ENTREPÁGINAS
por Juan de Marsilio
CARROS DE FUEGO
Y OTROS CUENTOS, de Mario Levrero (prólogo de Elvio E. Gandolfo). Ediciones de la Banda
Oriental (colección “Lectores de Banda Oriental”), Montevideo, 2017. 160 págs.
Ni Mario Levrero
(Jorge Mario Varlotta Levrero, Montevideo, 1940 – 2004) ni Elvio E. Gandolfo
(San Rafael, Mendoza, 1947) ni Ediciones de la Banda Oriental, en especial para
su colección “Lectores”, andan necesitados de que una reseña en este blog
acredite los méritos como narrador y prologuista de Levrero y Gandolfo,
respectivamente, ni de que se contribuya desde aquí a la pujanza de la
mencionada colección. Sin embargo, algunos aspectos del enfoque que el
prologuista hace de un escritor rico y valioso, pero de difícil lectura,
merecen atención y pueden ser útiles a los lectores.
Para empezar, el
palo. Gandolfo se hace eco con demasiada facilidad de la actitud prescindente
de Levrero sobre cuestiones de estilo sin hacer, acaso por la brevedad del
espacio disponible para un prólogo, algunos deslindes necesarios (“El propio Levrero explicaba que a él el
estilo era algo que lo tenía sin cuidado, que le importaba un rábano.”) La
afirmación es veraz, en tanto Levrero afirmaba eso, y en el sentido de no
buscar encasillarse en tal o cual corriente estética (surrealismo, narrativa
fantástica, etc. Pero no da cuenta de los muchos pasajes de prosa excelente
incluidos en este volumen - “Ese líquido
verde”, “La casa abandonada”- y
para nada excepcionales en la producción de Levrero. No que este autor no tenga
en su haber pasajes de prosa desmañada (este volumen incluye uno, “El barrio de los mendigos”, cuento de
gran fuerza imaginativa, en el que el descuido en el uso de los tiempos
verbales rechina en el oído del lector algo exigente).
Y ahora, los aciertos. En primer lugar, el prescindir de los datos biográficos que, con los medios actuales, cualquiera puede hallar en internet. Con ser un detalle menor, muestra respeto por la inteligencia y la curiosidad de los lectores.
Pero los principales aciertos tienen que ver con el trabajo que debe hacer un prologuista de una antología. Las antologías son algo así como una posible punta del iceberg que es toda obra literaria personal. Tanto la selección de los textos como el prólogo deben provocar al lector a bucear en el resto de la obra, a la vez que proveerlo de algunas orientaciones, útiles y sutiles a la vez, de modo de orientarlo en el abordaje de la obra en cuestión sin cegar la perspectiva de descubrimientos personales. Y en este sentido, este prólogo da de lleno en la diana.
Para empezar,
porque indica sin ambages que Levrero es difícil e inclasificable, por lo que
no se le puede pedir lo mismo que a otros narradores “de trama”, en cuyas
historias, sin que ello implique de modo necesario que el producto narrativo
sea de mala calidad, el lector reconoce el principio, el medio y el final del
relato, así como también algún o algunos mensajes temáticos. Con Levrero no
pasa esto (en palabras de Gandolfo: A lo
largo de su vida irá difundiendo mezclados sus libros de cuentos con sus, por
así llamarlas, novelas. De hecho es un poco difícil penar en él como
“novelista”. Solo un poco menos como “escritor”.) En la narrativa de
Levrero lo que importa es que ocurren cosas asombrosas y son narradas de un
modo asombroso, precisamente por la falta de asombro en los personajes y el
narrador. Acaso el mejor ejemplo sea “Ese líquido verde”, cuento brevísimo en
que, con el pretexto de que el
protagonista y narrador le ha abierto la puerta a una promotora de vaya a saber
qué producto de limpieza aprovechan para ir entrando al apartamentito todos los
integrantes de un circo completo, con elefante y todo. Cuando el dueño de casa,
harto de la situación y sin querer comprar el producto, le pide a la promotora,
molesto pero no asombrado, que se vaya y se lleve su circo con ella, la
muchacha le indicará que el circo no es de ella, sin dar más explicaciones ni
resolver el problema.
En el párrafo
precedente he hecho una afirmación que debe ser matizada. Podría desprenderse
de lo escrito que la narrativa de Levrero no aporta al lector sugerencias
temáticas, es decir, que narra pero no “dice”. No es así: la narrativa de este
autor es rica en sugerencias temáticas, pero Levrero las deja abiertas, de modo
que sea el lector quien haga, si quiere, el trabajo de descubrirlas y
rumiarlas. Esto da la riqueza agregada de no todos leemos lo mismo en las
mismas páginas. En este aspecto de la sugerencia, los mejores textos de este
volumen son “El sótano” y “La casa abandonada”.
Finalmente,
acierta Gandolfo al indicar que, para los lectores que quieran ingresar por
primera vez a la obra de Levrero podría ser conveniente empezar por sus
cuentos, antes de pasar las, por así llamarlas, novelas. Y este consejo podría
extrapolarse a otros narradores uruguayos, diferentes en estilo y temas, pero
también valiosos, complejos y difíciles de abordar de golpe: Felisberto
Hernández, Juan Carlos Onetti, Leo Masliah. Si el lector tiene otros ejemplos,
agradezco me avise, pues este espacio es para dialogar.
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