ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
VIGESIMOQUINTA
ENTREGA
Carta abierta al señor Benito Lynch
*
Esta
carta que le dirijo -y abierta, por ignorar en un todo dónde pudiera hallarlo-
tiene por objeto, extraordinariamente grato para mí, de contarle la profunda
emoción con que he leído Los caranchos de
La Florida. Debo ante todo decirle que no tengo el menor detalle sobre su
persona, y desde luego su personalidad, fuera del muy hondo que me ha proporcionado
su libro.
Yo
vivo en Misiones, en pleno bosque, y desde hace varios años. Conservo muy
contado cambio de ideas con esa, y paso asimismo meses enteros sin que me
llegue un libro de allí.
Tal
es el caso con Los caranchos. Ha
venido a mis manos anteayer, y pocos impulsos en mi vida han sido tan violentos
como el que me hace escribirle enseguida, sin saber quién es usted, dónde vive,
y aun si vive usted en realidad. Vaya, pues, esta suposición idiota para
afirmar el absoluto desinterés mi carta -cosa, dicho sea de paso, a que no
estamos exageradamente acostumbrados.
En
primer término, debo confesarle que muy pocas veces hallé en relatos de la vida
de campo cosa alguna que me satisfaciera. No es, como usted sabe, porque no se
nos hubiera martillado los oídos con venganzas de jóvenes, rencores de viejo,
idilios de una y otra edad, todo sobre un fondo de siestas, inundaciones y
sequías.
Pero
yo no veía en tales sicologías nada característico y pujante, ni en las enumeraciones
(no me atrevería a decir descripciones)
del fondo, veía el campo, que bien que mal conozco. Y aquí cobra cierto valor
el grito nuestro -digamos -ante Los
caranchos de la Florida.
Las
dos grandes sensaciones que me ha dado su libro son estas: honradez muy grande
y muy extraña para ver, y potencial igual para sostener un carácter. La primera
virtud se traduce, desde luego, en la verdad del paisaje y la brevedad
concomitante de la expresión. Porque no se nos escapa a los que tenemos ojos,
que en toda brusca visión de campo o lo que fuere, sólo dos o tres cosas saltan
vivamente a la vista, que son las que resumen y nos dan la sensación total del
paisaje; de lo demás no vale la pena hablar. Y no creo que haya error en lo de brusca: toda visión, a efecto de la ídem
que se quiere sugerir al lector, es necesariamente brusca, u original, o
instantánea -como se quiera. Y es por esto que los que leemos nos sentimos
desagradados cuando el autor, trepado a una torre de molino, se empeña y suda
en ver todo lo que está al alcance de la vista, para enumerárnoslo
prolijamente. Él, luego, llama a esto descripción, o lo que es más peligroso: sensación de campo.
Un
solo ejemplo: el caballo enredado en la soga de sus Caranchos, sugiere en sí más sensación de calor, sueño y
negligencia de siesta, que cuanto haya leído en mi vida al respecto.
Después,
la segunda potente virtud: la garra tenaz para trazar y sostener un carácter,
bien marcado en “Don Panchito”. El tipo le ha salido tal que, en mi opinión,
ahoga completamente a los otros. Y no es que estos sean mayormente débiles,
pero el aguilucho aquel es una cumbre.
La
misma honradez aquí para sentir que para ver: siendo el cuento suficientemente
brutal, nada le hubiera sido a usted más fácil que extremar la nota, y hacer
una tragedia para los ojos. Pero usted evitó, como el fuego, dos cosas
fundamentales: contar directamente el penúltimo encuentro de padre e hijo, y
hacer que este matara a aquel de un tiro en la escena final. Tampoco se le
escapará a usted cuán grande efecto de escenario se podía haber obtenido con un
poco menos de pudor artístico.
El
talento suyo para el diálogo -derivación de su virtud sicológica- no me ha
sorprendido, por el mismo mérito. Pero sí su potencia de martillo es admirable.
Y algunos trozos de charla de los protagonistas -camino de la escuela- son de
una verdad tal, y tan rara entre nosotros, que me recuerdan algún comentario de
la literatura francesa sobre el primer diálogo de Wronsky y Ana Karenina: “¡pero
si no se dicen otras cosas que las que se dicen en todo el mundo!”.
Bien
sé que quisiera extenderme sobre estas cosas, pues no impunemente se pasan los
años esperando un libro como el suyo. Acaso muy pronto lo haga. Vaya, entre
tanto, mi homenaje a su talento, inequívocamente de varón, con la seguridad en
mí de que si algún día hemos de tener un gran novelista, ese va a ser usted.
(*)
Publicado en Nosotros, Bs. As., año
10. Nº 89, septiembre de 1916. En un reportaje publicado en La Razón del 21 de septiembre de 1929,
Quiroga dirá que Lynch es “el único gran novelista argentino de la hora actual”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario