CONFERENCIA
DE RUBÉN DARÍO SOBRE JULIO HERRERA Y REISSIG (2)
(Teatro
Solís / 11 de julio de 1912)
Nada sé de sus
comienzos, sino que su primer trabajo poético fue publicado por el eminente
Carlos María Ramírez en su diario La
Razón. Este trabajo se titulaba “Miraje”, y, según se ha escrito, él había
calificado esa labor primigenia de “cordilleresca”. No he leído tales versos,
pero me imagino, por el epíteto, que su autor a la sazón debe haber sentido la
influencia del poderoso transatlántico de Hugo, que produjo tan bellos efectos
en el Río de la Plata, así fuese suyo lo principal en la vasta imaginación y el
sonoro brío de Olegario Andrade. ¿Es cierto que Herrera y Reissig pronunciara
precisamente ante un escritor que las ha repetido estas palabras: “Mi gloria
mayor consiste en haber revelado a Montevideo los refinamientos literarios de
París”. No lo creo. Lo que conozco de su producción revela una cultura que no
se circunscribe a los célebres modos refinados de que hablaran con mucho
desconocimiento y voluntario propósito de deformación, los mismos críticos y
periodistas parisienes. Herrera y Reissig era un artista exacerbado, esto es un
hecho, e influyeron en él los ejemplos de los poetas europeos en quienes él
reconocía un parentesco ideal y con quienes le unía la misma enfermedad
anímica, para, en sus vacilaciones, luchas, debilidades o ímpetus psíquicos,
recabar una fuerza dinámica, o un derivativo, en la rebusca de los paraísos artificiales.
¡Los paraísos artificiales! Yo he sido frecuentador de algunos de ellos y con
experiencia y en verdad os digo que no son sino infiernos verdaderos. Esa
dolencia de que se quiere echar la culpa a París, ha sido y es de todos los
tiempos y todos los países.
El señalado a quien la
existencia aparece mezquina, dolorosa o pesada, ha buscado siempre la libertad
de su psique, en el poder de transformación que le han ofrecido los medios
modificadores del pensamiento, creadores de ilusión o de Nirvana, y el lejano
Omar Khayyam, y el cercano Musset, y Coleridge, Poe, Quincey, Baudelaire o
Verlaine, se juntan en la vía crucis misteriosa y fatal, con que el pobre poeta
indio, o el mulato borracho, según la dura palabra de Lugones, que muere de
desventura y de tristeza en un estanco de Centro América, o en una pulquería
mejicana.
Se me ha dicho que en
el poeta uruguayo el empleo de los excitantes era motivado por la necesidad
literaria, como un medio para lograr un estado propio para la producción. Más
aun, el señor Soiza Reilly ha afirmado haber oído estas confesiones del autor
de “Los peregrinos de piedra”: “Yo no soy un vicioso. Cuando tengo que escribir
algún poema en el que necesito volcar todo mi ser, todo mi espíritu, toda mi
alma, fumo opio, bebo éter y me doy inyecciones de morfina. Pero eso lo hago
cuando tengo que trabajar. Nada más. No soy un vicioso. No soy un fanático. Los
paraísos artificiales son para mí un oasis. Una fuente de inspiración…”. Si
tales fueron sus voliciones, los resultados aparecen doblemente lamentables,
pues la consecución de un producir inmediato y sin contralor de bellezas de
fuga y de desequilibrio, no compensa la pérdida del manantial de donde también
brotaron aguas de las más transparentes y puras hipocrenes. Mas el poeta no fue
el culpable de lo que constituía una necesidad moral y fisiológica. Desde
luego, la psicastenia, agravada por lo hostil, o distinto, del medio en que su
temperamento singular se desarrollaba, es indiscutible que existía, como puede
verse por una parte de la riqueza poética que dejara. Los normales, los tranquilos,
no saben de esas túnicas de Neso; y únicamente el criterio informado y
estudioso explica, lamentan o absuelve la obra de una fatalidad que, si
martiriza y destruye vidas peregrinas, es en ventaja de los que aprovechan de
la madreperla o de la ceguera del ruiseñor.
Herrera y Reissig tenía
un penetrante y seguro conocimiento de los modernos autores europeos, sobre
todo de los franceses y, por descontado, de la obra de los principales hispanoamericanos
de la reforma. Su cultura clásica se revela asimismo en su apego a lo antiguo
fabuloso. Aun en Los peregrinos de piedra
tiene epígrafes en griego y en latín, lo cual sugiere que hizo buenos
estudios universitarios, o que, recordando la frase del gran argentino
Sarmiento, si no sabía griego y latín, sabía griego y latines.
¿Desde cuándo comenzó
la exageración en la complicación de sus versos, la incoordinación en la manera
de expresar sus visiones, la antigüedad de las figuras y las antítesis desconcertantes?
La señora Julieta de la Fuente de Herrera y Reissig, heredera de su nombre
glorioso, me ha facilitado algunas poesías, escritas en plena juventud, en el año
1900. Entre ellas está “El hada manzana”, que ha de aparecer en un segundo tomo
de Los peregrinos de piedra. Allí
encontramos ya el uso del verso libre, la adjetivación fuera de clisé, el tropo
caprichoso, la tendencia a sugerir y sintetizar; pero no existe aun el torrente
de las enumeraciones, y el predominio de lo ultra-cerebral, el triple extracto
de otros poemas posteriores. Hay menor dominio de la técnica y no mucha
seguridad de gusto. Se ve un gran sentido panteísta, una plétora de juventud
que se exterioriza sin orden pero sonora y rítmicamente, sin temer ni percatar
el anacronismo, o la extrasutilización en lo que evoca, describe o concreta. Hay
cosas encantadoras; las hay, a mi modo de juzgar, inaceptables; nadie negará ni
el frescor, ni lo copioso de la savia, ni el ímpetu lírico. La misma
inexperiencia se corona de flores de capricho; y se perdona hasta la violación
gramatical de un sentido, en gracia lo exuberante del numen. ¿Y he de insistir en
que ello no es un modelo ni un estímulo para otros anhelos tempranos, ni para
tentativas que con toda probabilidad tendrían como consecuencia la caída y el
fracaso? No, ni sus genialidades, ni sus desigualdades, ni sus ascensiones, ni
sus caídas, ni sus fiebres, ni sus desfallecimientos que fueron suyos,
individuales, ni pueden ni deben tentar a los que principian en el camino del
arte en su país, y buscan su rumbo a seguir, una música que aprender.
El rumbo está en el
espiritual espacio libre y en el tiempo ecuménico, y la voz en el alma, o en el
corazón de cada cual.
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