19/7/17

ESCRITOS DE HORACIO QUIROGA



TRIGESIMOSÉPTIMA ENTREGA



La oligarquía poética (*) (1)



En otro tiempo, el continente americano no poseyó virtud más recóndita y loable que su virginidad. “La virgen América” fue por largas décadas un binomio inalterable, una combinación tan íntima como la del Supremo Hacedor y El Pueblo Soberano. No era posible referirse siquiera a los productos naturales del continente, sin hacer mención de su virginidad. “La virgen América”. Y en los sonetos de amor, dicha virtud continental era tema de honesta exaltación.


Un día, sin embargo, alguien protestó de esta obstinada ceguera de las gentes de lira, haciendo notar que desde muchísimos años atrás tal virginidad había sido mancillada por varias docenas de tiranuelos más o menos continentales, y que en el actual momento podía ya considerarse a América como una respetable matrona plena de virtudes, pero sensiblemente ajada por los malos tratos.


Desde ese día, la virginidad de América ha pasado a la historia. Nadie la recuerda. Ni se menciona siquiera la virginidad de sus selvas. Como la “virgen América”, la “selva virgen” no excita ni siquiera a los poetas, creadores de la primera virginidad.


Hoy, los mismos poetas han hallado un binomio más complejo, más misterioso, más vago y más moderno. “El pensamiento de América”, o “el alma de América”, o “la conciencia de América”.


¿Qué se quiere expresar con esto? ¿Qué significado preciso tiene esta fórmula tan escueta y rotundamente afirmada?


Nosotros entendemos muy bien  qué se denomina pensamiento, pues con mayor o menor frecuencia hemos tenido la impresión de poseer alguno. Conocemos el pensamiento de una que otra persona; aun el de algunas sociedades organizadas; conocemos todavía el pensamiento de pueblos enteros, clamados por sus más numerosos individuos; pero no tenemos idea de cuál pueda ser el pensamiento de un continente cuyas naciones, todas en formación, no conocen, no ya su pensamiento, lo que es mucho pedir, sino el grado de rapacidad por el bocado, que todavía está devorando a sus hijos para salir de su sangrienta infancia.




(*) Publicado en El Hogar, Bs. As., año 21, nº 802, 27 de febrero de 1925.

No hay comentarios: