CONFERENCIA
DE RUBÉN DARÍO SOBRE JULIO HERRERA Y REISSIG (5)
(Teatro
Solís / 11 de julio de 1912)
“La torre de las
esfinges “marca un cambio. El desborde conceptual y el que llamaríamos delirio
de expresión, llega al paroxismo. Para mayor sorpresa, el autor ha elegido como
metro la décima en cuyas diez cuerdas jamás se tocó más peregrina sonata.
Quiero creer que en la creación de este poema ha intervenido el fármaco, vapor
sutil o alcaloide transformador que impone a las cosas nuevos aspectos y a los
vocablos inauditos significados, que a la normal percepción aparecen borrosos o
crespos, pero que en la niebla luminosa de la intoxicación se señalan claros y
propios. Y hay uso de palabras extranjeras, o caprichosamente aplicadas,
conceptismo, duplicidad de los significados de las palabras, violencia o
retorcimiento en el uso de los verbos, adjetivación que se origina en lejanas
correspondencias o relaciones; erudición inesperada, o precipitada y copiosa;
tracción de terminología científica en casos inesperados: elocuencia:
humorismo; rápidas sensaciones como las de los sueños y pesadillas:
En túmulo de oro vago
Cataléptico faquir,
Se dio el tramonto a
dormir
La unción de un Nirvana
vago…
Objetívase un aciago
Suplicio de
pensamiento,
Y como un remordimiento
Pulula el sordo rumor
De algún pulverizador
De músicas de tormento.
El cielo abre un gesto
verde
Y ríe el desequilibrio
De un sátiro de
ludibrio
Enfermo de absintio
verde…
En hipótesis se pierde
El horizonte errabundo,
Y el campo meditabundo
De informe turbión se
puebla,
Como que todo es
tiniebla
En la conciencia del
Mundo.
Ya las luciérnagas -brujas
del joyel de Salambó-
guiñan la “MARCHE AUX
FLAMBEAUX”
de un aquelarre de
brujas…
Las décimas continúan en
el torbellino de la lírica fantasía, en esa tesitura, haciendo sospechar el
onirismo tóxico; y ello me hace recordar el decir de un sabio respecto al “estado
particular del subconsciente, que tiene del sonambulismo o del éxtasis, en el
cual la celebración automática ejerce en plena libertad, puede engendrar al
lado de desvaríos vagos y confusos, concepciones seguidas, escenas vivas y
coordinadas, a veces aún producciones acabadas del espíritu que parecen a
menudo al individuo como nacidas fuera de su voluntad, o aún fuera de él…”
Las figuras de “La
tertulia lunática” se dirían figuras de sueños, o de estado febril cerebral:
Un arlequín tarambana
Con un toc-toc
insensato
El tonel de Fortunato
Bate en mi sien
tarambana…
Siento sorda la campana
Que mi pensamiento
intuye;
En el eco que refluye
Mi voz otra voz me
nombra;
¡Y hosco persigo en mi
sombra
Mi propia entidad que
huye!
La realidad espectral
Pasa a través de la
trágica
Y turbia linterna mágica
De mi razón espectral…
Saturno infunde el
fatal
Humor bizco de su
influjo
Y la luna en el reflujo,
Se rompe, fuga y se
integra
Como por la magia negra
De un escamoteo brujo.
Y ello continúa,
continúa en una especie de salutación de aroma de flores del mal, de atmósfera
de cuento de Poe, de licantropía a lo Rollinat.
Los sonetos de “Los
parques abandonados” han sido muy imitados por los jóvenes poetas de América y
de España. Son inconfundibles por lo inusitado de los epítetos, el gongorismo
renovado, la musicalidad especial en el endecasílabo de tradición, la sorpresa
del paisaje, del estado de alma, y el invariable asunto galante. Y en ellos
sobre todo, la observación del principio que manda retorcer a la elocuencia y
que pone “de la musique avant toute chose”.
En Herrera lo
artificial, el virtualismo, se penetra de su vibración si queréis enfermiza, de
la verdad de su tensión cordial, de su verídico sufrimiento íntimo. Voy a concluir
citando algo de “Las campanas solariegas” que se creará una “suite” con “Los éxtasis de la montaña”.
Esta parte consta de un solo poema: “La muerte del pastor”. Este poema que el
autor llama, con mucho tino, Balada eglógica, y que ha puesto bajo la
advocación de Virgilio, es de lo más suavemente encantador, de lo más
musicalmente sentimental, y de lo más simplemente fino que se haya escrito en
nuestra lengua; y llenaría de satisfacción el alma de los más admirables
sencillos: el Zenea de Fidelia, un precursor, Gutiérrez Nájera, Amado Nervo,
Juan Jiménez.
Tal continúa la sonata
melancólica, con una transparencia de linfa de fuente, sentimiento transformado
en música, ternura natural, jaculatoria, queja, desolación que comparte el alma
rústica, que es una voz que clama en la fatalidad de nuestro vivir, un canto de
pájaro triste en nuestro valle de lágrimas… Pues bien, he ahí cómo aparece, más
que nunca, el mágico lírico; he allí como fuera del laberinto, fuera de los
subterráneos de las iniciaciones esotéricas, suena un instrumento divino; no
son precisos los vocabularios herméticos ni las formas abracadábricas, para
hacer brillar al mundo la llama de su corazón, para conmover, dominar,
hechizar. Porque entre los “genni” y
espíritus sombríos que pasaban por la torre del celeste solitario de los ojos
azules, se manifestaba ardiente en Dios, el maravilloso serafín de la única y
verdadera Poesía.
He dicho.
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