CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
SEPTUAGESIMOQUINTA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO TERCERO
1 (4)
Mario es más joven que
yo: la humedad del tiempo y la espuma salada que nos salpica, llevan a sus
labios el contacto del frío. Le digo: “¡Cuídate…! ¡Cuídate…! Aprieta bien tus
labios uno contra otro, ¿no ves que las garras afiladas de las
resquebraduras surcan tu piel de
ardorosas llagas?” Me clavó la mirada en la frente y me replicó con los
movimientos de su lengua: “Sí, veo esas garras verdes, pero no modificaré la
posición natural de mi boca para
ahuyentarlas. Mira si miento. Puesto que parece ser la voluntad de la
Providencia, quiero someterme a ella. Su voluntad podría haber sido mejor.” Y
yo exclamé: “Admiro esa noble venganza.” Quise mesarme los cabellos, pero me lo
prohibió con una mirada severa, y le obedecí respetuosamente. Se hacía tarde, y
el águila regresaba a su nido cavado en las anfractuosidades de la roca. Me
dijo: “Voy a prestarte mi manto para protegerte del frío. Yo no lo necesito.”
Le repliqué: “Pobre de ti si haces lo que dices. No quiero que nadie sufra en
mi lugar, y menos tú.” No contestó nada porque yo tenía razón, pero me dediqué
a consolarlo con motivo del tono demasiado impetuoso de mis palabras… Nuestro
caballos galopaban a lo largo de la costa como si rehuyeran la mirada humana…
Levanté la cabeza como la proa de un barco que levanta una ola enorme, y le
dije: “¿Lloras, acaso? Te lo pregunto, rey de las nieves y de las brumas,
aunque no veo lágrimas en tu rostro bello como la flor de cactus, y aunque tus
párpados están secos como el lecho del torrente; pero distingo en el fondo de
tus ojos un recipiente lleno de sangre donde hierve tu inocencia, mordida en el
cuello por un escorpión de especie gigante. Un fuerte viento se precipita sobre
el fuego que calienta la caldera, y esparce las llamas oscuras hasta por fuera
de tu órbita sagrada. Al acercar mis cabellos a tu frente rosa percibí un olor
a chamuscado porque se me quemaron. Cierra los ojos, pues de no hacerlo, tu
cara calcinada como la lava de un volcán caerá hecha cenizas en el hueco de mi
mano.” Y él volvió hacia mí sin prestar atención a las riendas que empuñaba, y
me contempló con ternura, mientras abría y cerraba lentamente sus párpados de
lirio, igual que el flujo y el reflujo del mar.
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