LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOVIGESIMOQUINTA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
5 (1)
¡Oh pederastas
incomprensibles!, no seré yo el que lance denuestos contra vuestra gran
degradación; no seré yo el que acuda para arrojar el desprecio en vuestro ano
infundibuliforme. Basta con que las enfermedades vergonzosas y casi incurables
que os asedian lleven consigo su infaltable castigo. Legisladores de
instituciones estúpidas, inventores de una moral estrecha, alejaos de mí, pues
yo soy un alma imparcial. Y vosotros jóvenes adolescentes o mejor, jovencitas,
explicadme cómo y por qué (pero manteneos a una distancia conveniente, pues
tampoco yo sé resistir a mis pasiones) la venganza germinó en vuestros
corazones para prender en el flanco de la humanidad semejante guirnalda de
heridas. Habéis hecho que se ruborizara de sus hijos a causa de vuestra
conducta (que yo venero); el modo como os prostituís ofreciéndoos al primero
que llega, pone en juego la lógica de los pensadores más profundos, en tanto
que vuestra sensibilidad exagerada colma la medida de la estupefacción de la
mujer misma. ¿Sois de naturaleza más terrestre o menos terrestre que vuestros
semejantes? ¿Poseéis acaso un sexto sentido que a nosotros nos falta? No
mintáis y decidnos cuáles son vuestros pensamientos. No es un interrogatorio lo
que formulo, pues desde que frecuento como observador la sublimidad de vuestras
inteligencias grandiosas, sé a qué atenerme. Que mi mano izquierda os bendiga,
ángeles protegidos por mi amor universal. Beso vuestros rostros, beso vuestros
pechos, beso, con mis labios suaves, las diversas partes de vuestros cuerpos
armoniosos y perfumados. ¿Por qué no me habéis dicho en seguida lo que érais,
cristalizaciones de una belleza moral superior? Ha sido necesario que yo
adivinase por mí mismo los innumerables tesoros de ternura y de castidad que
ocultaban los latidos de vuestros corazones oprimidos. Pechos ornados de
guirnaldas de rosas y de vetiver. Ha sido necesario que entreabriera vuestras
piernas para conoceros y que mi boca se suspendiera en las insignias de vuestro
pudor. Pero (cosa importante de exponer) no olvidéis lavar todos los días la
piel de vuestras partes con agua caliente, pues de no ser así, chancros
venéreos brotarían indefectiblemente en las comisuras hendidas de mis labios
insaciables. ¡Oh! si en lugar de ser un infierno, el universo no hubiera sido
más que un inmenso ano celeste, observad el además que hago en el lugar de mi
bajo vientre: sí, yo hubiera hundido mi verga a través de su esfínter
sangrante, destrozando con mis movimientos impetuosos las propias paredes de su
recinto. El infortunio no habría soplado entonces, sobre mis ojos cegados,
dunas enteras de arenas movedizas; yo habría descubierto el lugar subterráneo
donde yace la verdad dormida, y los ríos de mi esperma viscoso hubieran
encontrado de ese modo un océano adonde precipitarse. Pero ¿por qué me
sorprendo a mí mismo anhelando un estado de cosas imaginario que nunca recibirá
el sello de un cumplimiento ulterior? No nos tomemos el trabajo de construir
hipótesis fugaces. Entretanto, que venga a mi encuentro aquel que arde en
deseos de compartir mi lecho; pero pongo una condición rigurosa a mi
hospitalidad: es necesario que no tenga más de quince años.
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