GUILLERMO
ENRIQUE HUDSON
LA
TIERRA PURPÚREA
QUINCUAGESIMOCUARTA ENTREGA
XIV
/ LAS MUCHACHAS DEL YÍ (6)
Pero por nada quiso permitir que se las sacara.
-Aura lo dejo pa que
piense en algún cuento que contarme… -dijo, poniéndose como una grana y
volviéndose para irse.
Entonces la tomé de las
manos e hice que me volviera la cara. -¡Escucha, Mónica! ¿Sabes que estas
azucenas están llenas de algún misterioso encanto? ¡Mira lo rojas que están; es
el color de la pasión, porque han estado empapadas de ella, y me han vuelto
fuego el corazón!... Mónica te prevengo que si me traes más flores. Te contaré
un cuento que te hará estremecer de susto…, estremecer como las hojas de este
sauce, y ponerte tan pálida como las neblinas del Yí…
Sonrió a mis palabras;
su sonrisa fue como un rayo de sol que atravesando el follaje bañara su rostro.
Entonces, con una voz que era casi un susurro, preguntó: -¿De qué será el
cuento, señor? ¡Dígame!, así sabré si traerle azucenas o no…
-El cuento, Mónica,
será de un joven extraño que se encuentra con una hermosa y pálida muchacha
bajo unos sauces; sus ojos oscuros clavados en el suelo y con un ramo de
azucenas coloradas en la mano; y como esta muchacha le pidió al joven que le
contase un cuento, y él no pudo hablarle sino de amor…, amor…, amor…
Cuando acabé de hablar,
retiró sus manos suavemente de las mías y se alejó, desapareciendo entre los
árboles, sin duda para escaparse de mí, temblando de susto a mis palabras, cual
una gamita espantada del cazador.
Así lo creí por el
momento. ¡Pero no!; allí a mis pies estaban las azucenas que había recogido
para la Virgen, y, además, cuando dirigió por un instante sus tímidos ojos
oscuros a los míos, no era reprensora su mirada; por el contrario, a pesar de
precaverla, había ido a buscar más de aquellas peligrosas flores coloradas para
dármelas a mí…
No fue entonces,
mientras la esperaba con el corazón palpitante, sino después, en momentos de
más calma, siendo ya Mónica un bonito cuadro en la memoria, cuando compuse las
siguientes líneas. No soy tan vanidoso para creer que posean algún mérito
literario, y las introduzco aquí principalmente para dar a conocer al lector el
modo que se pronuncia el bonito nombre de aquel arroyo oriental, que hasta hoy
lo conserva en recuerdo de una raza extinguida.
Pálido
el rostro y silenciosa
Viéndose
tan hermosa
Bajo
los sauces me esperaba.
Sonriente,
trémula y ruborosa,
Cual
los sauces de graciosa.
Me
esperaba la muchacha del Yí.
Como
el sauce estremecíase,
Mas
no huyó de mí. Sus ojos de paloma
A
sus blancos pies miraban
Que
por la hierba se asomaban.
Blancos
eran tus pies.
¡Oh
muchacha del Yí!
En
sus manos un ramo llevaba
De
encarnadas azucenas; con tres de ellas
Sus
negras trenzas adorné.
¡Qué
brillantes se veían!
Alza
a los míos tus ojos oscuros
¡Porque
te quiero! ¡Oh muchacha del Yí!
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