GIDON KREMER (1947)
“PERFECTO NO ES SUFICIENTE”
(traducción de una
entrevista realizada por Charlotte
Higgings para The Guardian / 22-10-2000)
Gidon Kremer es un violinista ante el cual nadie queda
indiferente. Es un “outsider” del violín (Outsider: persona que se identifica
con la periferia de las corrientes culturales, alguien que vive y trabaja fuera
de la corriente principal de la sociedad, o alguien que observa un grupo o el
arte desde fuera. El que va a su bola, vamos).
Habiéndolo sido todo en el mundo del violín, su
desprecio por la aburrida y previsible vida musical de los concertistas
(siempre los mismos conciertos de repertorio, cada vez en un auditorio
diferente “vomitando” siempre la misma interpretación de las mismas obras) le
ha hecho salirse de las corrientes habituales y buscar repertorios nuevos o
enfoques diferentes sobre el repertorio de siempre.
En mi opinión, a veces ha querido ser tan diferente,
que ha hecho locuras por el simple hecho de diferenciarse del resto, un mal este
muy postmoderno, muy de la sociedad de los últimos veinte años. “No importa que
lo que hagas sea una mierda: mientras sea diferente y llame la atención, sigue
adelante”.
Para que os hagáis una idea más concreta de lo que
es Gidon Kremer y cómo piensa, os he
traducido una entrevista que le hicieron en el periódico inglés The Guardian, y que me ha parecido muy
interesante. Es un poco larga, pero ni que decir tiene que espero que la leáis.
“Perfecto no es suficiente”
Hace 30 años Gidon Kremer surgió como uno de los
violinistas más sobresalientes del mundo. Entonces fue cuando comenzó a llamar
la atención. Lo entrevista Charlotte
Higgins.
Gidon Kremer tiene
ojos claros pero penetrantes. O más bien, sus ojos, que surgen de sus claras
órbitas, no sólo te penetran con su mirada sino que parece que te clavan contra
la pared. El violinista letón es muy intenso, y no sonríe con frecuencia.
Además está cansado. Se ha levantado a las tres de la mañana para coger un
avión a Londres desde su casa en París para asistir a un ensayo de dos horas.
En una hora o así cogerá otro avión a Milán.
“Pienso en mi hija
pequeña que tiene siete años y toca el piano”, dice. “No sé si quiero que lleve
una vida tan dura como la que yo llevo. No le deseo un día como este a nadie”.
Pero esta vida tan
dura tiene una parte positiva, al menos para nosotros. Sin Kremer, muchos
amantes de la música nunca habrían oído hablar de dos grandes compositores del
siglo XX: Alfred Schnittke y Astor Piazzolla.
Nacido en Riga,
Kremer creció en Letonia antes de mudarse a Moscú para estudiar con el
violinista David Oistrakh. Era el más joven de un grupo de violinistas rusos
nacidos en los albores de la segunda guerra mundial. Su padre, de origen judío,
sobrevivió al Holocausto ocultándose en un granero de Riga durante 2 años, y el
joven Kremer fue preparado para cumplir las ambiciones frustradas de su padre.
Esta no fue su única carga. “Habiendo crecido en un régimen totalitario, tuve
también que resistir contra la presión de la ideología estatal. Fue duro tratar
de ser un artista libre en ese ambiente”
Sin embargo, Kremer
creció musicalmente, ganando numerosos premios. El más importante fue el
Concurso Tchaikovsky de Moscú en 1970, donde el director Herbert von Karajan lo
calificó como el “más grande violinista del mundo”. Durante los 10 años que
siguieron, hasta que dejó la Unión Soviética, Kremer luchó contra el régimen,
arriesgando su carrera para promocionar a compositores que estaban totalmente
marginados por el régimen comunista, entre ellos Schnittke y Arvo Part.
“Si tu querías
interpretar música que te gustaba y en la que creías, pero que no estaba
escrita en el estilo socialista-realista imperante, te metías en problemas
serios”, afirma. “La música de Schnittke no estaba prohibida, pero había muy
pocos artistas que quisieran arriesgar su carrera para presentarla al público.
Nos costó bastante”. El cuarto y último concierto para violín de Schnittke,
escrito en 1984, fue dedicado a Kremer. Las iniciales del nombre del compositor
y las del violinista, traducidas a notación musical, forman una estructura
presente en gran parte de la obra.
Otro de los grandes
entusiasmos de Kremer, la obra del argentino Astor Piazzolla, le ha llevado a
grabar 6 CDs de música del compositor en los últimos cuatro años. Piazzolla,
que estudió composición en Paris con Nadia Boulanger, y volvió a Buenos Aires a
insuflar nueva vida en el tango, murió en 1992 siendo poco conocido fuera de
Sudamérica. Ahora se ha puesto muy de moda y proliferan por todo el mundo las
interpretaciones de sus complejos tangos.
Aunque Kremer no
huye del gran repertorio (vino a Londres a ensayar el concierto de Sibelius),
su sentido de la aventura está en la raíz de su identidad como intérprete. Es
un explorador de las fronteras del mundo musical conocido. “Para mí sería muy
aburrido tocar sólo música de compositores muertos o presentar la música como
si estuviéramos en un museo de cera”, afirma. “No quiero que la música sea una
cuestión de belleza o comodidad, sino más bien sirva para la expansión del
espíritu”.
Las
interpretaciones de Kremer de Piazzolla han sido criticadas por ser demasiado
políticamente correctas e insulsas, demasiado postmodernas, y por no reflejar
con crudeza el aroma espeso, sudoroso y casi sexual del tango argentino. Puede
ser, pero desde luego Kremer nunca obsequia a su público con un concierto tranquilo.
Produce sonidos tan dulces y cremosos como la mantequilla, y enseguida
sacudirte con duros aterrizajes y paradas imprevistas. Su violín no sólo canta,
también grita, se queja, tintinea o gime. “Uno de mis directores favoritos,
Nikolaus Harnoncourt, dice siempre ‘No busques la perfección, porque la
perfección está en conflicto permanente con la belleza’ Yo diría que mi papel
como intérprete es proporcionar a quien me escucha la belleza. No darle algo
ordinario. Ni siquiera algo que es simplemente perfecto.”
¿Está de acuerdo con que usted toca muchas veces en
los límites de su capacidad física?
“Vivir sobre el
filo, vivir en las fronteras, ser extremo: esto es correcto”, contesta.
“Conozco muchos colegas que consiguen grandes interpretaciones en el nivel
técnico. Pero bastante a menudo detrás de eso solo hay un mensaje vacío, o ni
un mensaje en absoluto”
Al igual que cuando
toca, Kremer a veces hiere con las palabras. Da la impresión de que su mente
está vagando libre y que el lenguaje no puede ni abarcarlo. Pero Kremer, que ha
perdido fluidez en su idioma nativo, el letón, pero que habla ruso, inglés,
alemán y francés, cree que la música también es un lenguaje, y uno en el cual
uno puede expresar hasta la emoción más cruda e intensa.
Esto es crucial
cuando uno elige el repertorio. Le llevó a compositores como Schnittke y Part,
y más recientemente al compositor georgiano Giya Kancheli. El habla de “música
con corazón humano”. “Esto es lo que me llevó a Piazzolla,” dice. “Piazzolla
tiene el mismo sentido de la belleza y la nostalgia que tenía Schubert.” Es
típico de Kremer establecer estas conexiones y hablar de un compositor
austríaco del XIX y uno argentino del XX como si fueran contemporáneos, incluso
amigos. “Me debo a la música que le habla a uno al corazón y no a la que sólo
manipula su sofisticación. La cosa no es decir algo que no haya sido oído
antes, sino decir algo en el lenguaje de la emoción. La música puede ser un
espejo de nosotros mismos. Nos ofrece la oportunidad de la reflexión”.
“A veces el público
no se da cuenta de las cosas preciosas que se le presentan en un concierto”
dice tristemente.
En 1997 Kremer
fundó la Kremerata Baltica, una orquesta de jóvenes músicos de las tres
repúblicas bálticas, Letonia, Estonia y Lituania. Esta idea no es simplemente
musical o personal: “Defender sus identidades nacionales y hacer algo bueno por
la música de estos paises, es ciertamente una apuesta política”, dice. Hay una
especie de justicia poética en esto -después de tantos años de ser identificado
como un violinista soviético o ruso, Kremer está marcando su propio territorio
con esta apuesta.
Trabaja con la
Kremerata Baltica cinco meses al año. “Ellos están frescos todavía, lejos aún
de la rutina de muchas orquestas a las que realmente sólo les interesa el
dinero” En una de sus grabaciones, con obras del compositor letón Peteris
Vasks, el propio compositor escribe sobre una pieza suya, Balsis (1991). Él habla de “los excesos del agonizante imperio
soviético y la pacífica resistencia de los pueblos bálticos”.
Esto no significa,
sin embargo, que Kremer sienta Letonia como el sitio al que pertenece. Ser el
líder de la música y los músicos de los países bálticos (ha grabado
recientemente un disco de música de compositores de estos países titulado Desde mi Casa), no nos proporciona un “documento de identidad de mí mismo.
Es una parte de mi pasado, y pago mi tributo a ello, así como pago tributo a
otras partes de mi pasado. Una gran parte de mi vida tiene que ver con la
cultura rusa”
Y entonces, ¿dónde
considera que está su casa?
“Creo que he perdido el sentimiento de casa. Está muy disperso, es muy
vago”, contesta sacudiéndose la cabeza. “Con lo que realmente me siento en casa
es con la idea de un proceso creativo. Es como un paisaje interno. Dentro de
esta “casa” conozco todos los rincones mucho mejor que los de mi casa de París.
Cuando vuelvo a París, a veces no encuentro un libro donde creía que estaba.
Las librerías de mi mente están mejor ordenadas”.
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