GUILLERMO
ENRIQUE HUDSON
LA
TIERRA PURPÚREA
SEPTUAGESIMOSEPTIMOTERCERA ENTREGA
XIX
/ CUENTOS DE LA TIERRA PURPÚREA (4)
“La plática y las risas
duraron unas dos horas más; entonces poco a poco dejaron de oírse; la luz
desapareció de las hendijas y todo quedó a escuras y en silencio. Naides salió,
y por último, vencido por el sueño, me quedé dormido. Era de día cuando
desperté. Me levanté y di una güelta a la tapera y encontrando una rajadura en
el adobe, me asomé pa dentro de la pieza de la bruja. Se vía lo mesmito que la
noche antes; ay estaba la olla y el montón de cenizas, y en el rincón estaba
echada la bruta de mujer, engüelta en sus cueros. Después de eso monté mi
caballo y me jui. ¡Quiera Dios que nunca jamás tenga otra vez una esperensia
como la de aquella noche!
Entonces los otros
hombres dijeron algo de brujería, todos con las caras muy graves.
-¡Usted tendría tal vez
mucha hambre y estaría muy cansado aquella noche -me aventuré a decir-, y
probablemente después que aquella mujer cerró su puerta, usted se quedaría
dormido, y soñó todo eso de la gente comiendo fruta y tocando la guitarra!
-Ayer estaban cansados
nuestros fletes y estábamos escapando pa salvar el garguero -repuso Blas,
desdeñosamente-. Tal vez jue eso lo que nos haría soñar que agarramos los cinco
zainos negros que nos trujeron aquí.
-Cuando una persona no
cree, es al ñudo disputar con ella -dijo Mariano, un hombrezuelo moreno de pelo
canoso-. Aura les contaré una curiosa aventura que me pasó a mí cuando joven;
pero ricuerden que yo a naides le pongo un trabuco en el pecho pa obligarlo a
que me crea. Porque lo que es, es: y el que no crea menee la cabeza hasta que
se le despegue y caiga al suelo como un coco de árbol…
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