ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
TRIGESIMOSÉPTIMA
ENTREGA
La oligarquía poética (*) (1)
En
otro tiempo, el continente americano no poseyó virtud más recóndita y loable
que su virginidad. “La virgen América” fue por largas décadas un binomio
inalterable, una combinación tan íntima como la del Supremo Hacedor y El Pueblo
Soberano. No era posible referirse siquiera a los productos naturales del
continente, sin hacer mención de su virginidad. “La virgen América”. Y en los
sonetos de amor, dicha virtud continental era tema de honesta exaltación.
Un
día, sin embargo, alguien protestó de esta obstinada ceguera de las gentes de
lira, haciendo notar que desde muchísimos años atrás tal virginidad había sido
mancillada por varias docenas de tiranuelos más o menos continentales, y que en
el actual momento podía ya considerarse a América como una respetable matrona
plena de virtudes, pero sensiblemente ajada por los malos tratos.
Desde
ese día, la virginidad de América ha pasado a la historia. Nadie la recuerda.
Ni se menciona siquiera la virginidad de sus selvas. Como la “virgen América”,
la “selva virgen” no excita ni siquiera a los poetas, creadores de la primera
virginidad.
Hoy,
los mismos poetas han hallado un binomio más complejo, más misterioso, más vago
y más moderno. “El pensamiento de América”, o “el alma de América”, o “la
conciencia de América”.
¿Qué
se quiere expresar con esto? ¿Qué significado preciso tiene esta fórmula tan
escueta y rotundamente afirmada?
Nosotros
entendemos muy bien qué se denomina
pensamiento, pues con mayor o menor frecuencia hemos tenido la impresión de
poseer alguno. Conocemos el pensamiento de una que otra persona; aun el de
algunas sociedades organizadas; conocemos todavía el pensamiento de pueblos
enteros, clamados por sus más numerosos individuos; pero no tenemos idea de
cuál pueda ser el pensamiento de un continente cuyas naciones, todas en
formación, no conocen, no ya su pensamiento, lo que es mucho pedir, sino el
grado de rapacidad por el bocado, que todavía está devorando a sus hijos para
salir de su sangrienta infancia.
(*)
Publicado en El Hogar, Bs. As., año
21, nº 802, 27 de febrero de 1925.
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