FEDE
RODRIGO
CÓMO
HACER PARA QUE NO NOS GANE LA PEREZA
(cuarto
cuento para peques)
Sabrina Pérez Sosa es
una niña llena de ideas, repleta de ganas de cambiar el mundo pero su nombre se
lo impide.
-Sabri, traéme la sal
de la cocina.
Tengo
que hacerle el favor a mamá, ella siempre me lee cuentos y me abraza antes de
dormir, pensaba Sabrina pero sus pies simplemente no obedecían.
-Sabri, por favor leé
en voz alta el final de la historia.
Tengo
que hacerle el favor a la maestra, ella siempre me presta su lapicera de diez
colores, pensaba Sabrina pero sus ojos simplemente no
obedecían.
-Sabri, sosteneme el
ovillo de lana.
Tengo
que hacerle el favor a la abuela, ella siempre me cocina las mejores galletitas
del mundo. pensaba Sabrina pero sus manos
simplemente no le obedecían.
Pero no es su culpa: es
su nombre. Era perezosa desde el nombre. Y ella no había elegido su nombre y
tampoco podía elegir hacer esas cosas tan agotadoras. No es falta de voluntad o
falta de cariño a las personas que se lo piden: ¡es su nombre!
La culpa es de mamá por
haber invitado al cine a un galán de apellido Pérez. No, más bien la culpa es
de papá por haber aceptado la invitación de una señorita de apellido Sosa.
Aunque creo que la culpa debe ser de los abuelos por haberle heredado esos
apellidos a papá y mamá. No, ya sé: la culpa es de los viejos barbudos y las
viejas barbudas que inventaron todas las palabras del español y decidieron que
perezosa iba a ser aquella niña que aunque tengan la cabeza llena de ideas, su
cuerpo no la iba a obedecer.
Pero Sabri no es la
única persona víctima de la condena nominal: miles de personas aprenden a vivir
a pesar de su nombre: la depiladora de la esquina se llama Pilar y su local “lo
de Pilar”, está la señora el servicio de catering Katerine, el limpiador Don
Blanco, el albañil Armando, Tato el que hace tatoos, Octavio está siempre
después del séptimio, Teresa a la que todo le interesa, Sonia Dora es sonámbula
y Federico que sigue con fe en ser rico.
Eso hace que Sabri no
se sienta tan sola en esta cárcel de nombres pero no soluciona el problema de
que su cuerpo la desobedezca. Y encima esta cabeza que le tocó llena de ideas.
Son tantas que se le está por explotar: plantar árboles frutales en la plaza
para que todos puedan comer. Dejar almácigos al lado de sus troncos para que
cuando la gente coma la fruta plante la semilla. Llevarse los almácigos a otras
plazas para plantar más árboles y que coman más personas. ¡Qué buenas ideas! Y
sus manos perezosas, nada. ¡Nunca la obedecen!
Pero un día en el que Sabri
pasó dos horas sentada en una parada porque cada vez que venía el ómnibus le
daba mucha pereza subir, conoció una viejita llena de años y casi sin dientes
llamada Olga Zanota. Ella no se enferma casi nunca (por llamarse Zanota) pero
vivó casi toda su vida con el mismo problema que Sabrina. Es que Sabrina Pérez
Sosa y Olga Zanota son lo que llamamos personas sinónimas. Los sinónimos son
palabras que significan lo mismo y las personas sinónimas son aquellas que sus
nombres las condenan a lo mismo.
Pero esta viejita tenía
un secreto: había encontrado la forma de sobreponerse a su nombre y dejar de
ser holgazanota (o sea, no dejar de ser Olga Zanota sino dejar de ser holgazanota.
Ustedes entienden). Cada vez que le pedían un favor, ella le daba la orden
contraria a su cuerpo. (¡Qué astuta!)
-¿Querés un poco más de
té de boniato? -le dijo a Sabri después de que pasaron toda la tarde juntas en
la casa de Doña Olga.
-Bueno, está muy rico.
Pies
quédense quietitos: ni se les ocurra moverse hasta la cocina, murmuró
Doña Olga. Quedarnos acá quietitos,
acalambrándonos. Qué pereza. Mejor vamos hasta la cocina a buscar más té, pensaban
sus pies y salían pantufliando por el pasillo.
Y así fue que logré
superar el mayor obstáculo de mi vida.
Dedos nunca cuenten la historia de cómo dejamos de ser perezosos, les dije
hace un rato y acá está el cuento pronto. ¡Olga Zanota es una genia!
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