24/8/16

11 años de elMontevideano Laboratorio de Artes

LOS OJOS CIEGOS BIEN ABIERTOS



Hugo Giovanetti Viola



El 24 de agosto de 2005 nos propusimos, junto con el cineasta multimediático Álvaro Moure Clouzet, ni más ni menos que entroncarnos con la vertical cultural oriental que fundó Pepe Artigas.


Aquella noche, según Wikipedia, la Republiqueta de Salsipuedes fue arrasada por lo que los meteorólogos calificaron como un ciclón extratropical capaz de voltear antenas de emisoras radiales igual que si fueran supermanes de la FIFA desguazados por la tiranosáurica kryptonita de la verdad.


Nosotros veníamos de comer algo en el centro y estábamos tan apasionados con el proyecto de dedicarnos a desenterrar el tesoro de los inocentes en pleno tercer milenio que por momentos el coche de Moure tenía que torcer de golpe para esquivar un gigantesco eucalipto recién caído y ni siquiera nos alarmábamos.


En diciembre del año anterior había aparecido el primer álbum de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, donde el Indio Solari (uno de los máximos referentes matreros para la patriada casi utópica que nos proponíamos) desafiaba al aquelarre del consumismo salvaje con uno de los mejores textos que vociferó en su vida:


El tesoro que no ves / la inocencia que no ves / los milagros que van a estar de tu lado / cuando comiences a leer de los labios / y a ignorar los embustes y gustar / con tu lengua de las aguas que son dulces / aunque te sientas mal. / Si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía / no vas a regatear!


Un hermoso el día de hoy! / Ay! Qué bello día es hoy! / Está para desatar nuestra tormenta / que va a tronar por el dolor. / Juegan a “primero yo” y después a “también yo”/ y a “las migas para mí” y cierran / el juego porque ya saben que el tonto nunca puede oler al  diablo / (vida mía) ni si caga en su nariz.

Y así fue aquella noche: a nosotros se nos ocurrió soñar con realidades (según reza la ya emblemática consigna de Juan Cunha) y disfrutábamos como locos entre aquel soplamoco planetario que alcanzó los 200 kilómetros horarios.

Lo que casi nadie sabe, todavía, es de dónde proviene el nombre de nuestro atrincheramiento multimediático y es hora de revelarlo oficialmente: el montevideano se embandera con aquel fabuloso y uruguayísimo poeta que supo zambullirse en un estuario demasiado ensangrentado para hacerle el amor a la tiburona asesina que reinaba en Ponsonbylandia desde que la ilustrada barbarie masónica terminó por estragar el legado de Purificación.

El Conde de Lautréamont comprendió que no había más remedio que amarla con los ojos ciegos bien abiertos (Solari dixit) para que la belleza empezara a redimir irreversiblemente este charquito podre.

Y eso fue lo que nos propusimos hace 11 años: militar multimediáticamente invadiendo las redes con una celestísima sed de resistencia hasta montar una usina cultural del sur que hoy alimenta al mundo.

Era casi posible.


El amor anti-ego (Diego Presa dixit) es un ciego que ve.

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