ni más ni menos que un fracaso en el intento de ser intachables de continuo.
Pero este intento está abocado al fracaso porque normalmente no hacemos las
cosas de la mejor manera posible y, por consiguiente, con cada fracaso
cometemos un crimen, ya sea contra Dios, contra nuestros vecinos, contra
nosotros mismos o contra la ley.
Aunque
existan crímenes de mayor y menor magnitud, cometeríamos, sin embargo, un grave
error si considerásemos que el pecado -o el mal- constituye una cuestión de
grado. Por más que nos parezca menos odioso estafar al rico que al pobre en
ambos casos, no obstante, se trata de una estafa. La ley diferencia entre
defraudar a un hombre de negocios, falsear la declaración de renta, copiar en
un examen, ocultar una infidelidad detrás de la excusa de que hemos tenido que
quedarnos a trabajar o decirle a nuestro marido (o a nosotros mismos) que no
hemos tenido tiempo de llevar la ropa a la lavandería cuando, en realidad, hemos
estado una hora al teléfono hablando con nuestra vecina. Quizás algunas de
estas acciones sean más excusables que otras, quizás existan también circunstancias
atenuantes, pero el hecho es que todas ellas encierran una mentira y una
traición. Si usted es lo suficientemente escrupuloso como para no cometer
ninguna de estas acciones pregúntese si recientemente se ha mentido o se ha engañado
a usted mismo o ha hecho las cosas peor de lo que podría haberlas hecho, lo
cual, obviamente también es una forma de traicionarse a sí mismo. Si es sincero
consigo mismo tendrá que admitir que es un pecador y, en el caso de que no lo
reconozca así, su pecado será el de no haber sido sincero consigo mismo. Si hay
un hecho indiscutible es que todos somos pecadores. (1)
Así
pues, si la ilegalidad de las acciones y la magnitud de los pecados no
constituye un elemento concluyente ¿cuál es entonces el rasgo distintivo que
caracteriza a las personas malvadas? La respuesta hay que buscarla, obviamente,
en la perseverancia de esos pecados que, aun sutiles, no por ello, sin embargo,
son menos destructivos. Las personas malvadas son aquellas que se niegan totalmente a admitir sus propios
pecados.
Hay
muchos tipos de personas malas. La misma negativa a reconocer nuestra
culpabilidad convierte a la maldad en un pecado incorregible. En mi opinión
existen personas muy ruines, personas tan despreciables que hasta sus “regalos”
están envenenados. En The Road Less
Traveled afirmo que el principal pecado es la pereza. En la siguiente
sección, sin embargo, intentaré demostrar que se trata de la soberbia -porque todos
los pecados pueden corregirse menos los que cometamos sin ser conscientes de
ellos. En cierto sentido, este es un problema discutible pero la verdad es que
todos los pecados suponen alguna forma de engaño que nos aísla de lo divino y
de nuestros semejantes. Como dijo cierto pensador religioso, cualquier pecado “puede
curtirse en el infierno”. (2)
Notas
(1)
Aunque frecuentemente haya sido objeto de todo tipo de interpretaciones
incorrectas y exageradas, la concepción de la naturaleza dual del pecado quizás
constituya una de las contribuciones más interesantes de la doctrina cristiana.
En este sentido, subraya la naturaleza intrínsecamente pecadora del ser humano,
según la cual todo verdadero cristiano debe considerarse a sí mismo como un
pecador. Desde este punto de vista, el hecho de que algunos “cristianos” no se
consideren pecadores no supone, en ningún caso, una deficiencia doctrinal sino,
por el contrario, constituye un fracaso del individuo que es incapaz de
vivenciarlo de ese modo. (Más adelante insistiremos sobre el tema del mal en el
cristianismo.) Por otra parte, la doctrina cristiana enfatiza también que todos
nuestros pecados están perdonados si nos arrepentimos de ellos. Si
comprendiéramos plenamente la magnitud de nuestra maldad y no confiáramos, al
mismo, en la naturaleza compasiva y misericordiosa del Dios cristiano, la
desesperación nos abrumaría. Así pues, la Iglesia, cuando se muestra más
racional, insiste también en el hecho de que reparar de continuo en todos y
cada uno de nuestros pecados más triviales (una actitud conocida con el nombre
de “exceso de celo”) puede constituir un pecado en sí mismo. Puesto que Dios siempre
perdona nuestros pecados, el hecho de que nosotros no nos lo perdonemos implica
una forma pervertida de orgullo que se asienta, de algún modo, en la creencia
de que somos superiores a Dios.
(2) Gerald Vann, Tha
Pain of Christ and the Sorrow of God, Springfield, III.: Temple Gate
Publishers. Copyright by Aquin Press, 1947), pp. 54-55.
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