26/7/17


CONFERENCIA DE RUBÉN DARÍO SOBRE JULIO HERRERA Y REISSIG (5)

(Teatro Solís / 11 de julio de 1912)



“La torre de las esfinges “marca un cambio. El desborde conceptual y el que llamaríamos delirio de expresión, llega al paroxismo. Para mayor sorpresa, el autor ha elegido como metro la décima en cuyas diez cuerdas jamás se tocó más peregrina sonata. Quiero creer que en la creación de este poema ha intervenido el fármaco, vapor sutil o alcaloide transformador que impone a las cosas nuevos aspectos y a los vocablos inauditos significados, que a la normal percepción aparecen borrosos o crespos, pero que en la niebla luminosa de la intoxicación se señalan claros y propios. Y hay uso de palabras extranjeras, o caprichosamente aplicadas, conceptismo, duplicidad de los significados de las palabras, violencia o retorcimiento en el uso de los verbos, adjetivación que se origina en lejanas correspondencias o relaciones; erudición inesperada, o precipitada y copiosa; tracción de terminología científica en casos inesperados: elocuencia: humorismo; rápidas sensaciones como las de los sueños y pesadillas:


En túmulo de oro vago
Cataléptico faquir,
Se dio el tramonto a dormir
La unción de un Nirvana vago…
Objetívase un aciago
Suplicio de pensamiento,
Y como un remordimiento
Pulula el sordo rumor
De algún pulverizador
De músicas de tormento.


El cielo abre un gesto verde
Y ríe el desequilibrio
De un sátiro de ludibrio
Enfermo de absintio verde…
En hipótesis se pierde
El horizonte errabundo,
Y el campo meditabundo
De informe turbión se puebla,
Como que todo es tiniebla
En la conciencia del Mundo.


Ya las luciérnagas -brujas
del joyel de Salambó-
guiñan la “MARCHE AUX FLAMBEAUX”
de un aquelarre de brujas…


Las décimas continúan en el torbellino de la lírica fantasía, en esa tesitura, haciendo sospechar el onirismo tóxico; y ello me hace recordar el decir de un sabio respecto al “estado particular del subconsciente, que tiene del sonambulismo o del éxtasis, en el cual la celebración automática ejerce en plena libertad, puede engendrar al lado de desvaríos vagos y confusos, concepciones seguidas, escenas vivas y coordinadas, a veces aún producciones acabadas del espíritu que parecen a menudo al individuo como nacidas fuera de su voluntad, o aún fuera de él…”


Las figuras de “La tertulia lunática” se dirían figuras de sueños, o de estado febril cerebral:


Un arlequín tarambana
Con un toc-toc insensato
El tonel de Fortunato
Bate en mi sien tarambana…
Siento sorda la campana
Que mi pensamiento intuye;
En el eco que refluye
Mi voz otra voz me nombra;
¡Y hosco persigo en mi sombra
Mi propia entidad que huye!


La realidad espectral
Pasa a través de la trágica
Y turbia linterna mágica
De mi razón espectral…
Saturno infunde el fatal
Humor bizco de su influjo
Y la luna en el reflujo,
Se rompe, fuga y se integra
Como por la magia negra
De un escamoteo brujo.


Y ello continúa, continúa en una especie de salutación de aroma de flores del mal, de atmósfera de cuento de Poe, de licantropía a lo Rollinat.


Los sonetos de “Los parques abandonados” han sido muy imitados por los jóvenes poetas de América y de España. Son inconfundibles por lo inusitado de los epítetos, el gongorismo renovado, la musicalidad especial en el endecasílabo de tradición, la sorpresa del paisaje, del estado de alma, y el invariable asunto galante. Y en ellos sobre todo, la observación del principio que manda retorcer a la elocuencia y que pone “de la musique avant toute chose”.


En Herrera lo artificial, el virtualismo, se penetra de su vibración si queréis enfermiza, de la verdad de su tensión cordial, de su verídico sufrimiento íntimo. Voy a concluir citando algo de “Las campanas solariegas” que se creará una “suite” con “Los éxtasis de la montaña”. Esta parte consta de un solo poema: “La muerte del pastor”. Este poema que el autor llama, con mucho tino, Balada eglógica, y que ha puesto bajo la advocación de Virgilio, es de lo más suavemente encantador, de lo más musicalmente sentimental, y de lo más simplemente fino que se haya escrito en nuestra lengua; y llenaría de satisfacción el alma de los más admirables sencillos: el Zenea de Fidelia, un precursor, Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Juan Jiménez.


Tal continúa la sonata melancólica, con una transparencia de linfa de fuente, sentimiento transformado en música, ternura natural, jaculatoria, queja, desolación que comparte el alma rústica, que es una voz que clama en la fatalidad de nuestro vivir, un canto de pájaro triste en nuestro valle de lágrimas… Pues bien, he ahí cómo aparece, más que nunca, el mágico lírico; he allí como fuera del laberinto, fuera de los subterráneos de las iniciaciones esotéricas, suena un instrumento divino; no son precisos los vocabularios herméticos ni las formas abracadábricas, para hacer brillar al mundo la llama de su corazón, para conmover, dominar, hechizar. Porque entre los “genni” y espíritus sombríos que pasaban por la torre del celeste solitario de los ojos azules, se manifestaba ardiente en Dios, el maravilloso serafín de la única y verdadera Poesía.



He dicho.

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